Una casa para 150 hermanos
En Mozambique hay dos millones de menores huérfanos. Una cuarta parte ha perdido a sus padres por el sida. Instituciones como Casa do Gaiato suplen las carencias del sistema de acogida del país
La comida termina con aplausos y cánticos. Hoy toca celebración porque Sergio Vasco ha venido con unos compañeros de trabajo desde Maputo, capital de Mozambique, de visita a casa de sus padres, tías y los 150 hermanos que conviven en Casa do Gaiato. Este hogar para niños de la calle, huérfanos o abandonados, situado en Massaca a tres horas en coche de la ciudad, fue el hogar de Sergio desde que tenía 12 años. “Para ser sincero y claro: estaba perdido. Tengo amigos de entonces que ahora son criminales o alcohólicos. Lo mío fue un milagro”, recuerda su llegada a la Casa después de haber sido abandonado por su madre y del fallecimiento del padre.
Han pasado 20 años desde que Sergio fuera adoptado por su nueva “familia”. “Son los que me han criado”, aclara. Llegó por el camino de tierra que lleva al centro solo con una maleta de ropa que, desde el momento en el que entró, pasó a ser de todos. Las zapatillas, camisetas, balones, toallas o cualquier otro objeto son compartidos, fue lo primero que le explicó “mamá”. Como todos los niños que residen en la casa y los centenares que han pasado por allí, el ex gaiato llama así a Quiteria Torres, la monja que colgó el hábito para fundar este hogar junto con José María Ferreira, el “padre”, hace 25 años. A sus 55 y 82 respectivamente siguen dirigiendo el lugar, con el apoyo de María José Castro, una enfermera gallega que llegó en el 2000 para quedarse unos meses como voluntaria y que hoy es “tía María”.
“La mayoría de los niños que viven de la casa son huérfanos del sida. Otros son abandonados por sus madres cuando conocen a un segundo marido y les rechazan. De algunos no sabemos su historia”, explica Castro, quien además dirige la Fundação Encontro que, con apoyo de la Cooperación Española entre otros donantes, desarrolla programas comunitarios educativos y relacionados con la salud en cinco aldeas de los distritos de Boane y Nahamacha.
La red pública de orfanatos no tiene capacidad de acogida suficiente y los servicios sociales acaban derivando a los niños a ONG y órdenes religiosas
En Mozambique, un país de 29 millones de habitantes, hay dos millones de menores huérfanos, de los que 600.000 han perdido a sus padres debido al VIH, enfermedad que afecta al 12% de la población y mata a unas 39.000 personas al año, según los últimos datos disponibles de ONUSIDA, de 2015. Pese al apoyo que el Estado recibe de Unicef y otros organismos internacionales para atender a los niños desamparados, la red pública de orfanatos no tiene capacidad de acogida suficiente y los servicios sociales acaban derivando a los críos a las numerosas ONG y órdenes religiosas que se encargan de su cuidado.
Conscientes de sus dificultades, fue el propio Estado mozambiqueño el que cedió en 1991 el terreno al padre José María Ferreira para que levantase Casa do Gaiato. Un cuarto de siglo después, el centro es tan necesario como el primer día. La situación de precariedad del sistema público no ha mejorado en este país que cicatriza todavía las heridas de dos guerras recientes y está marcado aún por el conflicto político. En 2004, Unicef advertía del incremento de huérfanos, niños abocados a vivir solos ante las carencias de la red de centros dependientes del Ministerio de Mujer y Asuntos Sociales. Los medios del país también han alertado en sus informaciones de los problemas de capacidad de los orfanatos en los últimos años.
En Casa do Gaiato, la policía y otras instituciones no han dejado de llevar niños. “Los más pequeños tienen tres años. Y la edad máxima de admisión es de 11 o 12 años”, detalla Castro. Cada año, unos 20 gaiatos se suman a esta singular familia. La misma cantidad se emancipa. “La decisión de cuándo salen se toma como se haría con un hijo. Tienen que estar preparados. Se espera que se marchen cuando tienen entre 15 y 20 años, pero el criterio no es la edad, sino la educación —tienen que haber completado hasta 10º curso— y la madurez”, abunda la tía María. Por eso, Zacarías sigue en la casa a sus 22. Perdió a su familia durante unas inundaciones cuando era niño y, con el apoyo del centro estudió el Bachillerato en Massaca, un grado alto de educación en un país en el que apenas el 17% de los adolescentes se matricula en secundaria. Durante un tiempo fue el cocinero de la casa y hoy es el asistente del padre José María. “Le veíamos frágil para irse”, apostilla Castro.
La lógica familiar se aplica también al funcionamiento interno del centro. Entre todos hacen las tareas de limpieza y en el comedor se turnan para servir, fregar y recoger los cacharros. “Todos los niños hacen todas las labores, pero supervisados”, subraya Castro. En cada módulo de la casa duermen los niños de edades próximas. Las habitaciones de los mayores tienen cuatro camas. La de los más pequeños, ocho. Y siempre hay dos hermanos veteranos que supervisan. “Es filosofía gaiato. Que se cuiden entre ellos”, afirma sonriente Castro mientras observa a su nutrido grupo de sobrinos disputar un partido de fútbol en el terreno arenoso junto a la escuela.
