Marina Willer, la reina de los logos
SUENAN LOS acordes de una bossa nova mientras Marina Willer toma un café con leche y mordisquea un cruasán del bufé libre en un hotel lisboeta. Las canciones de João Gilberto hacen que la diseñadora gráfica, autora de logos tan simbólicos como el del museo Tate Modern, se sienta “mais cerca de Brasil”. Willer creció en Curitiba, al sur del país sudamericano, pero ha sido Londres la ciudad donde se ha hecho con el título de primera socia de la oficina central de Pentagram. La consultoría de diseño gráfico más reputada e influyente del mundo tiene 21 socios repartidos en diferentes sucursales internacionales, pero solo cuatro son mujeres. Willer es la única en la sede de la capital británica. “Soy muy afortunada. Pentagram es una agencia independiente donde el trabajo se concibe artesanalmente”, explica esta enérgica creadora de 51 años, sentada en un sillón de cuero blanco que contrasta con el azul añil del vestido que luce esta mañana y que deja entrever su fibrosa figura. Son las nueve de la mañana y sus ojos marrones delatan la falta de sueño. Llegó de madrugada a Lisboa para dar una charla en el Web Summit, la cumbre internacional sobre tecnología celebrada a primeros de noviembre en la capital portuguesa. En su conferencia habló sobre cómo la falta de libertad y diversidad afecta al diseño. “Decisiones como las del Brexit repercuten en mi trabajo”, explicó. “La creatividad solo fluye en espacios multiculturales, cosmopolitas, no en sociedades cerradas”. Ella no tarda en poner su exitosa trayectoria como ejemplo.
A los 28 años dejó una prometedora carrera de publicista en São Paulo para estudiar diseño gráfico y cine en la Royal College of Art. En las aulas de esta prestigiosa universidad londinense aprendió a ver su trabajo como una forma de vida, una “continua manera de experimentar, de ponerse a prueba”. Siguiendo ese método se enfrentó a uno de sus proyectos estrella: el diseño de la identidad de la Tate Modern. Hasta dar con el original logo, Willer instaló en una sala varios proyectores que reproducían la palabra Tate que ella misma había filmado anteriormente. Luego fotografiaba aquellas imágenes desde diferentes ángulos. “Me pasé semanas interactuando con esas fotos, yuxtaponiéndolas, comparándolas…”. El resultado son unas coloridas letras que van cambiando de forma y color continuamente. Han pasado 16 años y el museo de arte moderno sigue identificándose con la criatura de Willer. Las creaciones de la diseñadora, hija de un arquitecto judío de origen checo y de una artista francesa, juegan con la sencillez y el color. Lo que pretende es que “cualquier persona reconozca el mensaje”.
Ese carácter universal de sus diseños fue lo que, según ella, atrajo a Amnistía Internacional. “Ellos buscaban uniformizar su identidad y a mí se me ocurrió crear un lenguaje propio que podrían utilizar en todas sus campañas. Ese lenguaje sería el de la urgencia”, dice. Entonces se valió de una tipografía sencilla y del color amarillo con el que se identifica a la ONG para formular frases cortas que captaran la atención. Por ejemplo, Stop human trafficking para denunciar el tráfico de personas. Cuando la creadora acaba el café, empieza a sonar La chica de Ipanema. “Brasil me inspira tanto, ¿sabe? Su luz, el mestizaje, su vitalidad”, dice dejando escapar una sonrisa. “Pero Londres es la auténtica capital del diseño”, sentencia.
Los días en los que la ciudad del Támesis amanece sin lluvia, Willer va en bicicleta desde su casa, en el lujoso barrio de Kensington, hasta la oficina de Pentagram, cerca de Nothing Hill. Un recorrido de media hora en el que la artista tiene tiempo de observar la vida de una ciudad donde las ideas pueden surgir en cualquier rincón. “En esta profesión es imposible desconectar. Para ser un buen diseñador tienes que estar hambriento de información, de vida”. Tampoco recomienda trabajar aislado. “La época de los genios ya pasó. Si se quiere llegar lejos hay que tener claro que la participación y la generosidad es básica en este mundo globalizado”.
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