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Una operación secreta para salvar las semillas de Sudán de la guerra: “Los laboratorios fueron robados o destruidos”

Tras la ocupación por parte de paramilitares de la ciudad de Wad Madani, donde se encontraba el Banco Nacional de Germoplasma, se trazó un plan para rescatar los duplicados de las simientes y enviarlas a la bóveda mundial de Svalbard, en Noruega

El equipo del Centro de Investigación y Conservación de Recursos Genéticos de Plantas Agrícolas prepara muestras de semillas de sorgo para pruebas de germinación, en una foto de archivo de 2022.
Ana Puentes

Cuando Ali Zakaria Babiker vio depositar las 1.884 semillas de sorgo, mijo perla, cacahuete, sésamo, sandía y melón Vigna, provenientes de Sudán, en el Banco Mundial de Semillas de Svalbard (Noruega), en los confines del mundo, respiró aliviado. El depósito del pasado 25 de febrero era el último episodio de un titánico rescate de semillas y recursos genéticos de Sudán del desastre de la guerra civil. El 15 de diciembre de 2023, pocos meses después del estallido del conflicto, el Banco Nacional de Germoplasma de Sudán, que lidera Babiker, fue atacado y saqueado. “Es la primera vez que somos objeto de un ataque como este. El banco de semillas, los laboratorios y la sección de gestión de información de recursos genéticos fueron robados o destruidos”, relata, desde Sudán, el también director del Centro de Investigación y Conservación de Recursos Fitogenéticos Agrícolas de Sudán (APGRC, por sus siglas en inglés) a EL PAÍS en un intercambio de correos electrónicos.

Las Fuerzas de Apoyo Rápido, el grupo paramilitar que se enfrenta al ejército, arrasaron con la sede del banco genético y del APGRC, en la ciudad de Wad Madani, ubicada a unas tres horas en coche de Jartum. El personal huyó a lugares seguros dentro o fuera del país, explica Babiker, y hubo pérdidas y daños en 30 congeladores en uso y en cinco más que estaban por estrenar. “Se vació el contenido de todos los congeladores, y los paquetes de semillas de germoplasma quedaron esparcidos por el suelo dentro y fuera de las salas de los edificios”, detalla el investigador. Se perdían, así, décadas de trabajo y se ponía en riesgo el patrimonio genético de los cultivos de Sudán.

Ali Zakaria Babiker posa frente a la sede del Centro de Investigación y Conservación de Recursos Genéticos de Plantas Agrícolas.

La colección de semillas comenzó en 1982 con 235 accesiones de semillas ―lotes recolectados en un lugar y momento concreto― y creció hasta tener más de 17.000 de unas 30 especies de cultivos. El sorgo, advierte la organización internacional Crop Trust, dedicada a la protección de la diversidad genética de los cultivos, “se ha cultivado en lo que ahora llamamos Sudán durante miles de años y está profundamente ligado al patrimonio cultural sudanés”. La organización, que también trabaja con el banco de semillas de Svalbard, resalta que proteger las variedades de cultivos asegura la alimentación de las poblaciones vulnerables del futuro. “El sorgo es un salvavidas para la seguridad alimentaria en el país, ya que su capacidad para resistir la sequía lo hace crucial para la adaptación al cambio climático”, indica en un comunicado.

Una travesía por un país en guerra

Tras el ataque, el APGRC decidió que lo mejor era trasladar los duplicados de seguridad de semillas que tenían en la ciudad de El Obeid a un lugar seguro: el Banco Mundial de Semillas de Svalbard, a 7.300 kilómetros de distancia. La bóveda funciona desde 2008 en el archipiélago de Svalbard, en el Ártico, y, hasta la fecha, ha recibido 1,3 millones de muestras de semillas de 85 países. Parte de los objetivos de ese banco mundial, impulsado por el gobierno Noruego, el Centro Nórdico de Recursos Genéticos (NordGen) y Crop Trust, es proteger los diversos recursos de desastres naturales y conflictos armados. En cualquier momento, los países pueden pedir una devolución de las semillas. Esto solo ha pasado una vez, cuenta Asmund Asdal, coordinador de operación del banco de Svalbard. “El único que ha solicitado la devolución es el ICARDA, que tenía su banco y su sede en Alepo, Siria. Afortunadamente, habían depositado 116.000 muestras antes de que estallara la guerra civil”, recuerda Asdal.

