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Francisco Leiro, el demiurgo del bosque encantado

UNA DISCRETA puerta en una calle cualquiera del centro de Madrid se abre y da paso a un bosque encantado. En él habitan gigantes y enanos, hombres forzudos y esquiadores alpinos; personajes que entran y salen a placer de su propia tumba y mujeres que meditan sentadas. Entre las voces mudas y las historias por escribir de estas estatuas de madera vive –o al menos pasa buena parte de sus días– su demiurgo, el escultor y mi gran amigo Francisco Leiro (1957).

Desde primerísima hora, el gallego acude a su estudio y, con sus grandes manos, endurecidas por el trabajo de años, agarra sus útiles para, con perseverancia y esmero, extraer la humanidad que guardan los troncos y piedras que talla. El mismo día en que conoce la noticia de que le ha sido concedida la medalla de oro de Galicia, este hombre con un pie en Madrid, otro en Cambados (en las Rías Bajas, de donde procede) y un tercero en Nueva York me abre esa entrada a un mundo tan imaginario, irónico y sagaz como apabullante en su realidad física. En ese entorno único, un auténtico museo rebosante de joyas modeladas en madera, cocinamos con los mismos materiales que él utiliza para su arte: los que regala la naturaleza.

A partir de la concha de una vieira –símbolo del Camino de Santiago–, huevos, jamón, tocino y una trufa de verano, preparamos un plato sencillo y original que Leiro bautiza como el ovo a concha. Encendemos nuestra improvisada cocina con las limaduras de un castaño viejo que acaba de terminar de pulir. “Es algo que hacía hace mucho tiempo en mi estudio, en Cambados: preparaba un fuego con los restos de madera y virutas de después de desbastar las esculturas”, explica. “Y en la ría de Arousa, las conchas las usamos habitualmente para cualquier cosa, porque tienen una forma cóncava que vale tanto para beber como para comer o preparar pintura…”.

Mientras avivamos las brasas y estas comienzan a hacer chisporrotear el aceite, este escultor reconocido internacionalmente, representado desde hace décadas por la famosa galería Marlborough, explica que, para él, “todo lo que sea creativo y aporte algo es arte”. Sobre cuál es el origen de esta actividad tan humana, la de soñar y plasmar esas visiones, piensa Leiro que, tal vez, pudiera haber comenzado con la disciplina que él practica. “Con madera no, pero quizá con barro”, reflexiona. “Aunque lo de pintar también se ve muy fácil: una mano manchada en cualquier cosa sirve para pintar”. Para él, no obstante, las mayores obras maestras no han sido materializadas por ningún hombre. “La naturaleza es siempre superior a todo”, sentencia. “Incluso una piedra del monte es bella”.

“El problema es que nos gusta demasiado manipular el medio ambiente, utilizarlo”, lamenta. Convencido de que este es un viaje que no conduce a buen puerto, Leiro reivindica los aspectos de la cultura oriental que promueven una vuelta a lo esencial. “Con la modernidad, los arquitectos de la vanguardia y muchos artistas han utilizado cuestiones de aquella estética y las han aplicado al gusto occidental”, apunta. “Pero es algo reciente”. A él, ese respeto por lo sublime que subyace a las cosas simples le ha llevado a indultar alguno de sus materiales. Por ejemplo, unos tejos “que deben de tener unos siete u ocho siglos”, y que no llegarán a poblar su taller transformados en alguno de sus seres escultóricos. “Los conseguí en un aserradero en Lugo hace muchos años, estaban a punto de hacer leña con ellos. Los tengo en mi estudio, y tienen una forma tan bonita que no me atrevo a meterles la motosierra”.

‘Ovo a concha’

Ingredientes

Cuatro huevos, cuatro conchas de vieira, tocino, jamón serrano, trufa de verano, aceite de oliva.

Preparación

  1. Sobre unas brasas, calentar una cucharada de aceite en las conchas y freír los huevos.
  2. Cortar finas láminas de tocino, jamón y trufa y añadir.
  3. Calentar y retirar sin agregar sal.

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