¿Cuándo tienen las ciudades cualidades humanas?
El arquitecto Deyan Sudjic, que hoy dirige el Design Museum de Londres y que durante lustros fue crítico de arquitectura del Observer- explica en su impagable biografía B de Bauhaus que tendemos a comparar cualquier ciudad que conocemos con la ciudad de la que provenimos. Es una actitud tan comprensible como infantil porque, en realidad, querer tratar de entender algo nuevo a partir de las referencias que uno maneja es tener pocas ganas de novedades, poca capacidad de verlas y menos aún de disfrutarlas.
Sin embargo, lo que la observación del autor de, los también impagables, La arquitectura del poder o El lenguaje de las formas también revela es que la identidad –no la monumentalidad- es lo que permite distinguir las ciudades y, me atrevería a decir, lo que les confiere cualidades humanas. Es lo distinto, antes que lo perfecto, lo que tendemos a recordar. Esa diferencia puede ser tan sutil como el carácter de los comerciantes. Las tocineras que regalaban lonchas de jamón se colaron en el último pregón de la Mercé del escritor Javier Pérez Andújar. Esos comerciantes pertenecen al mismo grupo que los panaderos que obsequiaban a los niños con una rosquilla. Y conforman la identidad de un lugar tanto como una plaza con una fuente y un árbol o una fiesta popular.
La identidad de un barrio en una ciudad puede ser tan planificada como la organización de las calles o tan improvisado como los juegos de los niños en esas calles. ¿En qué piensa usted cuando piensa en su ciudad? Contestar a esa pregunta le dará una idea sobre la identidad –en general plural- de las urbes. En esto post sirve para enumerar la IDENTIDAD como el primer atributo capaz de dotar de calidad humana a una urbe. Pero hay más.
El sociólogo alemán Georg Simmel escribió que la calma, como contrapunto a la intensidad intrínseca a la gran ciudad, era un atributo necesario para poder valorar esa vida nerviosa. “Los trastornos internos son los únicos medios por los que las personalidades más conservadoras son capaces de adaptarse a los ritmos de los sucesos. “Tal vez no haya un fenómeno anímico tan exclusivo de la gran ciudad como el hastío. Es en principio la consecuencia de aquellos estímulos nerviosos de rápida alternancia y acusada contradicción, de los que nos parecía surgir también la creciente intensidad intelectual de la gran ciudad; esto explica que personas de mente débil no suelen mostrarse hastiadas”, escribió, en 1903, en el artículo Las grandes ciudades y la vida intelectual, rescatado ahora por Hermida Editores –con traducción de J. Rafel Hernández Arias-.
El propio Simmel, autor de un discurso tan lúcido como a veces encriptado y farragoso, advierte frente a la tentación de intelectualizar las ciudades. “El hombre puramente intelectual es indiferente hacia toda realidad individual, porque de ésta se derivan relaciones y reacciones que no llegan a comprenderse del todo sirviéndose de razonamientos lógicos”. También alerta contra la tentación de equiparar libertad con bienestar emocional. Y contra la “oferta de crear necesidades nuevas, cada vez más originales en el consumidor”. Así, la CALMA para contrarestar la INTENSIDAD, esto es la convivencia entre ambas, podría ser otra característica de las ciudades más humanas.
El tercer atributo podría ser el TAMAÑO. Que esto hoy parezca nostálgico o casi retrógrado no le resta razón. El sabio Lewis Mumford no se cansó de escribir que ninguna cultura superó a la del final de la Edad de Hielo, “cuando el largo proceso de domesticación culminó en el establecimiento de comunidades pequeñas y estables con una provisión de alimentos abundante y variada. El excedente era entonces el seguro para el futuro de los más jóvenes”. Mumford asegura en sus ensayo Interpretaciones y pronósticos, que este año ha traducido Diego Luis Sanromán para la editorial Pepitas de calabaza que hasta Platón reconoció en esas comunidades cualidades humanas, aunque no hiciera ningún intento por recuperarlas.
Mumford explica que la sociedad multirracial, o pluricultural, no aparece ni en Aristóteles ni en Platón. Tampoco los cambios de clase, que eran imposibles entre los diversos estamentos. ¿Cómo puede ser que incluso los griegos vieran tan pocas alternativas a su vida cotidiana? ¿Será eso lo que humaniza las ciudades? ¿Las alternativas? La gran lección de la ciudad arquetípica es el poder de la acción humana.
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