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Los viejos padrinos no se jubilan

Mike Palazzotto (EFE)
Íñigo Domínguez

UNA VEZ pincharon el teléfono a uno de la ‘Ndrangheta y pasaron siete meses sin que saliera ni entrara una sola llamada. Hasta que un día sonó, pero el sospechoso no dijo ni dígame, ni hola, ni nada, solo descolgó y escuchó. Fue el otro el que farfulló cuatro cosas sin mucho sentido que para el mafioso debían de tener algún significado. Los policías pensaron que pinchar ese teléfono era perder el tiempo. Los viejos mafiosos, y también los jóvenes más listos, siguen usando los antiguos sistemas, que les han funcionado toda la vida. Es decir, no son tontos ni anacrónicos, tienen empresas en el extranjero, navegan por Internet y hacen complejas transferencias de dinero opaco, pero no descuidan detalles de astucia heredada. Ni tampoco los anacronismos

La comunicación por pizzini, papelitos doblados que pasan de mano en mano, fue el sistema habitual del gran capo Bernardo Provenzano para impartir órdenes en Cosa Nostra hasta su arresto en 2006. Sigue siendo el de Matteo Messina Denaro, su sucesor, buscado desde hace 23 años, casi la mitad de su vida, porque tiene 54. Se sospecha que también manda mensajes a través de Facebook, y la compañía ha dado permiso este año a los investigadores italianos para introducirse en la red social a ver si le encuentran. Messina Denaro, capo de Trapani, lleva años a punto de ser cazado. Pero arrestan a sus colaboradores, a sus familiares, a su hermana, y él siempre escapa. El verano pasado cayó la red de postini, carteros, que le movía los papelitos. Once personas. Había que ver qué métodos y qué personajes. El individuo clave era un tal Vito Gondola,  el tío Vito, Zu Vitu, 77 años, un pastor que se levantaba a las cuatro de la madrugada para cuidar las ovejas. A veces llamaba por teléfono a alguien con quien hablaba de ganado, de ricotta o de si llovía. Los agentes escucharon tres años estas aburridas conversaciones, pero era un código para avisar de cuándo había correo del jefe. Los carabinieri grabaron una cita en pleno campo y se le ve colocar los papelitos debajo de una piedra, hasta que llega otro viejo capo a buscarlos en un Fiat Panda destartalado. Qué Internet ni qué leches.

No es raro ver personas de avanzada edad en las redadas de la Mafia. Es un oficio donde no parece haber jubilación, y les guardan el puesto con las excedencias, mientras están en la cárcel. Según las reglas, el capo lo sigue siendo desde prisión, aunque en este caso transmitir órdenes sea más difícil, o casi imposible, con el severísimo régimen de aislamiento italiano, el llamado artículo 41 bis de la ley penitenciaria. Pero también ahí usan códigos en los encuentros con la familia, o le echan imaginación. El fiscal antimafia Pierluigi Vigna contó una vez que a un capo recluido en aislamiento le permitieron ver a su nieto. Les pareció excesivo negarse. Pero al salir, por si acaso, registraron al bebé: había metido algunos papelitos en los pañales.

Los jefes de la mafia recurren a las artimañanas más arcaicas para dar órdenes, como el uso de papelitos que guardan hasta en pañales.

El pasado mes de marzo fueron arrestados en Palermo dos viejos capos, antiguos aliados de Totò Riina, predecesor de Provenzano en la guerra al Estado italiano de los noventa. Mario Marchese, Zu Mariano, de 77 años, y Gregorio Agrigento, Zu Gregorio, de 81, habían pasado años en prisión y hacían vida de pensionistas. Pero en realidad seguían ejerciendo de jefes de sus zonas, Villagrazia y San Cipirello: resolvían litigios, ordenaban extorsiones o favores, empresarios y comerciantes hacían fila para presentarles sus respetos. Como siempre. A Marchese se le arrodillaban para implorarle su intercesión en negocios.

Resulta asombroso cómo estos capos se aferran a sus rituales, aunque se acerquen a la caricatura o a las escenas de película, como una forma de perpetuar la tradición, y por tanto su poder. El cine y ellos se retro­alimentan. Otro mafioso de peso de Palermo, Girolamo Biondino, 65 años, arrestado en 2014, también pareció dedicarse a la vida jubileta tras la cárcel. No tenía móvil e iba en autobús. Pero había recuperado las riendas de su mandamento, San Lorenzo. Cuando sus hombres querían consultarle, le mandaban una bandeja de cannoli y entonces sabía que debía acudir a un lugar convenido.

El caso de Salvatore Profeta, excarcelado en 2011 después de 18 años y detenido de nuevo en 2015, es abrumador. “Era igual que Vito Corleone en El Padrino cuando la gente le rodeaba para pedirle favores. Pese a todos los discursos que hacemos sobre la evolución de la Mafia, en algunas zonas aún persiste la más tradicional”, explicó sinceramente pasmado el fiscal Leonardo Agueci. Profeta, de 66 años, fue recibido en el barrio con una fiesta, daba audiencia en la plaza Guadagna, centro de su territorio, y desde allí dirigía sus manejos ilegales. Los otros capos le besaban en la frente. La procesión de la Madonna Dormiente se desvió para hacer una inclinación de respeto bajo su balcón. La noche de su arresto la gente salió a la calle a defenderlo.

Lo cierto es que en los últimos años han ido quedando en libertad numerosos viejos capos que ya han cumplido condena. Son un factor imprevisible. Sobre todo porque el mapa del poder en Cosa Nostra es impreciso desde la caída del clan hegemónico de los Corleoneses, tras la captura de Riina en 1993 y de Provenzano en 2006. “Si no mueren estos dos, aquí nadie ve la luz”, se oyó decir en una reciente escucha a dos mafiosos, que esperan su momento pero aún los temen. Provenzano murió en julio entre rejas. Riina, en prisión, tiene 85 años. Messina Denaro no es de Palermo, y sin el control de la capital siciliana no puede aspirar a ser el gran capo. Es un debate recurrente si se reconstruye la cúpula mafiosa que gobernaba Sicilia, si hay luchas internas. Las tres décadas de dictadura brutal de los Corleoneses parecen un paréntesis anómalo en la historia de la Mafia. No se sabe lo que viene ahora, pero seguro que algunas cosas serán como siempre.

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Sobre la firma

Íñigo Domínguez
Corresponsal en Roma desde 2024. Antes lo fue de 2001 a 2015, año en que se trasladó a Madrid y comenzó a trabajar en EL PAÍS. Es autor de cuatro libros sobre la mafia, viajes y reportajes.

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