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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

Balanzas fiscales y alucinación colectiva

Las balanzas son un buen instrumento para sondear la riqueza autonómica; pero carecen de la precisión suficiente para fundamentar decisiones políticas

Jesús Mota
Carles Puigdemont (derecha) conversa con el conseller de Territorio, Josep Rull.
Carles Puigdemont (derecha) conversa con el conseller de Territorio, Josep Rull.EFE

Resulta que en el fragor de las disquisiciones sobre la investidura ha pasado inadvertido el resultado del Sistema de Cuentas Públicas Territorializadas (SCPT) de 2013, o balanzas fiscales para el común de los mortales. Resulta sorprendente el (casi) silencio sobre las balanzas, porque durante años la crema (es un decir) del independentismo catalán utilizó el déficit fiscal como el protón en torno al cual se formó el átomo del España nos roba, versión mitinera del expolio fiscal; y sobre el déficit fiscal catalán se montó la fábula de que si Cataluña fuera independiente dispondría de 16.000 millones anuales adicionales, cantidad trompeteada por Artur Mas u Oriol Junqueras para fundamentar sobre puré mítico la rentabilidad de la independencia catalana. En 2013, Cataluña tuvo un déficit fiscal (diferencia entre los ingresos que aporta y los beneficios que recibe en forma de transferencias, pensiones, inversiones o servicios públicos) de 8.800 millones; pero el déficit fiscal mayor fue el de Madrid (17.591 millones). Cada madrileño aportó a las regiones superavitarias 2.717 euros y cada catalán, 1.168 euros.

Una primera observación: los 16.000 millones no son una cantidad inmutable establecida en el contrato de Yahvé con Adán como cláusula de castigo a Cataluña mientras formase parte de España y como premio eterno cuando se independizase. La realidad es más rastrera: el volumen de déficit fiscal depende de variables económicas que ni siquiera Puigdemont, Mas y Junqueras pueden controlar. Es más fácil explicar el déficit fiscal catalán con una cuenta sencilla y, por supuesto, simplificadora: Cataluña (como Madrid o Baleares) tiene déficit fiscal con el resto de las regiones porque tiene con ellas superávit comercial y, por cierto, superávit de su, por decirlo así, balanza de capitales, puesto que las entidades financieras catalanas captan más dinero fuera de su territorio que el que invierten.

Una segunda observación, a cuenta del pesado silencio que ha caído sobre las balanzas, es que la supuesta rentabilidad económica de la secesión ya no parece el argumento estrella del creacionismo independentista. La mística ha derivado hacia argumentos políticos que ofrecen líneas más seguras de contención; los argumentos económicos pueden ser rebatidos Las cuentas y los cuentos de la independencia, de Borrell y Llorach, lo explica casi todo) o desmontados por la realidad. Quizá Junqueras, desde su atalaya de vicepresidente al mando de los asuntos económicos catalanes, tiene una perspectiva menos mítica del coste de la secesión.

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Sea como fuere, las balanzas fiscales son un buen instrumento para sondear la riqueza autonómica; pero carecen de la precisión suficiente para fundamentar decisiones políticas. Manejadas por demagogos chapuceros han contribuido a construir en Cataluña un sistema alucinatorio de contagio rápido que permite a los adeptos creer en lo imposible: que la secesión es económicamente rentable. Es una corporeización de los deseos similar a la que conseguía el Viejo de la Montaña en su fortaleza de Alamut; pero en este caso en lugar de hachís se aplican dosis intensas de déficit fiscal.

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