Kike Sarasola: “Cada uno de mis éxitos oculta miles de fracasos”
S US HOTELES tienen nombre de persona. En la fachada del Room Mate Óscar, en la plaza de Pedro Zerolo de Madrid, una gran banderola pregunta Do you want to sleep with me? Y en el interior, Kike Sarasola (Madrid, 1963) habla de la cicatriz que recorre su cráneo. “Me invento caídas del caballo y secuestros, pero me quedó de trasplantes de pelo que me hice hace años. Siempre lo tengo que probar todo”.
De deportista de élite a empresario de éxito. ¿En qué mundo se vive mejor? Se parecen. Soy competitivo. Eso me viene del deporte, pero no me canso de decir que dos palabras deberían dejar de existir: éxito y fracaso. Cada éxito oculta miles de fracasos. En el deporte aprendes que uno gana hoy y la semana que viene empieza de cero. El deporte te enseña a volver a levantarte. Para mí fue una lección de vida. Yo trabajo con objetivos a cuatro años…
Como un político. ¡Qué horror! Viene del tiempo entre Juegos Olímpicos. En el mundo de los caballos eran mi fin, y sabía que había que alcanzar varias metas para llegar a la grande. Los negocios son lo mismo. Las tensiones también: el caballo cojea, un banco no te financia un proyecto…
¿La autoexigencia exacerbada es una consecuencia negativa del deporte? No disfrutar del camino es una herencia negativa de la competición deportiva, sí. Trato de remediarlo, pero trabajar me divierte.
Los retos son la historia de su vida. Nadie pensó nunca que podía llegar donde he llegado. Primero con los caballos: ¿cómo iba a llegar a olímpico si venía de un ambiente privilegiado y la alta competición necesita disciplina? Luego con los hoteles: ¿dónde te metes si ya está todo hecho? Me gusta ser disruptivo, ir contra corriente.
¿Ser contestatario es consecuencia de necesitar mostrarse tal cual es? Creo que sí.
Fue el primer deportista de élite en hacer pública su homosexualidad. ¿Por qué sigue siendo tabú en el deporte? En el deporte hay igual de gais que en cualquier otro lado. Pero es un mundo muy machista. La política lo era y ha cambiado. Yo necesité decirlo en casa, pero tampoco fui con una pancarta.
Hasta que fue portada de la revista Zero. Creí que era mi obligación. Pero fue por casualidad. Televisión Española hizo un reportaje de la vida cotidiana de 30 deportistas que iban a ir a los Juegos de Atlanta. Me eligieron y me siguieron. “¿No estás casado?”. “No”. “¿Vivirás con tus padres?”. “No, vivo con mi novio. Y como sois Televisión Española supongo que no podré salir”. Telefonearon al director y dijo: “Que salga”, y a partir de ahí surgió lo de Zero.
¿Nunca estuvo en el armario? En el cole.
¿Tiene malos recuerdos? No. Siempre algún gilipollas había, pero vaya, no. Siempre me he adelantado. “¿Y tú qué?”, me decían. “Maricón”, contestaba yo.
¿Eso quién se lo enseñó? Mi padre era así: irreverente. Un tipo con ideales, leal a sus amigos. Me gustaría haber heredado eso de él.
“HAY AMIGAS DE MI MADRE QUE CONSIDERAN UN HORROR MI PATERNIDAD. A ELLA, IRONÍAS DE la VIDA, EL HIJO GAY ES EL QUE LE HA DADO NIETOS. ESTÁ FELIZ”.
El mundo gay lidera la vanguardia creativa en moda o música, pero en el deporte está reprimido. ¿Por qué? Queda mucho por hacer. No tanto en las grandes ciudades como en los pueblos. España ha sido modélica aprobando el matrimonio gay. Para mí fue lo mejor que hizo Zapatero. Pero haría falta que en el fútbol o en la fórmula 1 alguien saliera del armario. Hay que entender que el raro es el que tiene prejuicios. Hay gente que nunca te va a aceptar. Tienen todo el derecho. Pero mi consejo sería que lo dijeran porque la acogida va a ser emocionante.
