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"Los pilotos deberíamos poder fumar fuera durante los vuelos"

Manuel Vázquez

EL PILOTO catalán David Palamós Guaçmair lleva toda su vida profesional intentando convencer a las aerolíneas para que sean más humanas y menos estrictas con los pasajeros y con la propia tripulación, esclava de las normativas. Lleva años intentando “normalizar” la experiencia de subirse a un avión, y para ello cuelga ambientadores de pino, dispone fundas de ganchillo en los asientos y se detiene en las cunetas siempre que alguien se marea un poco o necesita estirar las piernas.

Le multaron por pedir una pizza a domicilio para sus pasajeros en pleno vuelo Madrid-Londres. Y eso que le di cinco euros de propina al chaval de la moto. Mire, lo único que pido es que en mi avión la gente pueda sentirse como en casa. A veces salgo de la cabina para sentarme con los pasajeros a ver una película y me pongo el pijama y todo. Todos los snacks que se sirven en mi avión los preparo yo mismo con una sandwichera que tengo en el asiento del copiloto. Últimamente quizá doy un rodeo en el trayecto y aterrizo en un bar de carretera que yo conozco y donde se come muy bien. Si ves algún Airbus aparcado junto a un restaurante es que allí se come bien.

¿Agradecen los pasajeros esos gestos? Yo creo que sí, porque en los últimos años coger un avión se ha ido convirtiendo en una experiencia muy fría y yo he recuperado cierta calidez.

Pegando un peluche de Garfield con ventosas en la ventanilla del avión… Que Aena me obligará a retirar. Igual que la pegatina de “Papá, no corras” encima de los botones del panel de mandos. Es que los aviones cogen unas velocidades que no son normales.

¿Hará caso al requerimiento de Aena? Ni hablar. Son unos estirados y unos siesos. Insistí en que le instalaran a mi avión unos alerones  guapos y no me hicieron caso.

Un aterrizaje de emergencia tiene más magia que un aterrizaje normal.

Los aviones ya tienen alas. Hablo de alerones de esos deportivos, para que parezca más aerodinámico. También me gusta poner la música muy alta y volar con las puertas abiertas para tronar a los vecinos.

Le han acusado de hacer aterrizajes de emergencia por puro capricho, sin que exista tal emergencia. Es que un aterrizaje de emergencia tiene más magia que un aterrizaje normal. Los niños agradecen mucho la experiencia porque se abren los toboganes hinchables y caen las máscaras del techo. Me gustaría que el oxígeno de las máscaras estuviera perfumado con olor a gofre con helado de vainilla y fresa, pero esa es otra guerra en la que ya me he rendido.

Tres auxiliares de vuelo que viajaban con usted fueron atropellados por otra aeronave. ¿Cómo pudo ocurrir esto? Pobres chavales. Les pedí que bajaran a la pista para ayudarme a aparcar. Iban diciéndome “atrás, atrás, para, para” y de repente les aterrizó encima un capullo. ¿Y sabe por qué? Por los controladores, que nos lían.

Usted no hace caso de los controladores. Cuando yo piloto, no se oye más radio que Radiolé. Me molesta tener a un tío diciéndome cómo tengo que pilotar, o si es por la izquierda o por la derecha. El piloto soy yo.

Lo de prohibir el tabaco tampoco lo lleva bien. Entiendo que dentro no se pueda, pero como trabajador tengo derecho a salir a fumar aunque sean 10 minutos.

¿En pleno vuelo? Claro. Dejas el avión en punto muerto y te sientas en el ala, que hace fresco.

¿Cómo consiguió usted la licencia para pilotar aviones? ¿Qué licencia? Yo curro para una low cost. El único requisito para pilotar es llevar unas Ray-Ban del modelo aviador.

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