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Reformular el icono de los perfumes

Otto / Galliera / Roger-Viollet
Elsa Fernández-Santos

TAMBIÉN EN EL universo etéreo y pausado de los perfumes, el siglo XXI logra sus conquistas. Chanel Nº 5, la fragancia más icónica del pasado milenio, se adapta a los nuevos tiempos rebautizada como Nº 5 L’Eau. Para ello, según explica el perfumista y actual nariz de la casa francesa, Olivier Polge —su creador, o más bien reformulador—, se han modificado sus “acordes y notas”. Semántica musical que, aplicada al olfato, se podría traducir por un lampedusiano “que algo cambie para que todo siga igual”. Aunque tal vez resulte osado tratar de descifrar un trabajo cuya técnica está en manos de un selecto club de expertos y en el que los sentidos y el laboratorio desempeñan un papel sustancial.

Polge, sobra decirlo, es a sus 41 años uno de estos gurús del perfume que –para que no decaiga el símil musical– se refiere al nuevo producto como a una milimetrada “nueva composición”. Detrás de algo tan inasible hay una densa cadena humana, tecnológica e industrial que, precisamente, nace en Grasse, población al sur de Francia, de donde es oriundo Polge y donde madura la exquisita rosa centifolia, clave en la base del Nº 5 y cuyo destilado absoluto se obtiene en la misma finca en la que se celebra la entrevista con el perfumista.

Recogida de la rosa centifolia.

Con un manto rosa a sus espaldas, Polge intenta poner en palabras lo que le ha supuesto el reto de reinterpretar un clásico. “Estamos intentando hablar a las nuevas generaciones, que tienen otra relación con las fragancias, pero sin traicionar lo que nos diferencia”, afirma sobre una fórmula que pretende ser menos “vestida” que la original, “más libre y fresca”. “Es más difícil reescribir un perfume que crear uno de la nada”, asegura. “Trabajar con la memoria y con una identidad tan poderosa como la del Nº 5 es un desafío complejo”.

Creado en su primera versión en 1921 por Ernest Beaux, este perfume cambió el relato de la historia de la belleza. Por primera vez, un embotellado se alejaba de los olores básicos para ofrecer uno compuesto en el que naturaleza y química se daban la mano. El Nº 5 no quería reproducir solo el aroma de lilas, rosas o jazmines, sino crear un mezcla abiertamente artificiosa, capaz de invocar una nueva y audaz frontera femenina.

Recogida y tratamiento de la rosa centifolia, pilar de la fragancia de Chanel. / SANCHO CAMPARDO

Como tantas veces, Gabrielle Chanel dio en la diana y la leyenda del frasco (sencillo) y su contenido (complejo) perpetúa su olfato. Entre 1921 y 2008, el Nº 5 ha conocido cuatro versiones. Dos firmadas por Beaux y otras dos por Jacques Polge, padre de Oliver Polge, maestro perfumista de Chanel hasta su jubilación y, a sus 73 años, toda una institución.

“Mi padre creció en Grasse. Este campo ha formado parte de nuestras vidas desde siempre”, recuerda Olivier. “Yo no quería seguir su pasos, pero tampoco tenía muy claro qué hacer, así que con 18 años pasé un verano en su taller y con 20 dejé mis estudios de Historia del Arte. Fue la experiencia en el campo lo que me empujó definitivamente. Hay algo muy material detrás de una fragancia, y esa relación con los cultivos, las cosechas y la fábrica da una dimensión apasionante a cada investigación y a cada producto”.

Campo de rosas en Grasse, al sur de Francia.

Los frascos, sin etiquetas pero con nuevos olores, eran moneda común en la casa; recuerda cómo usó durante años Egoïste antes de que existiese como tal. “Para mí, una buena nariz requiere una cualidad por encima de todas: imaginación. La técnica es importante, por supuesto, pero hay que ir más allá. Hay que saber sorprender”.

Entre sus trabajos más celebrados está Misia, creación en honor a Misia Sert (musa parisiense e íntima amiga de Coco Chanel), que invoca ese aroma cargado y exótico de las vanguardias artísticas. Rata de laboratorio, Polge se define como un artesano obsesionado con fórmulas y detalles. “En un mundo en exceso visual, el perfume apela a nuestro inconsciente, nos muestra y revela”.

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Sobre la firma

Elsa Fernández-Santos
Crítica de cine en EL PAÍS y columnista en ICON y SModa. Durante 25 años fue periodista cultural, especializada en cine, en este periódico. Colaboradora del Archivo Lafuente, para el que ha comisariado exposiciones, y del programa de La2 'Historia de Nuestro Cine'. Escribió un libro-entrevista con Manolo Blahnik y el relato ilustrado ‘La bombilla’

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