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Coordinado por Lola Huete Machado

Isatou Touray, el cambio es cosa de ellas

Las mujeres fueron decisivas en la derrota de Jammeh en Gambia, aunque ahora se resiste a marchar

José Naranjo
Isatou Touray, en la sede de Gamcotrap en la capital gambiana.
Isatou Touray, en la sede de Gamcotrap en la capital gambiana.José Naranjo

Entre una nube de periodistas, Adama Barrow, presidente electo de Gambia, sale de una de las salas privadas del lujoso hotel Coco Ocean de Banjul. Vestido con su habitual bubu y gesto sonriente, camina con cierta indolencia. Todos los focos apuntan hacia él. En estos días de mediados de diciembre, este pequeño país africano se juega su futuro entre un presidente que perdió las elecciones y se niega a marcharse (Yahya Jammeh) y el aspirante opositor Barrow, ganador de los citados comicios. Sin embargo, pocos reporteros se percatan de que, un pasito por detrás del hombre de moda, vestida en esta ocasión con un traje de corte occidental, anda con paso decidido Isatou Touray, una mujer sin la que no se puede entender el vuelco político que puede vivir este país. Porque, en buena medida, la victoria electoral de la oposición y la pérdida del miedo a cambiar las cosas en Gambia ha sido cosa de ellas.

Touray nació el 17 de marzo de 1955 en Banjul, hija de un cocinero y una cultivadora de arroz. Fue precisamente su madre, Haddy Konteh, una mujer fuerte y comprometida políticamente, quien se empeñó en que la pequeña Touray fuera a la escuela en igualdad de condiciones que los chicos. Tras graduarse en 1971 y siendo aún muy joven dio sus primeros pasos como profesora rural, donde descubrió la realidad de la discriminación de la mujer en los pueblos y aldeas de su país, tanto la pobreza severa de las comunidades como las consecuencias terribles de la mutilación genital femenina. Fue entonces cuando decidió dedicar su vida a luchar para cambiar las cosas.

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Tras obtener diversos másteres y posgrados en Educación, Filosofía y Género en Nigeria, Reino Unido y Holanda, Isatou Touray canalizó buena parte de su combate a través de la ONG Gamcotrap, que centra sus esfuerzos en sensibilizar acerca de la necesidad de abandonar la práctica de la ablación. Durante años esta organización de la sociedad civil ha impulsado las ceremonias de Abandono del cuchillo en más de un millar de comunidades del país y ha contribuido, junto a la presión de organismos internacionales, a que en enero de 2016 Gambia aprobara una ley prohibiendo esta práctica tradicional.

Llegar hasta aquí no ha sido fácil y Touray, como tantos otros gambianos, ha sufrido detención y cárcel por atreverse a alzar la voz contra una costumbre que está muy arraigada sobre todo en el entorno rural. Pero el trabajo no está ni mucho menos terminado. “Aprobar una ley es importante pero no es suficiente. Sigue habiendo enormes resistencias, sobre todo allí donde la mutilación genital se asocia a la religión. Por eso tenemos que seguir informando, sensibilizando, combatiendo el desconocimiento que hay sobre este tema”, asegura.

Ha sufrido detención y cárcel por atreverse a alzar la voz contra la mutilación genital femenina, una costumbre muy arraigada

Sin embargo, si el año 2016 será recordado en Gambia lo será por lo ocurrido en las urnas y aquí también Touray ha jugado sus cartas. El pasado 14 de abril, una insólita manifestación de los dirigentes de la oposición que reclamaban cambios en el país era reprimida con violencia y acababa con la muerte en prisión de uno de ellos, Solo Sandeng. La ola de protestas posterior no generó sino más represión y detenciones. Pero la planta que el régimen intentaba arrancar tenía raíces profundas. Se estaba perdiendo el miedo. “No hablo de las manifestaciones”, asegura Isatou Jeng, una joven feminista gambiana, “esto germinó por el boca a boca, en reuniones privadas en las casas, en grupos de Whatsapp. La gente empezó a organizarse”.

Así, poco a poco, el régimen de Jammeh fue cavando su propia tumba. Ya no eran solo las violaciones de los Derechos Humanos y la represión contra opositores y periodistas críticos, denunciadas sin mucho éxito por organizaciones internacionales. El deterioro de las condiciones de vida se acrecentaba en una economía estrangulada, lo que ha forzado un auténtico éxodo de sus jóvenes hacia Europa a través de la durísima ruta libia y el Mediterráneo, conocido como el Back Way. No hay una sola familia que no tenga alguien muerto en este viaje. Madres viendo partir a sus hijos que no volverán. Madres que decidieron que ya estaba bien.

Así las cosas, Isatou Touray decide presentarse a las elecciones. Por primera vez, una mujer aspiraba a ocupar la jefatura de Estado de este pequeño país. Con una escoba como símbolo, dispuesta a barrer el pasado, la emigración y la pobreza estaban en el centro de su mensaje. Sin embargo, ocurrió algo sorprendente, antes nunca visto. Los líderes de los principales partidos políticos deciden apartar sus diferencias y presentar un solo candidato. Touray está en la jugada y es una de las favoritas, pero tras intensas discusiones se inclinan por Adama Barrow, con un perfil político más bajo, menos agresivo, menos rupturista y que cuenta además con el respaldo del principal partido opositor. Touray, candidata independiente, lo acepta y da un paso atrás a favor de una unidad que resultará clave para el vuelco político.

Entre bambalinas está su buena amiga y veterana defensora de los Derechos Humanos Fatoumata Jallow Tambajang quien hace todo lo posible por convencerla, por limar asperezas. Es ella la auténtica muñidora de la coalición, su pegamento interno. “El papel desempeñado por las mujeres en este proceso es fundamental”, asegura Touray, “hablo de todas las que han trabajado en la sombra para hacer posible un cambio en este país”. Estuvieron en primera fila en las manifestaciones y han sufrido cárcel y tortura por ello, como Fatoumata Diawara, que acaba de ser liberada. “Son quienes ven morir a sus hijos en la emigración, son las que van cada día al mercado a comprar y ven que con sus míseros ingresos no llega ni para comer, son las que más fueron a votar el pasado 1 de diciembre”, tercia la joven Isatou Jeng.

Touray estuvo en todos los actos de campaña de Barrow, le apoyó, movilizó votos, sobre todo de mujeres convencidas de la necesidad de un cambio. Tras su victoria, lo celebró como una más, convencida de que había llegado un momento histórico y dispuesta a asumir responsabilidades de gobierno. “Me siento orgullosa y feliz de haber contribuido al progreso de la democracia en este país”, aseguraba hace unos días convencida de que nada ni nadie iba a alterar el deseo de los gambianos por un cambio. Jammeh ha decidido aferrarse al poder, sumiendo al país y a la región en un escenario inédito de crisis postelectoral, pero habrá siempre y un antes y un después del momento en el que miles de mujeres de Gambia como Isatou Touray, Fatoumata Jallow, Fatoumata Diawara, Aminata Correa o Isatou Jeng dieron un paso al frente. Sin ellas no hubiera sido posible.

Sobre la firma

José Naranjo
Colaborador de EL PAÍS en África occidental, reside en Senegal desde 2011. Ha cubierto la guerra de Malí, las epidemias de ébola en Guinea, Sierra Leona, Liberia y Congo, el terrorismo en el Sahel y las rutas migratorias africanas. Sus últimos libros son 'Los Invisibles de Kolda' (Península, 2009) y 'El río que desafía al desierto' (Azulia, 2019).

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