Hizo público que iba a votar a Ciudadanos. Y lo hice. Toda la vida he votado socialista convencido de que el mejor presidente que hemos tenido es Felipe González. Pero conocí a Pedro Sánchez y me pareció que no estaba a la altura para dirigir el PSOE.
¿Susana Díaz está a la altura? Es un animal político.
Ha cuestionado muchas cosas, pero la ideología la heredó de su padre [el empresario vasco Enrique Sarasola, fallecido en 2002], íntimo de Felipe González. Mi padre lo conoció al volver de América. Se fue a Colombia con 21 años y allí hizo mucho dinero.
¿Cómo hizo el dinero? Era un emprendedor. Jugó al fútbol con la Real Sociedad, se llamaba Pichirri, un tío muy guapo y muy ligón. Tuvo un buen puesto en un banco hasta que, con una mano delante y otra detrás, se fue a Colombia. Montó muchos negocios y con 35 años volvió a España.
Con su madre, que venía de una rica familia colombiana. Sí, de ganaderos. Mi padre estaba en contra de la dictadura, pero por lo demás no era de izquierdas. Se hizo felipista cuando conoció a Felipe González. Le gustó cómo era. Como a mí, le gustaban las personas con ideas para cambiar el mundo. He pensado muchas veces cómo podía contribuir a mejorar el mundo. ¿Vendiéndolo todo y montando una ONG en India? Es una fórmula. Pero también creo que ayudo creando puestos de trabajo en mis hoteles.
Mil empleados no es exactamente una obra de caridad. ¿Qué trato les da? Creo que bueno. Porque se quedan. Tengo dos clientes, los externos y los internos. Los internos son los roomies, mis empleados. Mi marido, Carlos, mi amigo Gorka y yo ideamos esta aventura hace 12 años. Y siempre he querido compartirla con los trabajadores. Es bueno que crean en ella. Todos los meses votamos –a partir de una serie de datos, un algoritmo complicado– cuál es el mejor hotel en comentarios, ocupación, beneficios…
Otra vez la competencia. Pero el que gana tiene un sueldo doble ese mes. Aquí las chicas que limpian las habitaciones saben qué es el Ebitda [el beneficio bruto de explotación].
Rosalía Mera, la fallecida cofundadora de Zara, compró el 30% de su empresa. ¿Por qué? Por casualidad. Yo me fijo mucho en las mujeres. Creía que el 70% de las veces la que escoge el hotel es la mujer. Pero ha salido un estudio de Stanford que dice que es el 74%. En mi empresa el 65% son mujeres.
¿Cuántas en los puestos de mando? Dos de seis. Podemos mejorar. Pero no creo en la discriminación positiva. No me fijo en el sexo. Me fijo en si la gente vale o no. A Rosalía le llegó la noticia de que ampliábamos capital. Ella estaba harta de su hotel en Madrid y vino a vernos. Venía a hablar de una inversión de millones de euros con el carrito que le habían regalado en una convención de la mujer trabajadora. ¿Te imaginas? Era auténtica. Me dijo: “Vamos a ver el hotel”. Y le contesté: “No, vamos a tomarnos una cerveza a ver qué tal nos caemos”. Tomamos tres. Le conté mi proyecto, le enseñé el hotel y me manifestó: “No sé si haremos negocios o no, pero no vuelvo a esos hoteles a los que iba”. Llamó a su oficina y anunció: “Quiero ser socia de Sarasola”. Una socia visionaria a la que he adorado.
¿Qué aportó? En aquel momento los hoteles apostaban por diversificar. Ella entendió mi visión de crear marca porque es lo que habían hecho ellos. Me llamaba y me preguntaba: “¿Cuántos has abierto?”.
Como si jugaran al Monopoly. Se metía en todo. “¿Has pensado en todos? Yo sé que tú no te maquillas, pero nosotras sí. ¿Quieres ponernos buenas luces en el baño?”. Cada vez que venía me ponía a temblar. Yo estoy orientado hacia el cliente, ella lo estaba más.