Para proteger los recursos sudaneses, se activó una discreta operación para sacar las semillas de El Obeid por el Puerto de Sudán y transportarlas hasta Noruega, con apoyo de la Reserva de Emergencia para Bancos de Germoplasma, un fondo de financiación gestionado por el Fondo Mundial para la Diversidad de Cultivos y el Tratado Internacional sobre los Recursos Fitogenéticos de la FAO. Nelissa Jamora, líder de uno de los componentes del proyecto BOLD de Crop Trust, que también apoyó el rescate, cuenta que fue una misión larga, difícil y costosa. “Las fuerzas armadas podían detener [el cargamento] en las carreteras, era muy peligroso. Y tampoco fue barato, los camiones tenían que viajar con escoltas [...] Además, nadie quiere hacer envíos marítimos en Sudán”, relata Jamora, desde Bonn (Alemania), en una entrevista por videollamada. “Lo mantuvimos en secreto hasta que confirmamos que las semillas estaban en Noruega. Temíamos las reacciones de las fuerzas locales”, afirma. Solo ha sido ahora cuando se han conocido detalles de esa operación.

Tras el traslado, Nordgen se encargó de clasificar, empaquetar y documentar correctamente las semillas para preparar su ingreso en Svalbard. El depósito del pasado febrero era el sexto que hacía Sudán, cuya primera entrega por parte de un banco genético data de 2010.

El Banco Mundial de Semillas de Svalbard en una fotografía tomada el 26 de febrero de 2025.

Antes del estallido de la guerra, la sede en Wad Madani del APGRC ya se enfrentaba a cortes de energía, dificultades para obtener combustible para poner a funcionar el generador de respaldo, a problemas para reparar equipos y congeladores y a carencias en los recursos humanos. Sin embargo, no había sido blanco de ataques directos hasta ese 15 de diciembre de 2023. “El trabajo diario está detenido desde entonces”, confirma Babiker.

Las fotos son desalentadoras. Tienen que empezar de cero
Nelissa Jamora, líder de uno de los componentes del proyecto BOLD

El APGRC y su banco genético habían hecho esfuerzos por perfeccionar su labor a partir del apoyo del proyecto BOLD. Este programa busca apoyar la conservación de la diversidad de cultivos en varias etapas, desde el trabajo con bancos genéticos, la creación de duplicados de seguridad de semillas hasta la formación de agricultores e investigadores. El objetivo, explica Nelissa Jamora, es que la conservación de semillas sea un proyecto sostenible, que involucre a varios actores y que vaya mucho más allá de los depósitos en Svalbard. En el APGRC sabían cómo conservar las semillas y cómo sistematizar la información en plataformas de datos. Pero, ahora, todos los esfuerzos se concentrarán en atender la emergencia. “Ellos han hecho solicitudes de fondos, necesitan congeladores y paneles solares”, describe Jamora y suspira: “Las fotos son desalentadoras. Tienen que empezar de cero”.

Labores como la del Banco de Germoplasma de Sudán permitían conservar la diversidad genética de los cultivos, que cae en picado. En 1999, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO por sus siglas en inglés) advertía que en el siglo XX se había perdido el 75% de la diversidad del material genético de origen vegetal. Datos más recientes alertan de que no se está aprovechando toda la biodiversidad para la alimentación humana. De las 6.000 especies que se han cultivado en el mundo para alimentación, menos de 200 tienen niveles de producción significativos y solo nueve representan el 66% de toda la producción agrícola, indica la FAO en un informe de 2019. Menos diversidad significa menos oportunidades de garantizar la alimentación del ser humano.

De ahí que los ataques a bancos genéticos, como el de Sudán, enciendan las alarmas. “Antes de la creación del banco nacional de genes, puede que Sudán ya hubiera perdido muchos de sus cultivos autóctonos, y después de este conflicto también puede haberse perdido parte de la diversidad genética”, explica Babiker, su director.



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Sobre la firma

Ana Puentes
Periodista colombiana en la sección Planeta Futuro. Antes, trabajó en El Tiempo (Colombia), donde cubrió Bogotá y temas de ciclismo urbano. En EL PAÍS también escribió en la sección Madrid y en la delegación de Colombia. Es máster de Periodismo UAM - EL PAÍS e integrante de la Red LATAM de Jóvenes Periodistas.
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