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3.500 Millones
Coordinado por Gonzalo Fanjul y Patricia Páez

Cómo salir del barro

Las inundaciones destrozan una y otra vez las esperanzas en República Dominicana

José Liriano ante su casa anegada por el barro.
José Liriano ante su casa anegada por el barro. Pablo Tosco / Oxfam Intermón

Cuando José Liriano, de 65 años, decidió que era hora de marcharse de la casa donde vive en el pueblo de Palo Verde, República Dominicana, el agua ya le llegaba por las rodillas. Esta provincia de Monte Cristi, en la región Norte del país, cerca de la frontera con Haití, estaba desde hacía más de un mes bajo lluvias torrenciales y constantes alertas para que las familias salieran de sus viviendas.

El 18 de noviembre por la tarde, cuando las compuertas de la presa de Taverna fueron abiertas por segunda vez desde el inicio de las lluvias, las aguas del río Yaque del Norte no le dieron otra opción sino dejar atrás su casa y sus pocas pertenencias. “El agua empezó a subir y solo me dio tiempo a atar al techo mi cama y unas pocas prendas de ropa”, cuenta Liriano mientras camina hacia el fondo de la pequeña casa en la que divide el espacio -cocina, comedor, dormitorio- en una sola habitación con unos pocos muebles todavía sucios de barro.

“Había escuchado por la radio que podrían desaguar la presa, pero las personas aquí somos un poco cabezotas, y no nos lo creemos. Entonces, cuando me asomé por la puerta y vi que el agua iba subiendo a toda prisa, puse en lo alto todo lo que pude, cerré la puerta y corrí para la parte alta del pueblo”, se acuerda señalando con sus dedos temblorosos y llenos de callos hacia los fondos de la parcela, a pocos metros de los canales de riego que trasvasan agua del Yaque a los cultivos de plátano.

Liriano es solo una de las 2.770 personas que tuvieron que dejar sus casas rápidamente en el municipio de Monte Cristi. En todo el país, la llegada del huracán Mathew en octubre obligó a 38 mil personas a desplazarse a casas de amigos, o de familiares o a los refugios oficiales. En toda la provincia, tres de cada cuatro personas fueron afectadas por los daños causados por las lluvias y los desagües de la presa del río Yaque del Norte. Y por lo menos una de cada cuatro personas seguía sin acceso a agua potable dos meses después.

Con el agua turbia que salía de los grifos, desde hacía más de una semana Liriano luchaba por limpiar las pertenencias que los saqueadores dejaron atrás. Una mañana de miércoles lo encontramos sentado a la puerta de su casa, con las manos y los ojos cansados de quitar el barro que invadió su vivienda. Y de deshacerse de la incredulidad que le marcó el alma. Era el primer día que volvía a casa desde la inundación. Añoraba la pequeña granja de cerdos que mantenía para complementar los ingresos familiares, el aparato de televisión que había atado a más de dos metros de altura pero que el agua fangosa del Yaque logró alcanzar. Sentía además la pérdida de su vieja moto que usaba para ir al trabajo. No sabía si las demás pequeñas cosas que faltaban se las había llevado el barro o los saqueadores que rompieron el candado de la puerta mientras él estaba fuera.

En un intento de recuperar un poco de orden, en la casa y en la vida, mantuvo las botas de agua en la parte exterior de la casa. Todavía necesita lavar el suelo un par de veces más. Todavía necesita buscar esperanza. “No tengo que pensar en eso. Lo que tenía, lo perdí una vez más. Esto siempre se inunda, desde que llegué, en la década de 1980. Cuando compré la casa, hace 11 años, sabía que el terreno se inundaba. ¿Pero qué otra opción tenía yo?”

Aún queda demasiado barro para que Liriano pueda regresar a su pequeña casa de Palo Verde. La casa, el barro, la soledad seguirán allí cuando vuelva. “Cuando llegué aquí, vine con mi esposa y cinco hijos, dos mujeres y tres varones. Hoy, solo uno de mis hijos vive conmigo, pero aún así solo viene a casa los fines de semana. La vida aquí es dura. Lo puedes ver en nuestro propio cuerpo. Cuando llegué a Palo Verde yo tenía otra vida, otra piel. Pero si no vivo así, lo pierdo todo. O al menos, pierdo lo poco que todavía me queda”.

En un país como la República Dominicana, expuesta a terremotos, huracanes, sequías e inundaciones, organizaciones como Oxfam trabajan para que las personas más vulnerables estén preparadas para enfrentarse a estas catástrofes naturales. Esta preparación consiste, por ejemplo, en habilitar comités de emergencia formados por gente de la comunidad, capaces de evacuar a los vecinos y las vecinas de un barrio cuando está en peligro. También se crean refugios temporales. Y mientras, exigir a los gobernantes que garanticen una asistencia humanitaria de calidad.

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