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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Indigno para el cargo

Las declaraciones del presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem, son racistas y machistas

El presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem.
El presidente del Eurogrupo, Jeroen Dijsselbloem. Eric Vidal (REUTERS)

El presidente del Eurogrupo, el holandés Jeroen Dijsselbloem, no ha pedido disculpas por sus declaraciones racistas y machistas a un periódico alemán. Al revés, al contextualizarlas y argumentarlas, las ha confirmado.

El ministro holandés en funciones acusó a los países del Sur europeo de gastarse todo su dinero “en alcohol y mujeres y a continuación pedir ayuda”. Reitera así los despropósitos de la extrema derecha de su país, y actualiza la vieja acusación de “pigs” (cerdos) a los países mediterráneos que su insidioso predecesor Gerrit Zalm les colgó en los años noventa.

Aquella estupidez es hoy una afrenta política. El rebuzno resucita la fragmentación financiera, psicológica y política Norte-Sur en la UE, un paralizante legado de la crisis, aún en vías de sutura.

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El exabrupto corona su deficiente trayectoria en el Eurogrupo. Empezó intentando (por ignorancia) medidas ilegales en el rescate a Chipre, como confiscar los depósitos bancarios asegurados por la directiva de Fondos de Garantía.

Luego, aunque mostró más mano izquierda, incumplió lo esencial de su misión. No atemperó los excesos de la política económica de austeridad que agravó la recesión, en lo que dejó sola a la Comisión, que pasó de la política fiscal restrictiva a otra neutral, pero no expansiva. Tampoco hizo nada por institucionalizar el Eurogrupo —un ente decisivo, pero un auténtico ovni legal en la galaxia comunitaria— en la línea del documento de los cinco presidentes: línea presupuestaria propia, comisión específica en el Parlamento...

Solo destacó palmeando los designios austericidas del alemán Wolfgang Schäuble, pero en versión zafia. Y ahora se atrinchera en la poltrona del Eurogrupo cuando su partido laborista acaba de desplomarse, por ejemplos como el suyo. Pero un (pronto) no-ministro no puede, reglamento en mano, presidir a sus colegas. Y menos si esparce prejuicios de este calado.

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