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Picasso hace un garabato y le sale un pájaro

Foto: Sara Zorraquino / estilismo: Elena Sanz
Anatxu Zabalbeascoa

AL FINAL DE  sus días, en su casa La Californie, en Cannes, Picasso protagonizó uno de los encuentros amorosos más sonados de su vida. Sucedió mientras Jacqueline Roque y él comían. Su amigo el fotógrafo David Douglas Duncan llegó de Roma acompañado. Atravesando un jardín de palmeras y eucaliptos, el teckel de Douglas, Lump, corrió hasta el regazo del pintor, que le permitió comer de su plato. Una foto recoge ese momento. Luego Picasso lo inmortalizaría sobre otro plato. Cuando Douglas quiso regresar a su casa tuvo que dejar a su perro salchicha en Francia: el can y el artista no querían separarse.

Es conocida la afición de Picasso por los toros y la tauromaquia, pero el pintor más famoso del siglo XX tuvo además una larga relación con los perros. También con los gatos, los pájaros, los monos y, por supuesto, los caballos. Basta recorrer cualquier etapa de su obra para verlos reaparecer a todos.

El libro Birds & Other Animals With Pablo Picasso (Phaidon) recoge esa mano libre que produjo infinidad de criaturas singulares esbozadas en un solo trazo.

Cuando Picasso centraba su atención en un animal lo podía poner arrinconado, como el simio de la Familia de acróbatas con mono (1905) que está en el Konstmuseum de Gotemburgo, o en un lugar central, tirando de las personas, como en el lienzo del MOMA Muchacho desnudo con caballo o en el cartón del mismo año, 1905, Arlequín a caballo. El propio Picasso reconoció que muchas de las composiciones las tomaba directamente de la historia del arte. Así, el muchacho desnudo junto al caballo es un eco del mendigo que pide limosna a san Martín en el lienzo de El Greco que está en la National Gallery de Washington.

Con todo, puede que el caballo más conocido de Picasso sea el que ocupa el plano central del Guernica (1937). Merece la pena fijarse en él porque esta vez el animal no está tirando de ninguna persona. Está llorando. Aullando como un lobo bajo la sinrazón de la luz de la historia.

Más allá de los perros, los monos, los toros o los caballos que pintó el español más francés de todos los tiempos, los animales le brotaban a Picasso cuando hacía garabatos. El libro Birds & Other Animals With Pablo Picasso (Phaidon) recoge esa mano libre que produjo infinidad de criaturas singulares esbozadas en un solo trazo: caballos y flamencos con patas de alambre, un pavo real con velo de novia, moscas posadas en una pared, tortugas nadando, saltamontes que parecen rúbricas y hasta una lechuza que recuerda la cabeza de mármol Musa dormida de Brancusi.

Los dibujos provienen de cuadernos, traseras de otras obras o envoltorios sueltos que Picasso no parecía poder dejar en blanco. Que el pintor recordara a sus mascotas durante toda su vida lo demuestran lienzos como Paulo sobre un asno (1923), en el que retrató a su hijo disfrutando del paseo en burro. Así, los animales de Picasso pertenecen a sus recuerdos, a su obra, a su biografía y también a la familia de los bestiarios de otros artistas. El trazo hilado de sus dibujos los emparenta con los caligramas de Guillaume Apollinaire, el poeta francés que, además de acuñar el término cubismo, utilizó las palabras para dibujar gatos, peces y pájaros.

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