Inició su cadena de hoteles precisamente porque no encontraba un alojamiento a su gusto. Mi marido trabajaba como técnico de sonido en Televisión Española y yo era jinete. Casi no nos veíamos y decidimos montar un negocio juntos. Pensé en los tres que me gustaban: el Prêt à Manger de Londres, el Wok Café y el Hudson Hotel de Nueva York. A todos volvíamos. Los estudiamos y descartamos los más esclavos. Decidimos montar un hotel que nos gustara como clientes: desayuno hasta las 12.00, late check out…, a un precio razonable. No sabía cómo arreglar los problemas, pero sabía cuáles eran.
Lleva 23 años con su marido. Lo conocí en un bar y supe que era el hombre de mi vida. Dos cosas me han cambiado: tener los hijos que nunca pensé que podía tener y poderme casar. Cuando presento a Carlos me encanta poder decir marido para que la sociedad digiera la palabra.
¿Por qué no adoptó? Lo intenté. Pero fue un proceso tan vergonzoso –te tratan como si fueras un delincuente– que le pedí a Mercedes Milá que hiciera una cámara oculta para hacerlo público. Cualquier niño abandonado debería ser adoptado por ley. Prefiero que se equivoquen y lo tengan que sacar de un mal hogar a que el niño no tenga uno.
¿Es más difícil adoptar para una pareja gay? Para todos. Que pongan controles es necesario. Que maltraten, nefasto.
¿La gestación subrogada es solo para millonarios? Sí. Si no lo haces en un lugar caro, no tienes las garantías jurídicas que aseguran que luego podrás regresar con tu hijo. Es una hipocresía que se pueda pagar fuera y no se pueda hacer en España. Que hoy se compare la gestación subrogada [con donante de óvulo y vientre gestante de alquiler] con la trata de niños me recuerda las discusiones sobre el aborto y el divorcio de hace unos años. Hagan una buena ley y pasemos página. En España confundimos regulación con prohibición. Regular es hacer posible.
¿Conocen a la madre de los niños? No. Pero a la gestante, sí. Con los ingresos por gestar a nuestros hijos compró una casa mejor para los cinco suyos. Nos hemos ayudado mutuamente y ha sido una experiencia preciosa.
¿Quién hace el trabajo extra para educar a niños con dos padres? Procuramos ir a colegios liberales, rodearlos de familias diversas y no encerrarlos. El psicólogo nos aconsejó explicarles la verdad con sencillez y eso hacemos. Nunca he querido vivir en un gueto.
Sin embargo, acusaron a sus hoteles de ser alojamiento sectario. Sí, y salí en la prensa diciendo: “El maricón soy yo, no mis hoteles”. Insisto, no creo en los guetos: ni profesionales ni sociales. Creo que explicar en el colegio que Aitana tiene dos papás hace tanto bien a nuestra hija como a los demás niños. Soy transgresor. Pero con mi matrimonio y mi paternidad no he buscado demostrar nada, sino tener una vida como quería. Sé que hay amigas de mi madre que consideran un horror lo que he hecho. Pero a ella, ironías de la vida, el hijo gay es el que le ha dado nietos. Está feliz.
Por ella tiene doble nacionalidad española y colombiana. Sí, y creo que ahora estamos rompiendo más tabús allí que aquí.
¿Va mucho? Sí. Pasamos las Navidades con mi abuela de 98 años, en Bogotá.
“el cambio está aquí. LA BANCA RETROCEDE, LA ADMINISTRACIÓN DEBE PERDER fUNCIONARIOS. LOS EMPRENDEDORES SOMOS LOS QUE CREAMOS EL EMPLEO”.
¿Cómo ve el proceso de paz? Estoy cien por cien a favor. A veces hay que ser muy generoso. No sabría decir cuánto se puede ceder, pero sé que prefiero que mis hijos vivan con una Colombia en paz, cueste lo que cueste.
Su padre tuvo que llevar escolta. Sí. Era uno de los objetivos de ETA. El Gobierno le obligó a llevar escolta media vida. Y tengo amigos que perdieron a familiares. Por eso estoy a favor del proceso de paz.
