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Todo por volver a Maputo

La voluntaria de la Fundação Encontro y Casa do Gaiato relata sus tres meses de trabajo en Mozambique, donde no solo ayudó a los niños huérfanos sino que encontró una 'familia'

Sol Alonso junto con residentes del orfanato Casa do Gaiato.
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Salí de Madrid rumbo a Maputo un bienaventurado 22 de enero, con el plan más palpitante del universo y ni un traspié en los preparativos. Lo que empieza bien, mejor termina: tres meses de voluntariado para tareas de comunicación en Casa do Gaiato y Fundação Encontro, un orfanato y una organización comunitaria. Instituciones hermanas que combaten la pobreza a través de la enseñanza, la educación para la salud, el trabajo comunitario y la autonomía.

Mientras Encontro centra todos sus esfuerzos en las paupérrimas aldeas de los distritos de Boane y Namahacha, el orfanato cumple ahora 25 años de avatares al sur de la capital. 150 muchachos de 3 a 20 años, forman junto a sus mayores una gran familia. Bajo la filosofía de acabar con la distribución de peces, como en tiempos de guerra, aquí están las cañas de pescar. Vais a aprender a utilizarlas. Las mujeres y los niños, primero

Bajo la filosofía de acabar con la distribución de peces, como en tiempos de guerra, aquí están las cañas de pescar

Mi adaptación a la efervescencia africana fue instantánea. De la noche a la mañana, gané una troupe de sobrinos adorables, aprendí a conversar con los pájaros en su trino original, practiqué un penoso portiñol con los mozambiqueños, tanteé, con más ahínco que salero, el cimbreo de la Marrabenta, y superé el pavor a las arañas, escorpiones, mosquitos, cobras, y ciertas especies de escarabajos de diseño, dignos de la más sofisticada joyería. En 90 días de bonanza, comprobé que se vive mejor sin más atuendo que el que cabe en una lavadora mediana, porque no hay más abrigo que los gestos afables de un país que, convaleciente todavía de dos guerras, la independencia como colonia portuguesa y el conflicto civil casi inmediato, es un filón inagotable de sonrisas.

En 90 días de bonanza, comprobé que se vive mejor sin más atuendo que el que cabe en una lavadora mediana

Pasaba días enteros trajinando por la casa, apoyé en las aulas, recorrí las aldeas, y pude callejear entre el calor y la calidez de la ciudad de Maputo. Siento todavía el bofetón de la desigualdad, que nos atrevemos a llamar progreso, sin que nos fulmine un rayo. En el campo, los ojos miran al cielo desecado pidiendo una tregua. La lluvia abandonó hace tiempo a los sedientos huertos familiares vaciando platos y reservas. Pasan hambre. Y, mientras tanto, manos codiciosas escarban las entrañas de esa misma tierra para llevarse el gas, los minerales preciosos y tanta riqueza natural que no libra a Mozambique de ser uno de los países más míseros del continente. África es el botín de la China colonial que presagió el escritor sueco Henning Mankell, mozambiqueño de alma. Pero las sonrisas no se extinguen.

Mi trabajo me ha exigido escribir y describir muchas vidas frente al ordenador, componiendo relatos de los que tengo derecho a presumir sin vanidad mal entendida.

—¡Qué valiente! Fue la expresión que saturó mis oídos antes de partir.

—¿Valiente yo? Coraje el vuestro, para seguir viviendo aquí, repito al referirme a esta Europa desdibujada y áspera.

Al mes de vivir en Casa do Gaiato, el periodista Carles Francino y su equipo del programa, La Ventana, Cadena SER, se desplazaban a Maputo para emitir un espacio dedicado a Mozambique, en general, y a los 20 años del Centro de Investigación en Salud de Manhiça. María José Castro, directora ejecutiva de Fundação Encontro, y yo, acudimos como invitadas. Repasando mis nostalgias, solo fui consciente de echar en falta las torrijas. Días después, los gaiatos las cocinaban deliciosas, para la noche del sábado de gloria.

Siento todavía el bofetón de la desigualdad, que nos atrevemos a llamar progreso, sin que nos fulmine un rayo

Tres meses después de mi vuelta a Madrid, ya no es que añore infinito todo aquello. Es que me echo de menos a mí misma en Mozambique. Ahora sé que el primer mundo es el último lugar donde quiero vivir. Con 42 años de trabajo como periodista, y 56 velas sopladas, he cumplido mucho más que el sueño de vivir un año con dos veranos.

En la emocionante despedida que me regalaron los gaiatos, al devolver entre risas y lágrimas la llave de mi confortable cuarto de hospital, les advertí de que entregaba también la chave do meu coraçao. El tráfico de afectos no amaina con el paso del tiempo. No me queda otro remedio que volver, para engrasar la cerradura.

Sol Alonso es voluntaria para Comunicación en Casa do Gaiato y Fundação Encontro, a través de Fundación Mozambique Sur, que apoya estos proyectos en Massaca, Maputo, Mozambique.

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