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Barreras para el VIH en el ‘Corredor’ del sur de África

Un programa en la ruta comercial más transitada del sur del continente trata de detener la expansión del sida entre las poblaciones con más riesgo

Cecilia distribuye lubricantes en Monikera place.
Cecilia distribuye lubricantes en Monikera place.Aurelie Baumel (MSF)
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En muchos contextos en los que trabajamos, las llamadas poblaciones clave, como las trabajadoras sexuales y los hombres que tienen sexo con hombres corren mayor riesgo de contraer el VIH. Así, en África subsahariana, las trabajadoras sexuales tienen 14 veces más peligro de contraer el VIH que la población en general, y en el caso de los hombres que tienen sexo con hombres el riesgo se multiplica por 19. Sin embargo, son precisamente estos grupos de población quienes tienen un menor acceso al tratamiento con antirretrovirales (ARV) a causa del estigma, la discriminación, su estatus legal y su alta movilidad.

Los nuevos métodos de prevención del VIH, como la profilaxis previa a la exposición, (PreP por sus siglas en inglés) son una herramienta prometedora para reducir la progresión de la pandemia. A pesar de esto, el acceso a estas nuevas técnicas sigue siendo limitado en las áreas más afectadas del sur de África. En enero de 2014, MSF pusimos en marcha un ambicioso proyecto en una zona conocida como el ‘Corredor’, una ruta comercial empleada por los camioneros que transportan mercancías por todo el sur del continente. El programa tiene como objetivo encontrar formas innovadoras de incrementar el acceso a medicamentos antirretrovirales vitales y lograr una mayor adherencia al tratamiento y a la PreP en las poblaciones clave.

Beira, nudo del comercio del sur de África

Beira es una ciudad portuaria muy transitada, un punto que supone el punto de partida y de destino de las rutas de camiones en el sur del continente. Para muchas mujeres se trata del lugar donde está el dinero y no en sus pobres aldeas de Zimbabue. Cuando el sexo se vende por una cantidad tan exigua como 50 meticales de Mozambique (poco más de 60 céntimos de euro) se necesitan muchos clientes para poder hacer llegar dinero a sus familias. "Es puro negocio, ya sabes, no hay tiempo para el romance. El tipo tiene que estar preparado desde el principio. Si no termina rápido, paga más o peor para él", me dice Edna.

No solo se trata de una cuestión de promover el uso del condón, sino también de incrementar la baja cobertura de los antirretrovirales

Viajamos de noche a lo largo de los puntos calientes de Beira (Mozambique). En el primer barrio, varias mujeres nos esperan en la oscuridad bajo enormes cocoteros con los pies en la arena. “Aquí trabajan, sobre todo, chicas mozambiqueñas”, nos explica Sandrine Leymarie, trabajadora de MSF en el área de apoyo a pacientes. Sandrine nos señala un cuarto abierto detrás de una tienda con el suelo cubierto de basura. Es el lugar donde tienen lugar las transacciones sexuales, la cruda realidad detrás de la aparente postal que ofrece el vecindario a primera vista.

En el centro de la ciudad, en la Avenida Robert Mugabe, vemos grupos de mujeres con faldas cortas y blusas abiertas que esperan a sus clientes. Son, en su mayoría, de Zimbabue. Un estudio realizado en 2012 contabilizó 714 trabajadoras sexuales profesionales (mujeres que tienen más de siete clientes al mes) en Beira. La cifra puede alcanzar las 7.000 si se suman a quienes se dedican al trabajo sexual de forma esporádica. Durante los primeros 18 meses de actividades, nuestro proyecto Corredor de MSF en la ciudad ha contactado con 600 trabajadoras sexuales gracias la labor de un equipo de educadores de pares.

Es lunes, una noche tranquila, pero aun así, el negocio del sexo está en todas partes. Sin embargo, no hay preservativos disponibles. Si MSF u otras ONG no los distribuyéremos gratis, las trabajadoras sexuales necesitan emplear el escaso dinero que reciben para comprar la que constituye su única protección frente al VIH. No es de extrañar, entonces, que el virus esté muy extendido: el 30% de las mujeres encuestadas por MSF que hacía un año eran VIH negativo, habían contraído el virus en un lapso de 12 meses, la mayor tasa de seroconversión jamás registrada en Beira.

La falta de preservativos gratuitos y la dificultad para conseguir que los clientes los usen son algunos de los muchos obstáculos para acceder a la protección del VIH para mujeres que tienen un elevado riesgo de infección. Muchas trabajadores sexuales zimbabuenses son especialmente reticentes a ir las clínicas por temor a ser estigmatizadas y discriminadas. Tampoco tienen acceso a medicación profiláctica después de la exposición aunque existen fármacos que previenen que contraigan el VIH tras mantener relaciones sin protección.

Mary, 35 años, es trabajadora sexual en Zalewa, Malawi

"Empecé a dedicarme a esto hace 14 años. Me casé brevemente con uno de mis clientes, pero nuestro matrimonio no duró: abusaba de mí y me golpeaba así que nos divorciamos. Mis dos hijos, de 12 y 14 años se quedaron conmigo en Zalewa. Cuando tengo que desplazarme para trabajar en otros lugares se quedan con su abuela. Nunca traería a un cliente a mi casa, los niños no pueden saber qué hago por dinero.

Sé que corro un gran riesgo de contraer el VIH, pero es muy difícil imponer el uso del preservativo a los clientes. Si insisten en hacerlo sin protección a veces tengo que aceptarlo porque necesito el dinero. Normalmente, cada cliente paga 2.000 kwachas (2,5 euros), pero hay ocasiones en las que solo me dan la mitad, y la verdad es que no puedo discutir.

