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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

La perplejidad de Yellen

La debilidad económica global anula el programa de subida de tipos de la Fed

Janet Yellen, tras la reunión de la Fed del miércoles pasado
Janet Yellen, tras la reunión de la Fed del miércoles pasadoFRANCE PRESS

La Reserva Federal estadounidense (Fed) ha decidido mantener los tipos de interés en su nivel actual (entre el 0,25% y el 0,5%) con un ojo puesto en la tibia recuperación del país —sobre todo, en la creación de empleo, que no acaba de resultar satisfactoria a pesar de que la tasa de paro se situará este año en torno al 4,6%— y el otro en las tormentosas reacciones de los mercados a un eventual abandono de la UE por Reino Unido. Janet Yellen es muy consciente de que si prosiguiera con el plan previsto de subir paulatinamente los tipos de interés, con una cadencia de tres o cuatro subidas al año —plan ahora abortado en la práctica—, las consecuencias para la economía mundial (crecimiento estancado, precio del crudo, tranquilidad en los mercados, decisiones de inversión) serían entre graves y críticas.

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El problema para la Fed es peliagudo. Decide en función de los fundamentales nacionales, pero en la práctica está acorralada virtualmente por el débil crecimiento del resto de las áreas monetarias. El euro, la libra y el yen han salido de la recesión para caer en el crecimiento débil. La Fed no puede ignorar que el crecimiento estadounidense no es suficiente para tirar de la economía mundial —y menos con la incertidumbre económica y financiera en China— y que, además, puede estar incluso comprometido si el resto de las economías no despega. Es fácil imaginar la perplejidad de Yellen y sus colegas cuando observan que la política monetaria heterodoxa tiene efectos limitados (y en Europa, más limitados todavía) y que algunos proponen ya soluciones radicales (el helicóptero monetario) dictadas por el desconcierto.

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Es el momento de insistir en los daños que causa la obstinación alemana y la incapacidad de Bruselas para orientar políticas de estímulo de la demanda, que son las únicas que tienen la oportunidad de reactivar el crecimiento; la facilidad monetaria, por sí sola no puede y, por definición, no debe prolongarse sine die.

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