La cosecha
Uno de los conceptos mejor expresados de la corrupción lo dio Marjaliza en su declaración al juez Velasco
Una de los conceptos mejor expresados de la corrupción lo dio Marjaliza en su declaración al juez Velasco. “Hay que sembrar para recoger”, dijo a propósito de unos alquileres de 3.000 euros al año de unos apartamentos en Marbella al alcalde Granados y su segundo “para agasajarles”. Un desahucio de Granados por no pagar 3.000 euros al año por un piso de lujo en Marbella y una concentración de la PAH frente a la finca hubiera sido el fin de raza merecido del urbanismo español.
El testimonio de Marjaliza (que montó una empresa de asesoramiento en redes sociales cuando descubrió Internet en 2013 en un ciber) ha de considerarse, por su valor, a la misma altura que el concierto que Dylan dio a un solo fan en Philadephia, parte de un experimento de una televisión sueca; Dylan llegó, no saludó, tocó versiones y se piró sin despedirse, fiel a sí mismo. Cualquier gesto que revelase que Dylan supiese que enfrente tenía presencia humana decepcionaría a un fan en éxtasis, como cuando el genio acudió a una comida con Van Morrison, ventiló los platos y se fue sin decir nada. “¡Está en forma!”, exclamó entusiasmado el León de Belfast.
Se desconoce si Marjaliza está en forma. Sí ha resumido al menos en que consiste eso que parece tan complejo como la corrupción urbanística y que sólo son un montón de dealers mercadeando con tierras en lugar de con fardos. En uno de sus monólogos, el actor Carlos Blanco cuenta la intempestiva visita de Belén Esteban a unas mariscadoras en Carril (“a ver, marineras”), y una de ellas hasta arriba de almejas le dice: “¿E kiwis? ¿Queres kiwis?”. Ocurre lo mismo pero con las tierras, o como dicen en los despachos con el suelo, que en el argot es lo que viene siendo la mercancía. Pública, para cobrar en privado y en B, y edificar atendiendo a los intereses del poder y los contratistas; de esta manera las hipotecas no se contraen con los bancos sino con los apartamentos de Marbella que cuestan 3.000 euros al mes.
El suelo, los relojes, el amiguito del alma o aquello de lo que se quejaba Ricardo Costa en Valencia cuando le decían (madre del amor hermoso) que iba a ser el próximo presidente del Gobierno: “De ninguna manera, ése va a ser mi hermano Juan”. Una cultura poco refinada que mezcla la ambición, el ego y la perversión de una lógica que tiene que ver con desprenderse de la empatía hacia los demás y cultivar, cada uno por sí solo pero uniéndose en intereses de banda organizada —la financiación del PP— un modelo de conducta tan fuerte que ha terminado por no distinguirse de un modelo de país.
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