Juan Pablo II habla contra la Mafia en Sicilia
La primera jornada de Juan Pablo II en Sicilia, donde llegó a las nueve de la mañana de ayer, estuvo llena, como siempre, de encuentros, de discursos, de saludos oficiales y de paseos en el papamóvil vidriado por las calles de la capital de la isla. No usó coche blindado.
El Papa habló a todos: a las víctimas del terremoto del valle de Bélice, donde después de catorce años de aquel terrible seísmo, que causó cuatrocientos muertos, aún 40.000 personas continúan sin casa; a las autoridades en la plaza del Politeama, a los obreros de los astilleros, a los profesores y alumnos de la universidad, a los religiosos y a los seglares. Y al Papa le dirigieron discursos todos: ministros, alcaldes el cardenal, obispos, religiosas y obreros.Pero los aplausos los acapararon sólo el Papa y un soldador eléctrico: Pietro la Mattina, que saludó al Papa en nombre de todos los trabajadores de Sicilia. Los demás recogieron sólo silencios o abucheos, como el alcalde de Palermo y el ministro Mannino. Y fueron sólo el Papa y el obrero, componente de la ejecutiva de fábrica de los astilleros de Palermo, quienes ayer hablaron explícitamente de la Mafia.
El mecánico lo hizo casi brutalmente: "Aquí, Santidad, estamos empeñados cada día en la lucha contra el cáncer de la Mafia, que con su presencia amenaza con destruir la convivencia civil de nuestra ciudad y de nuestra isla, poniendo en serio peligro el sistema democrático y sofocando el desarrollo económico y productivo, y que día tras día siega víctimas inocentes, culpables sólo de haber dedicado su empeño y su vida a la lucha contra las injusticias, los abusos y el parasitismo social".
El fenómeno marioso
Juan Pablo II nombró el "fenómeno mafioso" en su discurso en la universidad, afirmando que, si es cierto que algunas de sus manifestaciones podrán ser eliminadas con "medidas represivas", la Mafia tendrá que combatirse sobre todo "mediante una paciente formación de las conciencias".En el valle de Bélice, donde lo esperaban, en una mañana de sol y frío intenso más de 50.000 personas con pancartas que decían "Pedimos la gracia de una casa", el Papa gritó: "La barraca es una degradación que ofende y humilla". Y añadió: "¿Cómo no levantar mi voz para denunciar una situación tan penosa?" En el rostro del Papa, muy aviejado, se notaban aún los restos del agotamiento de su última maratón española.
Ante los discursos anodinos de las autoridades, hasta las prudentes palabras del Papa resonaron como revolucionarias: "Los hechos de bárbara violencia que desde hace tanto tiempo están ensangrentando las calles de esta espléndida ciudad ofenden la dignidad humana, como la ofenden también las condiciones inhumanas de vida, la discriminación en los derechos fundamentales, las desigualdades económicas y sociales".
Quien no ha respetado de ningún modo y hasta ha ofendido gravemente la llegada del Papa ha sido la Mafia, que sólo algunas horas antes de que llegase Juan Pablo Il a Palermo, en la noche anterior, llevó a cabo otros cuatro crímenes. Dos de las víctimas tenían catorce y dieciocho años, y eran culpables sólo de haber sido testigos incómodos del asesinato a sangre fría de los dos adultos.
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