Raúl Rojas, el mago de los robots
Habla con tono monocorde, como si una computadora lo iluminara al abrir la boca, y su conversación vuela al hilo del mundo: de las últimas noticias al origen del universo. De Trump al cine de Guillermo del Toro. El profesor Raúl Rojas, de 60 años y origen mexicano, nacionalizado alemán, suele decir que el siglo XX se encargó de hacer “invivibles” las urbes. A la medida de los coches y no del hombre. El DF, opina, “no sé qué círculo del infierno de Dante será”. Uno de los más profundos. Arreglar ese averno embotellado ha sido el motor de su carrera.
Hace poco llevó hasta la ciudad donde nació uno de sus inventos, un vehículo preparado con sus estudiantes en Alemania. Salió de la frontera con Arizona y recorrió 2.400 kilómetros, hasta el Instituto Politécnico de México, sin conductor. El coche autónomo. Una máquina precisa. Que resuelve problemas por sí misma. De eso van sus clases de inteligencia artificial en la Universidad Libre de Berlín. En el aula suele llenar la pizarra de fórmulas. No le gusta el Power Point. Y siempre coloca sus lecciones a las 8 de la mañana: así se quita de golpe a los alumnos dubitativos.
Él nunca lo fue. Creció en México asombrado con la enciclopedia y los libros de ciencias. Le entusiasmaba armar maquetas de coches. Su padre trabajaba en una fábrica de automóviles. Él se licenció en Matemáticas en el Politécnico. En los ochenta viajó a Alemania y se doctoró en Economía con una tesis sobre Marx, mientras frecuentaba las clases de doctorado de su esposa sobre lenguaje computacional. La pasión de Rojas. Y la que echó raíces: estudiando aún Economía, comercializó una tarjeta de 32 bits para el Apple II. Enseguida logró una plaza como profesor de machine learning.
En 2014 fue elegido mejor académico de Alemania por su labor al frente del Grupo de Inteligencia Artificial y Robótica, gracias a su equilibrio entre investigación y docencia: “La educación continúa en el laboratorio”. Cuenta con 20 estudiantes de doctorado; otros 30, la mayoría exalumnos, trabajan en una start-up que creó para comercializar prototipos de vehículos autónomos. Ha dirigido 230 tesis desde 1997. Y define su método de trabajo: “El caos organizado”.
Desayuna café y una tostada. Llega el primero a la universidad. Y a las diez comienza el desfile de estudiantes. Su puerta siempre está abierta. Una rareza en este país donde rige el orden para entrevistarse con un docente. No para a almorzar. Pica y cafetea hasta el cierre de la jornada. En una ocasión le contó a un alumno que solo había faltado una vez porque estaba enfermo, “y era domingo”. Toma pausas brevísimas: ve resúmenes de partidos de fútbol.
Junto a su despacho se despliega un taller con robots, chips y cables, y un campito de fútbol donde corretean máquinas con vida propia. El origen de todo: en 1998 creó con alumnos un equipo de robots futbolistas. Han sido dos veces campeones de la RoboCup (el mundial del sector). Y en 2007 subieron otro peldaño: fabricaron su primer coche autónomo. Hoy, sus vehículos circulan a menudo por Berlín sin nadie al volante.
Este siglo, dice el premio Nacional de Ciencia de México en 2015, veremos la recuperación de las ciudades. Conducir se volverá un capricho, como el de quien pasea a caballo. Automóviles como el suyo rodarán movidos por un supercomputador central. Y fluirá el tráfico en un caos organizado similar al que domina su jornada: después de cenar, concluye, lee novelas y libros de cosmología; y cuando se le nubla la vista, le gusta cuidar el jardín.
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