De vírgenes y helicópteros
LA PRIMERA VEZ que un papa visitó Sicilia fue en 1982. Era Juan Pablo II. Aquel fue un año tremendo de asesinatos y, además, en medio de la peor guerra de clanes de la historia de Cosa Nostra, 152 muertos solo en Palermo. El viaje, por tanto, era muy esperado y tenía un gran significado simbólico. La Mafia ha tenido siempre un instinto especial para manejarse en ese terreno, el de los símbolos, marketing diríamos hoy, porque su supremacía se basa en el dominio del espacio público por el terror. Ese hombre de blanco, jefe de la Iglesia católica, era un peligroso intruso que no se podía subestimar. La Mafia lo desactivó de una manera muy sutil: el chófer del Papa fue uno de sus hombres, Angelo Siino, del clan de los Corleoneses. Es decir, era el crimen organizado el que le paseaba por Palermo, como para decir que seguía con el control de la situación, al volante literalmente. Juan Pablo II no se refirió a la Mafia en ninguno de sus discursos. Y fueron 13 en dos días. Hay que hacerlo adrede, obviamente, ni despistado te sale. Wojtyla se acercó a Sicilia como a uno de esos regímenes autoritarios en los que la diplomacia vaticana aconseja no meterse en líos.
A Juan Pablo II le costó 11 años dar el paso, y es comprensible, porque la Iglesia no lo había hecho en más de un siglo. Por fin, en su tercera visita a Sicilia, en 1993, pronunció su histórica condena de la Mafia, pero prueba de la dificultad de hacerlo es que no figuraba en el discurso escrito. La improvisó tras un conmovedor encuentro con los padres de un magistrado asesinado por Cosa Nostra. Sus palabras rompieron una histórica y vergonzosa ambigüedad de la Iglesia en este aspecto. De hecho, a los cuatro meses asesinaron a un cura en Palermo, Pino Puglisi, conocido por sus valientes denuncias contra los clanes. Ha tenido que llegar el papa Francisco para que quedara claro del todo, porque ha excomulgado a los criminales y ha sido el primero en reunirse con las víctimas. La verdadera deslegitimación social desde la Iglesia ha empezado ahora. Pero eso, no ha hecho más que empezar. Los clanes no abandonan la calle así como así, y parece que algunos curas comprensivos con los capos, tampoco.
Este verano la procesión de san juan evangelista en corleone se detuvo en el balcón de totò riina, el capo encarcelado.
Las tradiciones religiosas y el folclore festivo han supuesto siempre un momento de puesta en escena social que la Mafia ha usurpado, con el consentimiento del párroco o alcalde o, en el mejor de los casos, sin él. Mucho más, por supuesto, en poblaciones pequeñas. El caso más clásico son las procesiones, con un saludo de respeto del paso religioso, o de la mismísima Virgen, frente a la casa de un capo. Hasta ahora no eran noticia, pero sí en los últimos dos años, porque se toman como un gesto de desafío a la Iglesia. Se han registrado decenas de casos. Uno de los más sonados, también en sentido musical, ocurrió en Paternò, provincia de Catania, en 2015: bailaron el paso ante la casa de un mafioso que está en prisión mientras la orquesta tocaba la banda sonora de El Padrino. Este verano causó escándalo que la procesión de San Juan Evangelista en Corleone se detuviera ante el balcón de Totò Riina, el sanguinario capo de los Corleoneses, encerrado con cadena perpetua. Su esposa saludó satisfecha. La investigación descubrió que uno de los cofrades era su primo. Si sugirió tener ese detalle es muy improbable que alguno de sus compadres se negara. Así funciona el miedo. Un capo de Palermo, Stefano Comandè, era incluso el superior de la Confraternidad de las Almas Santas, que protagoniza una de las más populares procesiones del Viernes Santo en la capital siciliana. Otro, Alessandro D’Ambrogio, llevaba la madonna del Carmine de la cofradía de Ballarò hasta que fue detenido en 2012. Era él mismo, el capo del barrio, el que cogía en brazos a los niños que le pasaban para que besaran a la Virgen. Otra imagen muy poderosa: el capo era el intermediario terrenal para llegar a la figura sagrada. Tras su arresto, naturalmente, la procesión se paró delante de su tienda. De pompas fúnebres, por cierto.
