_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Queridísimo amigo Teo

Han pasado cuatro años desde tu fallecimiento y esta es la primera vez que siento la necesidad de escribirte. Estoy seguro de que tú entenderás mejor que nadie lo que tengo que decirte.

A lo largo de los últimos meses, mientras sigo el drama de los refugiados, mi pensamiento vuelve una y otra vez a tu película El paso suspendido de la cigüeña. Recuerdo lo que me dijiste cuando hablábamos del guion: que la emigración sería el gran problema de nuestra época. Tu pronóstico resultó acertado.

Antes de escribirte esta carta volví a ver El paso suspendido. Mientras avanzaba la película recordaba su estreno y cómo mirábamos atónitos el drama de los migrantes. Tu augurio fue acertado aunque la odisea de las personas que relata la película parece una caricia si lo comparamos con la tragedia que viven los refugiados de ahora.

Volví a escuchar al protagonista de la película preguntarse a sí mismo: “¿Cuántas fronteras tenemos que cruzar hasta llegar a casa?”. Y volví a ver al periodista quedarse con el pie suspendido sobre la línea fronteriza y decir que, si lo apoyaba en el suelo, se encontraría en otro país.

Teo, ninguna de las dos cosas pueden pasar con los migrantes de ahora. A tu protagonista le sobraría la pregunta “¿cuántas fronteras tenemos que cruzar?” porque todas las fronteras están cerradas desde Macedonia hasta Austria. Y el periodista se quedaría con el pie suspendido en Idomeni, en la frontera con Macedonia.

Tu protagonista, además, debería desprenderse de la esperanza de llegar alguna vez a casa. Con excepción de Alemania y de Suecia, ningún país de Europa central y del norte quiere ofrecer a los migrantes no ya una casa, sino siquiera una tienda de campaña.

En esta tragedia, la imagen que produce el mayor sobrecogimiento, en el sentido aristotélico del término, son los niños. Los niños que fueron separados de sus padres o que los perdieron y ahora vagan solos por los campamentos improvisados.

A estos niños no los encontramos en El paso suspendido de la cigüeña, sino en aquella otra película tuya: La eternidad y un día. Son “los niños de las fronteras”, a los que el espectador ve trepar por las alambradas en uno de los planos de la película. Vallas… Alambradas… Muros… Cercamos nuestras fronteras con los mismos materiales que antaño utilizábamos para vallar nuestros jardines.

Por lo demás, por supuesto, existe el espacio Schengen, el orgullo de la Unión Europea, que permite a todos los europeos circular libremente en la fantasía de una supuesta confederación. Solo que desde hace algunos meses el espacio Schengen está cerrado en muchos puntos. Los únicos que protestan son los empresarios. Afirman que el cierre de Schengen aumentará los costes de transporte. Su argumento es el único que convence, porque en esta Europa cuentan los costes y el dinero. Las personas no cuentan, especialmente si son migrantes.

No es que no haya en todos los países ciudadanos europeos que se preocupan por los migrantes, pero son una minoría, una especie de guardia de honor de los valores europeos.

Europa ha conocido muchas etapas en su historia: la época del Renacimiento, la era de la Revolución Industrial, la Revolución Francesa, la Ilustración. Nuestra época pasará a los anales de la historia como “la era de la hipocresía”.

Amigo Teo, te echo mucho de menos. Al mismo tiempo, sin embargo, me consuela pensar que no vives este periodo ruin. Sé cuánto te haría sufrir.

Tu amigo, Petros.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_