_
_
_
_
_

Eduardo Hochschild, mecenas del arte peruano

El empresario minero y coleccionista de arte Eduardo Hochschild.
El empresario minero y coleccionista de arte Eduardo Hochschild.Marco Garro

Se acepta calamar gigante como obra de arte. Y también un arco iris hecho con bolsas de colores, una instalación con ventiladores e impresoras térmicas y otra que consta de una docena de portadas de vinilos. Próxima parada. Artistas peruanos en la Colección Hochschild permitirá apreciar en Madrid los trabajos de la que se puede considerar la generación más internacional de creadores contemporáneos de ese país andino. Hay una fuerte presencia de arte posconceptual y, por supuesto, también hay pintura, vídeo, fotografía, escultura, junto a algunos trabajos de los predecesores de estos jóvenes, utilizados como acentos muy bien puestos en una historia que resalta algunos de los hitos más influyentes. Desde un indigenista de los años treinta del siglo pasado como José Sabogal, un fotógrafo cuzqueño hoy mundialmente reconocido como Martín Chambi, la exquisita pintora de peculiares aires surrealistas Tilsa Tsuchiya o el pintor abstracto más reconocido, Fernando de Szyszlo.

Detrás de todo este conjunto hay un hombre de voz suave y modales atentos y desenfadados. Un empresario de peso que se siente como un joven emprendedor. Tal vez resulte poco creíble decir que la cabeza del importante grupo minero que lleva su apellido, con minas de oro y plata, y director o presidente de empresas e instituciones como Cementos Pacasmayo o Banco de Crédito del Perú, y también de centros superiores de educación técnica como TECSUP y la nueva Universidad de Ingeniería y Tecnología (UTEC), quiera romper moldes. Pero esa es su intención, y para ello se vale de una herramienta sutil y poderosa, escurridiza y difícil de aceptar por muchos. Sí, el arte ­contemporáneo.

Interior de la residencia de Hochschild en Lima, con obras de su colección.

Ciencias y artes deben ir de la mano, según Eduardo Hochschild, de 53 años. “La colección comenzó sin un plan preconcebido. Solo iba adquiriendo lo que me gustaba. Mi esposa y mi hija elegían lo que querían que se quedara en casa y fui llevando piezas a mi oficina, donde había muchas paredes vacías, porque lo que me interesa es compartir el arte”, comenta en su residencia de Lima, llena de piezas, aunque ha enviado 66 a España. “Al principio tuve que romper muchos esquemas de la gente que trabaja conmigo. Me preguntaban qué eran esas cosas raras que iba instalando entre los despachos. Hasta que convoqué un concurso de grafitis en las paredes de las oficinas, lo cual rompió por completo todos los cánones a los que se aferraban. Recuerdo haberme sentado con uno de los ejecutivos de la compañía, uno de los mayores, y me decía: ‘Eduardo, estás loco. ¿Qué estás haciendo?’. Yo respondía que, si no nos gustaba, no había problema, pintábamos la pared. Mi idea era contagiar esa creatividad, fomentar la actitud creativa en la compañía. Y ahí comienza una participación de todos con el arte”.

Hochschild recibe en la feria arco de madrid un premio al coleccionismo.

La mansión diáfana y casi laberíntica en la que vive con su esposa y cuatro hijos ha ido creciendo a medida que aumentaba la familia, dice él. Lo cierto es que ha ido creciendo también a medida que su colección de arte se expandía. Más o menos, desde 2009 ha adquirido cerca de 1.500 piezas, según uno de los asesores de su colección, Jorge Villacorta. Eso se traduciría en una compra cada dos días. Una velocidad ciertamente asombrosa, que se entiende mejor al saber que suele comprar varias obras juntas de un artista, series enteras y, a veces, exposiciones completas. “Nunca he comprado una serie a medias porque creo que es insultar al artista”, afirma.

Hochschild, ante dos obras de su colección, un cuadro de Ramiro Llona y una escultura de Szyszlo.

“Siempre me interesó mucho el arte. Cuando era estudiante en Europa y Estados Unidos, frecuentaba mucho los museos y exposiciones. Luego fui comprando algunas obras cuando me gustaban. No había nada sistemático en ello. Pero en una conferencia sobre coleccionismo a la que asistí, escuché que una verdadera colección debía centrarse en algo. Y decidí que mi tema sería el arte peruano”, explica Hochschild. “Tuve la suerte de que nadie estaba coleccionando en serio arte peruano moderno y contemporáneo en ese momento y conseguí piezas muy buenas. Siempre busco las mejores de cada artista. Me interesan mucho los creadores jóvenes de ahora: José Carlos Martinat, Sandra Gamarra, Fernando Bryce, Elena Damiani…”.

