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África No es un paísÁfrica No es un país
Coordinado por Lola Huete Machado

Miembro de pleno derecho, África en el Festival de Fotos de Arlés

Analía Iglesias

África se desplaza, no es de quedarse quieta en sus fronteras rectas ni en sus límites de domesticación, como siguen pretendiendo sus ex colonizadores. Sus gentes enérgicas saltan restricciones y vallas, y saltan y asaltan el arte con miradas que nos obligan a repensarnos y a reconsiderar la perspectiva. En este saltar, hay una posta que cada año se renueva en Arlés, la ciudad provenzal a orillas del Ródano que, desde 1970, cuenta con uno de los festivales internacionales de fotografía más importantes del mundo.

En esta edición de Les Rencontres de Arles, el continente africano se presenta con algunos de sus muchos horizontes, tanto negros, como blancos, festivos u ominosos. Y expande los nuestros. En Arles, uno puede comenzar viajes en cualquiera de las naciones de esta Tierra (incluso en Nación Rotonda, el colectivo español presente en el veranito francés) y continuar, haciendo escala en Addis Abeba, con Nader Adem (Arabia Saudí, 1984), y su manera de narrar -en blanco y negro- el desafío y la determinación de gente con diferentes capacidades y discapacidades en la indiferencia de la urbe. Seguimos en Etiopía, de la mano del fotógrafo Hans Silvester, y nos dejamos llevar por unos trazos oníricos en las paredes de unas casas que recortan el verde tan africano, y conocemos apenas fragmentos de vida de algunos pueblos, en este caso, los Bench.

Cada fotógrafo nos despierta unas preguntas nuevas, y corremos a leer más de eso que bosqueja.

'Admitido como miembro', de la serie 'Extranjero en tierra familiar' de la fotógrafa ugandesa Sara Waiswa.

Quizá entre las obras más cuidadas esté de Sarah Waiswa, una fotógrafa nacida en 1980, en Uganda, que pone en escena la idea de un Extranjero en tierra familiar (tal el título de la muestra), ganadora de uno de los Prix Découverte ("premio revelación"). La serie está protagonizada por una chica albina y la fotógrafa no denuncia nada (o, al menos, no explícitamente). No hay cosas mil veces dichas ni sentencias: lo que nos hace pasar, lo que nos invita a quedarnos un rato entre tanta oferta festivalera, es la bella profundidad de las imágenes y la selección de objetos que las acompañan. En esta suerte de instalación hecha de objetos personales, queridos o representativos de la vida familiar corriente, junto los registros de las puestas en escena, se habla de querer ser otro, de sentirse feo/a, rechazado/a, y pedir perdón por no ser deseable. Es poesía hecha de pedazos de escritura, materia kitsch y contraste.

William Kentridge muestra su cortejo macabro en el espacio Luma de Arles.

En el Espacio LUMA, que aún permanece en obras dentro del Parc des Ateliers de Arlés -que, año a año, con parsimonia, va transformando esas primeras naves rústicas en galerías de arte confortables- se presenta una de las obras más movilizadoras artística y simbólicamente de esta edición: More sweetly play the dance ("Baila más dulcemente la danza") del reputado sudafricano William Kentridge (Johanesburgo, 1955). Es una proyección envolvente, sobre una pantalla de 40 metros de largo, que recrea una caravana casi circense, que bien puede ser un cortejo fúnebre o un largo peregrinar en círculos, con la muerte mordiéndonos los talones, los predicadores en lo suyo, los políticos, sus mascotas, los portadores de banderas, los refugiados, los enfermos y las ánimas generosas. Son animaciones, collages, música y puesta en escena teatral que cobran vida a través de la fotografía en movimiento.

Un hombre que viene de Sudáfrica tiene siempre mucho para contar y seguir contando. Pero, más allá de las virtudes de la siempre sorprendente escena artística sudafricana, Kentridge es un virtuoso: El virtuoso de las artes plásticas.

A propósito de Sudáfrica, solo una línea más de ayuda-memoria: no hay que perderse la gran exposición de una compatriota de Kentridge con propuesta provocadora: la activista por los derechos LGTB Somnyama Ngonyama.

'Mírame' (Malick Sidibé, 1962), en el marco de la muestra 'Swinging Bamako', sobre el grupo Las Maravillas de Mali.

En una tríada llamada 'Africa pop', se presentan: la muestra Swinging Bamako (Carlos Galilea escribía hace unos días sobre la exposición que recupera la historia del grupo Maravillas de Mali, y su mixtura cubana); un recorrido por lo que de creativo pueda extraerse de los productos de Nollywood, la prolífica industria del cine nigeriana (a la sazón, la segunda industria cinematográfica mundial) y la excelente exposición llamada Syrcas, de la fotoartista Maud Sulter.

Uno de los collages de Maud Sulter, en la capilla de las Carmelitas Descalzas de Arlés.

Maud Sulter (1960-2008) fue una fotoartista británica que falleció demasiado joven. De padres venidos de Escocia y de Ghana, la herencia mestiza puede adivinarse en obras que no son solo fotos. En el escenario incólume de la Chapelle de la Charité (porque, en Francia, muchas iglesias son reutilizadas hoy como espacios de arte), se despliega esta colección que data de la década del 90: se trata de osados collages de paisajes europeos de postal con incrustaciones icónicas de la cultura africana. El resultado es turbulento, abierto a todas las miradas y especulaciones posibles. Trabajos abiertos por obras, para opinar y volver a crear, o dejarse llevar por el sueño loco de un tótem fuera de escala en la placidez alpina. Sulter habla de los africanos perseguidos durante la Segunda Guerra Mundial, en Europa, sin panfletos.

África no para de moverse. Inquieta, en Arlés tendrá todas las puertas de par en par, hasta el 25 de septiembre.

Sobre la firma

Analía Iglesias
Colaboradora habitual en Planeta Futuro y El Viajero. Periodista y escritora argentina con dos décadas en España. Antes vivió en Alemania y en Marruecos, país que le inspiró el libro ‘Machi mushkil. Aproximaciones al destino magrebí’. Ha publicado dos ensayos en coautoría. Su primera novela es ‘Si los narcisos florecen, es revolución’.

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