La imaginación de los clanes mafiosos para la autopromoción de su prepotencia es notable. Es más, casi parece que se ha disparado desde que por primera vez la Iglesia los ha vetado abiertamente. Por eso experimentan nuevas fórmulas. Una de las más llamativas fue en Nicotera, una localidad calabresa que el pasado mes de septiembre se cerró enteramente al tráfico para una boda: hasta los novios aterrizaron en helicóptero en la plaza del pueblo. El novio es considerado cercano a un clan del lugar. Hubo cierto escándalo nacional, pero tanto el alcalde como el jefe de la policía municipal aseguraron que no habían dado el permiso. Pero esa es la clave: se hizo igual, y fueron capaces de hacerlo. El Consistorio ha sido disuelto por infiltración mafiosa, y es la tercera vez. En los últimos 25 años han acabado así en torno a 270 municipios italianos.
Una banda tocando El Padrino y pétalos de rosa tirados desde un helicóptero despidieron en Roma al capo mafioso Vittorio Casamonica.
El piloto de ese helicóptero era el mismo que el verano anterior había participado en otro acto polémico, el funeral del capo Vittorio Casamonica en Roma. En aquella ocasión, había sobrevolado la ciudad lanzando pétalos de rosa. El cortejo iba con una carroza fúnebre de caballos y luego siguió en Rolls-Royce, empezaron con la música de El Padrino y culminaron con la de 2001, una odisea del espacio. Esto en la capital del país. Hace un año, en el centro de Palermo hubo nada menos que fuegos artificiales en el funeral del cuñado de otro jefe criminal. De la misma manera celebraron en Cinisi, otro pueblo siciliano, los 100 años de Procopio Di Maggio, el jefe local y entonces el más viejo de la Mafia, aunque murió poco después. El pueblo lo festejó con fuegos artificiales, seis minutos, aunque el alcalde lo había prohibido. En cambio en 2004, cuando murió Felicia Impastato, histórica heroína de la lucha contra el crimen organizado, el Ayuntamiento declaró luto oficial, pero nadie hizo ni caso, abrieron todas las tiendas. También en Reggio Calabria se celebró en 2014 con fuegos artificiales la absolución de un cura acusado de proteger a un mafioso de la ‘Ndrangheta, aunque fue porque el delito había prescrito. Hace dos meses, un obispo calabrés tuvo que intervenir para frenar a un cura de Apulia que había colocado carteles llamando a todo el pueblo a una misa en memoria de otro jefe de la ‘Ndrangheta, asesinado en Canadá. Al final se quedó en misa privada.
En Bari fueron más allá con un globo aerostático, echado a volar en las fiestas patronales tras la procesión y los fuegos artificiales. Ponía en letras grandes el nombre del temido clan local: “Familia Buscemi. Viva San Michele y San Rocco”. Todo vale para dejar claro quién manda, con ostentación chulesca. Hasta en anuncios de sacramentos. En 2015, una familia sospechosa de lazos mafiosos colocó carteles publicitarios, algunos de esos enormes de carretera, informando del bautizo del niño, con foto incluida, con este lema: “¡Esta criatura maravillosa es… cosa nostra!”. El bautismo es otro rito importante en la vida mafiosa, porque uno de sus protagonistas es una figura simbólica muy potente. El pasado 29 de diciembre, en Corleone, Salvo Riina, el hijo de Totò Riina, que estuvo ocho años en la cárcel y tiene una orden de alejamiento de su pueblo, se las ingenió para tener todos los papeles eclesiásticos en regla, como referente moral, y ser eso de su sobrina: el padrino.
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