Porque algo que disfruta tanto como ver y formar su colección es la relación con el artista. “Es frecuente que pasen por mi oficina a saludarme, a conversar. No es suficiente coleccionar estas obras, es interesante tanto para los artistas como para mí promocionarlos fuera de nuestras fronteras. Por eso he querido llevarlas a Madrid y también invitarlos a ellos. No es la colección de Eduardo Hochschild, son los artistas y sus obras. Es arte vivo”, comenta.

En la biblioteca, fotografías de Martín Chambi y un raro cuadro de Fernando Bryce.

Estudió ingeniería mecánica y física. Cuando estuvo listo para empezar en la empresa minera de su padre, este lo mandó al tajo. “­Hoch­schild Mining empezó con mi tío abuelo Mauricio, que llegó de Alemania. Nací en Lima y a los 11 años me fui a estudiar a Europa. Estuve un año en Inglaterra y siete en Bélgica. La universidad la hice en Boston, en Estados Unidos; cuando terminé la carrera, en 1987, regresé a Perú a trabajar en el negocio familiar. Mi padre me envió directo a la mina, a Arcata, en Arequipa. Quiso que empezara desde abajo, literalmente. Fue muy importante convivir con los mineros. A veces, cuando vuelvo, llevo a mis hijos para que conozcan ese mundo”, dice con cierto orgullo.

La educación es otra de sus grandes pasiones. Es presidente de la UTEC, cuya sede recién construida ha ganado el premio al mejor edificio del mundo de 2016 otorgado por el Real Instituto de Arquitectos Británicos (RIBA). Un imponente edificio de concreto en el distrito de Barranco con terrazas ajardinadas, diseñado por las arquitectas irlandesas Yvonne Farrell y Shelley McNamara, de la compañía de Grafton Architects, que uno de los miembros del jurado describió como “un Machu Picchu moderno”.

A la izquierda, detalle del jardín de la residencia de Hochschild con escultura. A la derecha, Aula de la Universidad de Ingeniería y Tecnología (UTEC) en Lima, que preside Hochschild.

La universidad tiene ya firmados convenios con la Universidad de Harvard y el Massachusetts Institute of Technology, lo que facilita a sus alumnos continuar estudios en ellas. “Si bien invierto buena parte de mi tiempo en mis compañías, mi responsabilidad social la vuelco en la educación, y el arte es mi hobby. Y lo que me gusta es que finalmente va todo junto. La ingeniería tiene que ser creativa. En la UTEC, de los cinco años de carrera, uno de ellos se debe invertir desarrollando un proyecto propio. Dentro de una compañía o de forma autónoma”.

No es algo que los de ciencias deseen a priori. “Al principio había 100 alumnos, ahora hay 1.500. En un desayuno que tuve con los estudiantes en los primeros tiempos, les informé de que iban a tener que llevar cursos de arte con artistas contemporáneos. ‘No, no’, decían. ‘Queremos más matemáticas, más mecánica…’. ‘No es negociable’, les respondí. ‘Habrá cursos de arte, es suficiente con que asistan. No quiero que se conviertan en artistas. Quiero que estén expuestos al arte’. El siguiente semestre ya todos querían seguir con un segundo curso de arte. Creaste las ganas, les metiste el bicho del arte. Y el acceso a él, porque no es algo que se cruzara en sus vidas”, relata. Y añade: “Algo que tengo muy claro es que la mitad de Hollywood son ingenieros y la mitad de Internet son artistas. Los dos van muy unidos. Necesitamos a través del arte y la universidad que haya ese víncu­­lo que estimula la creatividad en el ingeniero. Y hacer que el artista consiga que sus obras se ejecuten. Porque los dos tienen que trabajar en ­conjunto”.

Escultura en el jardín del chileno Gonzalo Cienfuegos.

Eduardo Hochschild recibe en la edición de la feria Arco Madrid, que se abre el día 22, el premio al coleccionismo. La exposición de las obras de su colección, que se inaugura el 20 de febrero en la sala Alcalá 31 de la Comunidad de Madrid, tiene como comisario al canario Octavio Zaya. Junto a este privilegiado conjunto de obras no solo se podrá tomar el pulso a lo que se produce en uno de los países más pujantes de América Latina, sino que se podrá departir con algunos de los 35 artistas incluidos que vendrán a la muestra. Para Hochschild, “conocer a los artistas personalmente, hablar con ellos, es lo que nos acerca más a la comprensión de lo que hacen y la fuerza de su propuesta”.

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_