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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Cuando habla el tambor

Louga reivindica el papel de la percusión en la cultura tradicional africana en el FESFOP

José Naranjo
Los miembros del grupo El Pájaro Blanco de Guinea durante su actuación en el FESFOP 2016.
Los miembros del grupo El Pájaro Blanco de Guinea durante su actuación en el FESFOP 2016.J. Naranjo

Un día, el niño Ndiawar Seck, hijo del célebre percusionista lougatois El Hadji Mbol Seck, le preguntó a su abuelo Mateugue que por qué era tan importante la música, a lo que éste respondió: “Porque la vida no se puede entender sin ella, el primer sonido que escucha el niño es la percusión del latido del corazón de su madre. Haz una prueba, ve solo por la noche al bosque y detente un instante en silencio, escucha al viento, a los árboles, a los pájaros. Todo es música”. Cada año, la ciudad senegalesa de Louga rinde homenaje a sus orígenes con el Festival Internacional de Folclore y Percusión (FESFOP), con los tambores y la danza bien en el centro de su alma.

El ruido se escucha desde lejos. Atronador, rítmico, potente. Los 13 grupos invitados este año al FESFOP hacen su presentación en una de las calles más céntricas de Louga. Procedentes de distintos rincones de Senegal, pero también de países vecinos como Burkina Faso, Malí o Mauritania. Los percusionistas y los bailarines se van turnando sobre el asfalto en una muestra de la infinita diversidad cultural de esta región del mundo. Sin embargo, el plato fuerte estaba reservado para el final. Los guineanos de la compañía El Pájaro Blanco colocan el balafón y los yembés y, en cuanto empiezan a tocar y bailar, irrumpe una docena de acróbatas que dibujan figuras imposibles los unos sobre los otros. Imposible apartar la vista de estos jóvenes que vuelan, saltan y se dejan caer desde impresionantes alturas humanas.

El FESFOP sólo acaba de comenzar y ya promete. “¿Los guineanos? Ahí están, en esa habitación”. Ngary Mbaye, miembro de la organización, señala una puerta cerrada. Durante este festival que vio la luz en el año 2000, numerosos edificios públicos de Louga se convierten en improvisados albergues. Nada más abrir la puerta, Ibrahima Soumah, director de El Pájaro Blanco, inicia la ronda de presentaciones, que incluye tanto a personas, músicos y acróbatas, como a las grandes máscaras que sacan al escenario: Demba, diosa de la fecundidad, Atshol, el dios supremo cuyo nombre significa literalmente medicamento o el caimán Banda, que en realidad se llama Labé, el dios guerrero.

Sidati Never sufrió la polio de pequeño y ahora se mueve en silla de ruedas, lo que no le impide bailar sobre sus manos

“Nosotros somos bagas procedentes de Kakandé, en la región guineana de Boké”, asegura Soumah. Más que un grupo, el Pájaro Blanco es una gran familia. Hay primos, tíos, sobrinos, hijos, padres, novios, amigos y hasta dos gemelas, la directora adjunta Jean Cámara y su idéntica hermana Jeanette. “Empezamos en 1994”, explica Jean Cámara, “al principio tocábamos en Matoto, nuestro barrio de Conakri, por pura diversión. Usábamos bidones y palos, lo que se nos ocurría. Luego fuimos comprando instrumentos poco a poco y nos profesonalizamos”. Con el tiempo han ido afinando una suerte de combinación que muestra, por un lado, su politeísmo ancestral y tradiciones y, por otro, introduce elementos de un espectáculo moderno. “Los acróbatas los metimos para atraer la atención”. Y tanto que la atraen.

En una habitación cercana, tres jóvenes mauritanos beben té con parsimonia. Son los miembros del grupo Bamtaré Sukabe Pelital que se atreve a mezclar el reggae cantado en pulaar, hassania, bámbara o inglés con la danza africana y los yembés. Atoumane Kane asegura que denuncian el racismo, "el analfabetismo o la corrupción en nuestras letras”. Sidati Never sufrió la polio de pequeño y ahora se mueve en silla de ruedas, lo que no le impide bailar sobre sus manos en el escenario mientras el cantante ciego Sidi Beilé se esfuerza por hacer oir su voz sobre el bullicio. “La discapacidad es mental, si no la tienes en la cabeza puedes hacer cualquier cosa”, explica Hamadi Diré, quien sufrió un accidente laboral, se rompió la columna y ahora camina con la ayuda de muletas.

Grupo de percusión de Louga durante su actuación.
Grupo de percusión de Louga durante su actuación.J.Naranjo

En un edificio cercano está el grupo de percusionistas de Ziguinchor, integrado por unos 15 miembros. Al mediodía hace calor en Louga, incluso en diciembre, y los músicos se refugian del sol en las frescas habitaciones de este inmueble. Desde Casamance han traído su colección de bougarabs y souroubas, dos tipos de tambor sureños que marcan el ritmo del ekon y el linding, la danza de la circuncisión. Por la noche, ya sobre el escenario, los diolas sacan de paseo lo mejor de sí mismos en danzas frenéticas. Igualmente, el grupo de percusión de Louga y sus tambores acompasados ponen los pelos de punta.

Existe una especie de hilo invisible que conecta a Louga con el estruendoso sonido de la percusión

“Los tambores hablan. Transmiten mensajes. Siempre lo han hecho”, asiente Ndiawar Seck desde su casa. Donde se respira una pasión casi genética por la música tradicional. Su bisabuelo se llamaba Galeñ (el nombre del palo con el que se toca) y su abuelo Mateugue (literalmente, tocar el tambor). Su padre, Mbol Seck, fue durante años el tambor mayor de Louga, uno de los más grandes percusionistas que ha dado Senegal. “Con ellos se llama al curandero, se anuncia el nacimiento de un niño o se advierte de un peligro. Cada ritmo es una señal”, explica el descendiente de esta estirpe de griots que hoy difunde en España la importancia y el sentido de la percusión africana gracias a organismos como la Fundación Yehudi Menuhin.

Fue allá por el año 1976. Un grupo de emprendedores de Louga encabezados por el gran músico y dinamizador Mademba Diop alumbraba el Festival de Folclore Internacional FIFOL, que consolidaba a Louga como la capital cultural de Senegal. Aquel naciente se convirtió a partir del año 2000 en este río llamado FESFOP, un encuentro dirigido por Babacar Sarr que hace revivir cada fin de diciembre a esta capital regional situada cerca de la carretera que une a Dakar y Saint Louis. “Desde el mes de abril estamos trabajando para que todo salga bien”, asegura Ibrahima Ndoye, uno de los coordinadores del festival. “Somos unas 200 personas repartidas en 12 comisiones. El FESFOP es la puerta de entrada a Louga, uno de los festivales más importantes del país que cuenta con su propia emisora de radio”, añade.

A la noche siguiente, todos los grupos vuelven a subir al escenario. La plaza está a reventar de gente que ha venido a disfrutar de la fiesta, mientras en una calle cercana las luces de una feria iluminan los puestos de artesanía y juguetes para los niños. Algunas mujeres se arrancan con un baile entre el público. Existe una especie de hilo invisible que conecta a Louga con el estruendoso sonido de la percusión. Cuenta la leyenda que el poder de Lat Dior, el rey de Cayor que se opuso con todas sus fuerzas a la colonización francesa, residía en sus tambores. En noches de invierno como esta es como si ese poder cabalgara de nuevo por los campos de esta región de Ndiambour, como si un hilo invisible conectara de nuevo a Louga con los mensajes escritos en el viento que los no iniciados jamás comprenderán.

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Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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