Juan Uslé y Victoria Civera, pintura a cuatro manos
Hace más de 40 años que pintan juntos porque no entienden la vida sin líneas ni colores. Y eso que Juan Uslé y Victoria Civera podían no haberse conocido: en 1973, cuando se enamoraron, sus apellidos les alejaban en las aulas de la Escuela de Bellas Artes de San Carlos de Valencia. Tenían 18 años y la dictadura lo teñía todo de negro. Por entonces, unos collages con los que denunciaron la miseria política y sexual del posfranquismo los mandaron frente al juez. Joan Miró y Tàpies los sacaron del embrollo. Desde entonces comparten talleres (en Nueva York y Saro, Santander), galerías, exposiciones, una hija (Vicky, también artista) y, sobre todo, la pintura. “Fue lo que nos unió”, relata Juan. “Se queda ahí, en el ojo, clavada”. Como la figura del Cristo de Velázquez a ese fondo negro que Uslé visita siempre en el Museo del Prado.
Su obra los ha llevado a algunas de las grandes colecciones del planeta (Tate, Guggenheim, Pompidou, Reina Sofía), a la Documenta de Kassel (la muestra de arte de mayor prestigio del mundo) de 1992 y al Premio Nacional de Artes Plásticas (Uslé, 2002). Pero también a la fragilidad. “A muchos no les gusta que dos personas sean pareja y les vaya bien. Hay bastante crueldad y la recibe la mujer”, critica Civera. Aunque se parapetan pintando. Ella, y su universo figurativo y hermético, al alba; él, y su abstracción poética, de noche. Luz artificial. Un lienzo de 2,74 metros y cientos de líneas que Uslé traza acompasando, en silencio absoluto, el bombeo del corazón.
Ahora la fotógrafa busca su imagen, recuesta a Victoria sobre el pecho de Juan y le pide que “escuche”. Palpita la pintura. ¡Clic!
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