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Columna
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Un político para Moncloa y para Bruselas

La UE necesita recuperar impulso y animar el crecimiento económico, reduciendo la austeridad

Soledad Gallego-Díaz
Donald Trump
Donald Trump JEFF J MITCHELL / GETTY IMAGES

La UE tiene ahora 27 países miembros, en lugar de 28, y 443 millones de habitantes en lugar de 508. Y sobre todo tiene una urgente necesidad de cambiar de políticas. Necesita recuperar impulso y animar el crecimiento económico, reduciendo la austeridad. Necesita recuperar un mensaje comprensible y anunciar unas reformas capaces de atraer a unos europeos cada día más indignados con lo que sienten como un progresivo alejamiento de la toma real de decisiones, un progresivo ninguneo democrático. Todos esos cambios solo son posibles si la mayoría de los gobiernos que integran el Consejo Europeo están convencidos y dispuestos a ello. Uno de esos gobiernos será el que los españoles elijan hoy.

No votamos solo la persona que queremos que ocupe la Moncloa sino también la que acuda a Bruselas en nuestro nombre para discutir todas esas reformas, imprescindibles para asegurar el futuro de la Unión y del proyecto político más original e importante del mundo. La persona que deberá aportar ideas, negociar, votar y sumar el peso de España (46,5 millones de habitantes) al de otros países, bien para lograr una mayoría cualificada, bien una minoría de bloqueo. Nunca hemos sabido cómo votaba el presidente de nuestro gobierno en el Consejo Europeo y esa debería ser, quizás, una de las primeras reivindicaciones democráticas cara al futuro: saber qué se vota en el Consejo y cómo lo hace cada cual.

Son momentos complicados. El Reino Unido ha votado abandonar la UE y lo ha hecho con el apoyo, fundamentalmente, de personas mayores de 50 años y de lo que antes se llamaba clase social trabajadora. No es posible creer que esos 17 millones de personas se muevan exclusivamente por motivos racistas. Seguramente habrá entre ellos muchos xenófobos (una tendencia históricamente muy inglesa), pero aun así es más probable que a la mayoría no le haya movido el racismo sino el miedo, miedo a un mundo que cambia muy rápido y sobre el que creen que tienen cada día menos control. Un mundo en el que la consideración de "trabajador" ya no despierta el respeto ni el orgullo que inspiró, por ejemplo, en el Reino Unido durante décadas, sino que vuelve a colocar ahora a millones de personas en posición de enorme debilidad.

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En un mundo globalizado y en el que se empieza a dudar del futuro, lo lógico es que la gente quiera tener la sensación de que recupera el control y la dignidad ciudadana. Sucede que nada de eso es posible ya dentro de unas simples fronteras nacionales, por mucho que los nacionalistas lo juren y perjuren y por mucho que los xenófobos y la extrema derecha mantengan que quieren su "country back". En este mundo nuevo, los británicos no han recuperado su país, como comprobarán en unos pocos años, sino que están perdiendo la oportunidad de ayudar a crear un nuevo marco en el que luchar por esa dignidad y por esos contenidos reales de la democracia.

"La energía de los brexiteers, como la de quienes apoyan a Donald Trump nace del fracaso de las élites", explica el filósofo americano Michael Sandel. De su fracaso o su falta de interés en afrontar el sentimiento de desempoderamiento de la clase media y antigua clase trabajadora. Del sentimiento de injusticia que abruma a todas esas personas y para el que nadie, salvo los oportunistas y nacionalistas excluyentes, ofrecen una salida fácil e inmediata. Esa salida no es fácil ni rápida, pero si está en algún lado, será en Europa y, en parte, en la capacidad de esas personas a las que enviemos a los Consejos Europeos para encontrar la manera de recuperar el bien común, una sociedad más justa y un sistema democrático más participativo.

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