La última vez que tuve un cliente que se negó a usar condón fue el mes pasado. Después, me sentí fatal. Sentí lástima por mí misma. Lástima y miedo. No podía dejar de darle vueltas ¿Me habría contagiado? Finalmente me hice la prueba del VIH y por suerte dio negativo. De verdad que quiero seguir el consejo de Cecilia, la educadora de pares: sin preservativo no hay sexo. Es muy útil tener consejeros y promotores de salud a los que recurrir; vienen y hablan con nosotros, nos dan preservativos y lubricante. Confiamos en ellos, son como nuestros ángeles".

Gloria, una mujer de Zimbabue que vive con VIH desde hace 10 años, viaja regularmente a su hogar o pide que le traigan los antirretrovirales a Beira. Gloria está orgullosa de tener supresión viral y de que, por tanto, su bebé de ocho meses sea VIH negativo. Pero esta solución no es sostenible para las miles de mujeres extranjeras que requieren protección contra el VIH. "Entonces, ¿necesitamos para tratar en primer lugar un sistema de salud enfermo?", nos pregunta retóricamente Christophe Cristin, coordinador de MSF en Beira

Cecilia Mondar Khanje, 30 años. Antigua trabajadora sexual, ahora es educadora de pares de MSF

“Cuando MSF llegó aquí en julio de 2014, un consejero me preguntó si podía ayudarles a llegar a las trabajadores sexuales para empezar su programa frente al VIH. Les enseñé todos los lugares donde trabajan las chicas en Zalewa. Cuando MSF creó la figura de educadores de pares me seleccionaron.

Zalewa es una zona ‘caliente’ porque está en pleno corredor: la gente que llega a Malaui desde Sudáfrica, Zimbabue, Mozambique... todos ellos pasan por Zalewa, sobre todo los camioneros. Además, aquí hay una fábrica de motores y en marzo muchos hombres llegan a la zona para trabajar en la cosecha de mandarina.

Como educadora, mi rol es ayudar a los equipos de MSF a establecer contacto con las chicas. Si alguna abandona el tratamiento, mi función es buscarla y animarla a que vuelva. Todos los días hablo con las chicas sobre higiene, enfermedades de transmisión sexual, pruebas de tuberculosis, etc. Trabajo codo con codo con el consejero: conseguimos que las mujeres se hagan la prueba de VIH; si sale negativo, les explicamos cómo mantenerse protegidas y libres del virus. Si, desgraciadamente, el resultado es positivo les orientamos para que acudan a la clínica para recibir tratamiento. Están dispuestas a ir porque todo se mantiene confidencial y, a diferencia de lo que sucede en otras clínicas, el personal de salud no las trata mal ni las estigmatiza por su trabajo. El hecho de que tanto la medicación como la atención sean gratis también ayuda mucho”.

Hay un gran consenso entre quienes formulan las políticas de VIH y los donantes: los grupos que se encuentran en mayor riesgo deben ser una meta de los proyectos más ambiciosos contra el VIH puesto que son claves para controlar la epidemia. No solo se trata de una cuestión de promover el uso del condón, sino también de incrementar la baja cobertura de los antirretrovirales dado que se ha demostrado que reduce drásticamente el riesgo de transmisión del virus. Pero cómo hacerlo sigue siendo una pregunta sin respuesta.

Con el proyecto Corredor, estamos probando distintas alternativas para aumentar el acceso y mejorar la adherencia al tratamiento. En Mozambique y Malaui, nuestros programas apoyan el tratamiento de 3.800 trabajadoras sexuales y 4.500 conductores de camiones (muchos de ellos son sus clientes). También hemos comenzado a trabajar con hombres que mantienen relaciones sexuales con otros hombres, un grupo al que es extremadamente difícil de acceder debido a la profunda discriminación y criminalización hacia su forma de vida en Malaui y, hasta hace poco, en Mozambique. El objetivo que nos hemos marcado es llegar a 200 de ellos para proporcionales tratamiento y garantizarles una atención adecuada. “Nuestro sueño es encontrar una forma de asegurar la continuidad de la atención médica de estos grupos vulnerables y que tienen una alta movilidad”, me dice Marc Biot, coordinador de operaciones de MSF para el sur de África.

El primer obstáculo que hemos tenido que superar ha sido lograr que los propios equipos locales estuvieran dispuestos a trabajar con poblaciones tan estigmatizadas. En Beira, conseguimos un gran avance al incorporar como promotores de salud a nueve antiguas trabajadoras sexuales y a dos hombres de Lambda, la única asociación mozambiqueña de hombres que mantienen relaciones sexuales con hombres. También fue todo un reto ganar la confianza de estos pacientes que, desgraciadamente, están acostumbrados a la discriminación y a desconfiar de los desconocidos.

Llegar a las poblaciones más vulnerables requiere una considerable inversión de tiempo y recursos humanos. Quién mejor que un trabajador sexual, antiguo o en activo, para entender de dónde vienen, e imitar en la calle y a plena luz del día, cómo se debe colocar un preservativo femenino, mientras escucha las risas de quienes se preparan para una noche difícil con 20 clientes.

“Estoy orgullosa de trabajar como promotora de la salud: siento que soy un buen ejemplo para las demás trabajadoras sexuales”, nos dice Cecilia Mondar Khanje, promotora de salud de MSF en Zalewa, Malaui. “Estoy feliz de ayudarlas porque sé que soy parte de ellas, me pongo en su piel. Las chicas me conocen, me ven con ellas todos los días y el resultado es que confían en mí más que en nadie ¡Y es muy difícil de ganarse su confianza!".

*Los nombres de las trabajadoras sexuales han sido modificados.

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