_
_
_
_
_
CLAVES
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Guerras culturales

Lo que ahora gobierna el discurso público es la lucha identitaria

Máriam Martínez-Bascuñán
Partidarios de Donald Trum intentando estrechar su mano en una acto celebrado en Jacksonville, Florida, el pasado día 3.
Partidarios de Donald Trum intentando estrechar su mano en una acto celebrado en Jacksonville, Florida, el pasado día 3.MARK WALLHEISER (AFP)

Trump ha conseguido algo asombroso: desplazar el conflicto social surgido con la crisis y colar en el debate público las políticas de la identidad. Ha logrado transformar la fractura económica en una factura cultural facilitando así que la identidad oculte los desgarros producidos por la nueva desigualdad. Lo que ahora gobierna el discurso público es la lucha identitaria para recuperar lo auténtico del pueblo estadounidense, aquello que define el espíritu patriótico, su cultura, su nación. La mirada política no se orienta hacia el futuro sino hacia aquello que supuestamente se ha perdido con el sometimiento de los pueblos a los procesos de la globalización. El fin; que todo se envuelva bajo un aire de decadencia y peligro.

Trump ha coronado a Huntington, el famoso politólogo que escandalizó a medio mundo con su tesis sobre el choque civilizatorio, la última de las luchas tribales. Como aquel sugería, habría que aumentar la homogeneidad en Occidente reforzando nuestros vínculos culturales y religiosos. Fuera el pluralismo liberal. La diferencia con Trump es que ya no escandaliza. Ha roto la barrera de lo políticamente correcto, quizás porque coincide con lo que mucha gente piensa y no se atreve a decir. Por eso juega bien otra baza: la de la autenticidad. Además del fanatismo patriótico, la ferocidad identitaria llama a horadar en lo auténtico que hay en nosotros, nuestras raíces, nuestras esencias humilladas, malheridas, ofendidas por otras identidades. Se aspira a encontrar ese auténtico ser para congelarlo, objetivarlo, y confrontarlo en un discurso que ama las dicotomías simplistas y simplificadoras: “Clinton es el diablo”, sostenía hace pocos días el magnate. Malos y buenos, fuera el mestizaje; culturalistas, nacionalistas e identitarios demandan el refugio sectario.

Lo preocupante es que la campaña estadounidense refleja en buena medida la situación general que vivimos en Europa. Las políticas de la identidad son las que llegan con fuerza a los estratos blancos socialmente más desfavorecidos y menos instruidos. Los mismos que votaron Brexit. También en Europa las guerras culturales funcionan como ideología presta a encubrir la gran contradicción económica de los últimos años; es el nuevo opio del pueblo. @MariamMartinezB

Cuando un tema da mucho que hablar, lee todo lo que haya que decir.
Suscríbete aquí

Regístrate gratis para seguir leyendo

Si tienes cuenta en EL PAÍS, puedes utilizarla para identificarte
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_