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La magdalena de Proust

ILUSTRACIÓN DE MIKEL JASO

Y MUY pronto, abrumado por el triste día que había pasado y por la perspectiva de otro tan melancólico por venir, me llevé a los labios una cucharada de té en el que había echado un trozo de magdalena. Pero en el mismo instante en que aquel trago con las migas del bollo tocó mi paladar, me estremecí, fija mi atención en algo extraordinario que ocurría en mi interior. Un placer delicioso me invadió, me aisló, sin noción de lo que lo causaba (…)”.

… Sin noción de lo que lo causaba. Un placer sin consciencia, despertado por la memoria de un sabor, de un olor que lo trasladó súbita e inesperadamente a los veranos de su infancia.

Este es solo un ejemplo de los muchos que encontramos en la obra de Marcel Proust En busca del tiempo perdido. Sabores y olores que despiertan sensaciones seguidas de emociones, recuerdos, sentimientos y afectos. ¿Dónde estaban aquellos recuerdos si jamás habían revivido hasta aquel instante?

En el cerebro se almacenan cientos de historias que no somos capaces de evocar de forma voluntaria. Referencias que aparecen, que nos sorprenden.

Para Ramón y Cajal no existían librerías de recuerdos: los recuerdos son las sinapsis, son efímeros, pura química. Y sin embargo, vuelven. Ahora sabemos que sí existen áreas, circuitos reverberantes capaces de almacenar cantidades ingentes de información. Sí, parece que disponemos de un almacén de libros de entre cuyos lomos podemos seleccionar uno y buscar entre párrafos o fotografías que nos retrotraen a otros momentos. Lo maravilloso es que en ocasiones no necesitamos hurgar en esta biblioteca, nos invaden de repente. Tras una percepción inesperada se abre ante nosotros una página que parece que no contiene nada, y tiene que ver con aquello que nos ha hecho revivir aquel instante, más que rememorarlo. ¿Por qué? Porque así se dispone el cerebro y porque este órgano no vive solo.

Proust no era un científico sino un escritor con una sensibilidad extraordinaria, un pintor de sensaciones que supo adivinar cómo funcionaba la mente antes de que la biotecnología, la neurociencia e intelectos privilegiados como el suyo pudieran demostrar que así, efectivamente, parece ser como trabaja.

En el cerebro existen dispositivos especializados en coordinar las diferentes funciones de interacción con nuestro mundo interno y externo y con el pensamiento, pero no son módulos estancos. Es un sistema abierto e interconectado. Una zona está superespecializada en la percepción de sabores y olores, otras almacenan recuerdos. Memorias a veces puramente intelectuales y otras de tipo emocional, que nos invitan a evocar situaciones cuya impronta fue acompañada –tal vez provocada– por una vivencia especial, sentida.

Pero ¿qué tiene el olfato? A muchos no les habrá pasado inadvertido que es el sentido más evocador, y esto tiene una explicación sencilla. El sentido del olfato tiene una conexión directa con el almacén de la memoria. Otros como la visión, el oído o el tacto han de atravesar varios escalones antes de producir una emoción. El olfato es, por así decirlo, el único sentido que nos puede hacer revivir una emoción sin ser conscientes todavía de ella. No es ni más ni menos importante que otros a día de hoy y puede resultar, simplemente, hermoso o curioso, pero en otros momentos evolutivos esta cualidad del olfato estaba directamente implicada en nuestra capacidad de supervivencia.

Las áreas cerebrales –a veces distantes– están conectadas entre sí con las que controlan el cuerpo –por eso se eriza la piel, se acelera el corazón, nos estremecemos– o con las que controlan la atención, de ahí que parezcamos ausentes por unos instantes, inmersos en el intramundo. De ahí también que si aparece súbitamente otro estímulo que nos pone en alerta de un posible riesgo vital, este momento idílico pase a un segundo o tercer plano o, simplemente, desaparezca y se ponga en marcha un sistema de lucha o huida.

Y, cómo no, todo esto está a su vez conectado con el mundo de los afectos. En clase de neurofisiología un profesor aseguraba, orgulloso: “Si de algo no cabe dudar es de que la mejor paella es la paella de mi madre”. Y yo pensaba: “La paella no sé, pero el cocido, el de la mía”.

El cannabis y la memoria/

—    Llamamos cannabinoides a las sustancias químicas que enlazan con los receptores del cuerpo y del cerebro que reciben este mismo nombre.

—    De origen externo son los fitocannabinoides, sustancia extraída de la planta Cannabis sativa y utilizada como droga estupefaciente. Produce numerosos síntomas, algunos de ellos agradables, implicados en el sistema de recompensa, lo que favorece las conductas adictivas. Pero tiene contrapartidas: afecta de forma directa al aprendizaje y a la memoria.

—    Menos conocido pero más importante es el sistema endocannabinoide interno, formado por sustancias que sintetiza nuestro propio organismo y entre cuyas funciones destacamos su acción sobre la memoria.

—    Como no sería eficaz recordar todo aquello que vivimos o estudiamos, este sistema se encarga de optimizar la memoria, haciendo que olvidemos la información que considera irrelevante para nuestra supervivencia, desplazando aquello que no necesitamos en favor de almacenar la información que nos ayude a mantener un nivel emocional adecuado.

—    Pero cuidado, que los cannabinoides externos no son tan selectivos.

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