El Open Data en la encrucijada
Necesitamos más datos para reducir la desigualdad de nuestras ciudades y crear sociedades inclusivas
El Open Data ya no es un concepto nuevo, aunque no ha terminado su recorrido, empezando ya una deseable evolución y transición no exenta de desafíos: ha empezado el cambio de foco desde el lado de la oferta (los datos) y sus operadores, al de la demanda (los ciudadanos) y sus retos. Alrededor de este eje gira el debate que se lleva a cabo estos días en Madrid, en el International Open Data Congress (IODC), así como en los eventos paralelos que se han ido celebrando en la ciudad como el Open Cities o el taller internacional Visualizar’16. El Open Data está en una encrucijada: ¿hacia adónde avanza?
No existen dudas respecto al hecho de que la apertura de datos ha provocado cambios profundos: mejoras en la transparencia de la acción de los Gobiernos —e incluso en la toma de decisiones—, en el empoderamiento de los ciudadanos, o en la creación de nuevas oportunidades para el emprendimiento económico y social. De todo ello hay pruebas suficientes, incluso con múltiples recopilatorios que tratan de documentar cada efecto en distintos países. En este sentido, recomiendo consultar el observatorio que mantiene activo el grupo de investigación GovLab y los casos de estudio que han identificado y analizado.
Pero todo este desarrollo no esconde que, parece, el movimiento se ha estancado. Por ejemplo, ahora sabemos que actuar con la finalidad de abrir el mayor número de datos pensando que alguien los usará no es suficiente. Buena parte de los datasets que se han publicado estos últimos años en los portales de datos abiertos han corrido exactamente la misma suerte: el olvido. Esto no quiere decir que su publicación haya sido inútil. Se ha conseguido el primer objetivo que no era otro que su salida a la luz, pero no ha podido cumplir con el principio de utilidad que se le presupone. Buena parte del problema radica en que la apertura no es suficiente sino se garantizan tres procesos adicionales: usabilidad, reutilización y creación de nuevos datos que permitan nuevas visiones de la realidad y sus relaciones causales o condicionales. Se trata de abrir datos para ver de nuevo —o mejor— la realidad para gobernarla y transformarla. Maneras de ver, maneras de pensar.
Como apunta Fabrizio Scollini, coordinador de investigaciones de la Iniciativa Latinoamericana para los Datos Abiertos, Entramos en la fase de hacer que estos datos no sólo sean públicos sino que además sean útiles. Los problemas están bien identificados: limitaciones para acceder y reutilizar los datos a causa de las barreras técnicas, desconocimiento por parte del gran público y falta de empuje por parte de las Administraciones para fomentar la colaboración entre ellas y el ámbito privado y la sociedad civil.
Existe un cierto consenso acerca de la necesidad de prestar mayor atención a la demanda, es decir, a la ciudadanía (y sus organizaciones sociales y económicas) y el uso que ésta hace de los datos, sus necesidades, cuál es el recorrido de los mismos una vez que están abiertos, los paquetes y los formatos que más se han utilizado, etc. Se trata de definir unos indicadores comunes y ponerse a medir qué está ocurriendo. Un proceso de monitorización que es un paso imprescindible, si queremos avanzar.
Lo que genera valor no son los datos, sino las personas que trabajan con ellos y las nuevas soluciones que se imaginan de retos y procesos al disponer de nueva información
Lo que está frenando este proceso de medición es que no todos describimos igual los datos abiertos. No existe un consenso global alrededor de cuáles son los datos clave, aquellos que son más utilizados, ni tampoco acerca de los marcadores que identifican estos datos. En otras palabras, no tenemos un lenguaje universal con el que entendernos y poder pensar soluciones conjuntas que nos ayuden a poner al usuario en el centro del proceso.
En el fondo, de lo que estamos hablando es de cambiar el punto de vista. Entender que lo que genera valor no son los datos, sino las personas que trabajan con ellos y las nuevas soluciones que se imaginan de retos y procesos al disponer de nueva información que les abre o mejora la perspectiva de abordaje. El dilema es cómo nos acercamos a estas personas con un tema tan poco atractivo para el gran público como las bases de datos. Enrique Zapata, adjunto a la Dirección General de Datos Abiertos de México, describe así la problemática: "Tan solo diciendo la palabras datos ya generas una barrera entre tú y la persona con la que te comunicas. Debemos asumir que los datos son un concepto aburrido para mucha gente y que llegar a ellos tiene que ver también con cómo explicamos los cambios que se están produciendo".
Este es el escenario en el que están trabajando muchas Administraciones alrededor del mundo. Abrir al máximo la información pública y, una vez que está online, trabajar para acercarla realmente a los ciudadanos. Como apuntó en su charla en Open Cities Amen Ra Mashariki, director de la estrategia de Open Data del Ayuntamiento de Nueva York, al final su trabajo sólo tiene sentido si logra empoderar a los neoyorkinos para que usen los datos en su beneficio. En palabras de Mashariki, "todas nuestras acciones persiguen dos objetivos: localizar aquella información que aún permanece cerrada y abrirla, y hacer que estos datos sean usables, que la gente no sólo tenga acceso sino que pueda trabajar con ellos. El motivo es muy sencillo: ellos son los propietarios de estos datos".
Quizá el mayor aprendizaje de estos últimos años sea que lo importante no son los datos en sí sino su capacidad para producir cambios. En este sentido, estamos frente a un profundo desafío contradictorio: los datos abiertos avanzan y, paradójicamente, las sociedades urbanas se cierran más o se fracturan. El 75% de las ciudades son más desiguales que hace 20 años. Esta durísima conclusión se desprende del Informe Mundial de Ciudades 2016, publicado el pasado mayo, y presentado esta semana en Madrid con motivo del Día Internacional del Hábitat, y a tan solo dos semanas del inicio de Habitat III. Necesitamos más datos pero para mejorar el buen gobierno de nuestras ciudades: el que reduce las desigualdades, el que crea oportunidades, el que mejora la gestión de los recursos públicos. Datos abiertos para sociedades abiertas, inclusivas, sostenibles. Esta es la encrucijada que debemos resolver.
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