Con quienes no se resignan
El viaje a Mauritania de un diputado para conocer la realidad desértica de la ayuda
No sé el motivo, pero mientras escribo estas breves líneas se me vienen a la memoria aquellas clases del instituto en las que nos explicaban aquello del continuo espacio-tiempo. Miro por la ventana del tren y veo pasar pequeños pueblos de casas marrones y altas torres de iglesia, salpicados de alguna mancha de pinar.
No hace mucho, el paisaje tras la ventana de un todoterreno también era de pequeños pueblos de casas marrones y altas torres. Sin embargo, las casas no disponían ni de luz ni de agua. Las torres no eran de iglesias, eran de mezquitas. Y el ritmo, el tiempo, no era el mismo.
Espacio y tiempo. El continuo del instituto tenía su correspondencia muchos años después en un viaje a través de Mauritania.
Estoy seguro de que, aun compartiendo el mismo espacio y el mismo tiempo, cada uno de los que fuimos a aquel viaje hemos obtenido sensaciones y experiencias distintas. El recuerdo, por lo tanto, también será distinto.
Y lo que recuerdo del viaje son muchas y diversas cosas. Desde el día en el que Carmen y José Luis me lo propusieron y acepté de inmediato; el tortuoso momento de someterse a la sesión de vacunas; a mis amigos los nervios que siempre están ahí cuando los necesito en los aeropuertos. Y, sobre todo, los días que pasamos en Mauritania.
Podría describir con nitidez aquella playa situada en las afueras de Nuakchot en la que junto a miles de cayucos convivía una indescriptible masa de personas, animales, objetos, olores… El sabor del té o del zumo de jengibre. El ordenado caos de las calles. Los cientos de campos de fútbol improvisados repletos de camisetas del Madrid y del Barcelona, de Ronaldo y de Messi. El color de la arena del desierto. Las tiendas de horario interminable. El tacto de los tejidos. La textura de la comida. Las conversaciones con mis compañeros de viaje sobre mil temas.
Todo esto forma parte ya de mi mochila. Sin embargo, mi recuerdo más preciado tiene que ver con la ilusión, el empuje y la fuerza, de todas las personas con las que tuvimos ocasión de estar. Ellos y ellas me demostraron que con ideas y con ganas para desarrollarlas, todo es posible.
¿Quién podría pensar que junto a uno de los ríos más importantes de África no se cultivase de manera eficiente aprovechando su agua?
¿Quién podría pensar en la creación de cooperativas de mujeres dedicadas a la producción de leche de vaca en pequeñas comunidades?
¿Cómo es posible que un gobierno actúe arbitrariamente con los derechos de propiedad de la tierra?
Alguien pensó en ello, alguien encontró la financiación adecuada y alguien desarrolló el proyecto. Los miembros de Oxfam Intermón, y de las organizaciones locales AMAD y ROSA tienen el impulso de quienes quieren cambiar. De quienes no se resignan a tener que salir de su país para desarrollar su vida. De los que saben que aprovechando sus recursos pueden transformar su entorno.
Me traje una importante lección que espero poder desarrollar en todas las facetas de mi vida.
Gracias.
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