Le aconsejó que dejara los hoteles porque estaba todo inventado. Mi familia me preguntaba que qué sabía yo de hoteles. Y yo contestaba que no me gustaban los que había.
Pero le prestaron el dinero para empezar. Sí. Y mi padre antes de morir separó esa inversión de otros negocios familiares. Mi hermano no creía en ello.
¿Cómo es su relación con su hermano? Difícil. Lo adoro, pero mi madre nos educó en competencia.
Otra vez la competición. El lado malo. Mi hermano era el guapo, el playboy, y yo, el gay, el calvito, el gordito… Lo tenía todo por hacer.
¿Qué es importante en un hotel? Las tres D: descanso, ducha y desayuno. Es lo básico, si funcionan, el cliente está contento. Luego puedes añadir: ubicación, servicio, precio…
¿Por qué odia las estrellas? Tapo la placa con un árbol porque vendo una experiencia. Tenemos hoteles de 2, 3 y 4, pero el cliente no va a notar la diferencia porque siempre damos el mismo servicio. En España debemos entrar en la etapa “re”: reinventarse, reposicionarse, repensar. El turismo es nuestra principal industria. La estructura hotelera está obsoleta.
Ha recorrido España con el programa Este hotel es un infierno. Y he visto que a los que reinvierten les va bien. Si no invertimos ahora, cuando vengan las vacas flacas nos hundiremos.
¿Por qué quiso hacer este programa de televisión? Debo de tener cara de reality, me han ofrecido trabajar en todos. Pero este era el mío. He aprendido a escuchar. He tratado de entender de dónde venían los problemas para solucionarlos de raíz. Ha sido un viaje tan duro como bonito.
Había sido actor. Lo soy. Oculto, no de culto. Pero no tiré por ahí porque ser gay, deportista olímpico y actor pensé que sería demasiado para mi padre.
¿Por eso estudió economía? No terminé la carrera porque con la peste equina tuve que irme al extranjero con mis caballos.
Pero escribió un libro, Más ideas y menos másters. Al final he aprendido haciendo.
Y defiende la economía colaborativa. Vivimos una etapa de grandes cambios. La gente joven ha buscado otra salida, ya no quiere ser banquero, quiere ser startupero. Eso es espabilar. La economía colaborativa supone optimizar recursos. El mundo ha cambiado y hay que apoyar el cambio. Creo que es el futuro de nuestro país. La banca está retrocediendo, la Administración debe perder funcionarios. Los emprendedores somos los que creamos el empleo.
Las habitaciones de sus hoteles tienen la declaración de los derechos humanos en la mesilla, pero no la Biblia. Si la tuviera tendría todos: el Corán… No soy religioso pero sí respetuoso. Además, los Papas anteriores iban en contra de lo que soy.
Pero sus hijos están bautizados… Por las abuelas.
¿Les dejaron bautizarlos? Sí. Hay curas cojonudos que entienden que el niño es el bautizado y les da igual lo que tú seas.
Ha sido muy activo en la lucha contra el sida. Sí. Tratamos de involucrar a nuestro equipo. Sacamos muchas ideas de las opiniones de los empleados.
¿Por ejemplo? El wimate, una tarjeta que permite tener wifi gratis por toda la ciudad. Se le ocurrió a una camarera. Lo mismo contra el sida. My name is in the vaccine es otra iniciativa. Ofrecemos al cliente redondear su cuenta. Euro a euro hemos recaudado este año 60.000 para la lucha contra el sida. La vacuna está cada vez más cerca, pero no hay que olvidar el problema. Los clientes de nuestros hoteles tienen la mentalidad muy abierta.
Tienen 23 hoteles, ¿cuánto quieren crecer? Este año abriremos seis más. Y hemos firmado para hacer siete más en París, San Sebastián, Fráncfort…
¿Nos explica por qué su primera hija se llama Aitana? Ah, me inventé una etimología vasca: Aitana, la hija del aita –que es el padre–, lo que somos mi marido y yo: sus dos padres.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.