Según estadísticas de Unicef, el 91% de los huérfanos del país acuden a la escuela. Pero la prevalencia de trabajo infantil es elevada: un 22,2% de los menores trabaja. En el colegio de Casa do Gaiato no solo imparten clases para los 150 inquilinos, sino que además asisten otros 450 alumnos de la zona. Lo que favorece la integración e interrelación entre unos y otros.
Completa las instalaciones, una enfermería para asegurar una atención médica apropiada, desde curar un rasguño hasta suministrarles el tratamiento antirretroviral contra el VIH que le provee el Gobierno gracias a la cooperación americana para los seropositivos.
La clínica fue lo primero que conoció Osías Andre, de 19 años, cuando llegó a la casa con cinco. “Llegué en 2002 porque había perdido a mi madre, y mi padre no tenía la oportunidad de cuidarme. Yo tenía problemas en la piel. No sé por qué. Y me acogieron porque estaba realmente mal de salud”, recuerda él en un relato escueto y general su llegada a la casa.
“No pensaba que tendría estas oportunidades. Podría haber acabado en la cárcel. En vez de eso, tengo más de mil hermanos” Osías, ex gaiato
Algunos, explica Castro, no quieren hablar sobre los motivos por los que están en el orfanato. “Si no preguntan, provocamos que lo hagan porque tienen que entender por qué están aquí”, añade. De la mayoría conocen su historia, de otros no y tienen que investigar para poderles dar respuestas veraces, aunque de algunos no consiguen averiguar nada.
Ahora Osías, recuperado de sus heridas ha cambiado la enfermería por el taller y estudia el último curso de Bellas Artes en la Escuela de Arte de Maputo. Allí comparte una vivienda que un particular donó a la organización junto con otros ocho ex gaiatos y, como Sergio y tantos otros, vuelve de visita a casa de sus “padres” los fines de semana. Para comer rico y poner lavadoras. Ha expuesto sus obras media docena de veces en muestras colectivas y colabora como ilustrador en medios internacionales. “No pensaba que tendría estas oportunidades. Podría haber acabado en la cárcel. En vez de eso, tengo más de mil hermanos”, y ríe relajado antes de volverse a enfrascar en las manualidades que luego se venden a los visitantes para recaudar fondos. Cualquier ayuda es bienvenida.
Mantener la casa cuesta unos 800.000 euros al año. Y eso que con la facenda —el huerto, las gallinas y los cerdos que tienen— cubren parte de sus gastos. “Aquí se come lo que se produce”, sentencia Castro. La luz es, sin embargo, cara y tienen graves problemas de escasez de agua. Lo que afecta a sus cosechas y, a veces, se ven obligados a comprar alimentos en el mercado.
Además, parte del presupuesto de la casa se destina a apoyar a los que se emancipan durante los primeros meses. Este año, ayudan a 72 ex gaiatos, bien facilitándoles que continúen sus estudios como a Osías o pagándoles el alquiler. “Los 2.000 o 3.000 meticales (entre 25 y 37 euros) que les pagan en sus primeros trabajos no les dan para costear la renta”, justifica Castro. “Tenemos relaciones con empresas, claro. Algunas a través del Padre José María. Gaiato es muy conocido aquí y hay compañías que nos llamar porque necesitan un cocinero o un asistente para el centro de salud…”, destaca con orgullo la labor que realizan. La inversión tiene su recompensa en días como hoy, que Sergio ha vuelto a la casa de la que se marchó en 2007 acompañado de sus compañeros de trabajo. Dice él que “en el despacho de abogados más grande y antiguo de Mozambique”.
Ser niño en Mozambique
La situación de la infancia en Mozambique es, a tenor de los datos que aporta Unicef, sin duda complicada.
- La inseguridad alimentaria afecta a más de 800.000 personas en el país, lo que equivale a más del 4% de la población total. Un 40% de los niños y niñas menores de cinco años sufren cortedad de talla debido a la desnutrición crónica. Además, una prolongada sequía ha tenido efectos devastadores para las cosechas en varias provincias.
- La tasa de prevalencia del VIH continúa en aumento, y se calcula que el 12% de los habitantes de entre 15 a 49 años de edad tienen SIDA, al igual que más de 90.000 niños y niñas menores de 15 años. Menos del 3% de los niños y niñas afectados reciben tratamiento con medicamentos antirretrovirales, denuncia Unicef.
- Unos dos millones de niños y niñas mozambiqueños son huérfanos. De ellos, unos 600.000 han perdido a uno o ambos progenitores debido al sida, según datos de ONUSIDA.
- Menos del 40% de la población del país cuenta con acceso a los servicios básicos de atención de la salud, en gran medida debido a las limitaciones en materia de personal médico capacitado.
- Un poco más del 40% de la población cuenta con acceso al agua potable. La sequía ha obligado a muchos habitantes a consumir agua contaminada, lo que ha determinado un aumento de los casos de cólera y diarrea.
- El paludismo, las infecciones graves de las vías respiratorias, la diarrea y diversas enfermedades que podrían prevenirse mediante la vacunación se cobran las vidas de muchos niños y niñas.
- A pesar de que las tasas de matriculación escolar han aumentado tanto para las chicas como para los chicos, la mitad de los alumnos primarios no termina ese ciclo de instrucción.
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