Las fronteras de la caridad cristiana


Jorge Fernández Díaz: más Vírgenes condecoradas que refugiados admitidos. Foto: EL PAÍS/ULY MARTIN.
Desde que la crisis de refugiados dinamitara definitivamente la utopíaeuropea, los líderes que se han distinguido con una posición unívoca y constante en defensa de los derechos de las víctimas se cuentan con los dedos de una mano. El Papa Francisco es uno de ellos. Su gesto más reciente es el discurso pronunciado con motivo de la aceptación del premio Carlomagno que se concede a personalidades en el ámbito europeo. Ante los inanes responsablesde las tres instituciones que han protagonizado la derrota legal y ética de Europa, Francisco denunció a un continente “cansado y envejecido” cuyos ideales “parecen haber perdido fuerza de atracción”.
La contundencia del Papa solo es comparable a la de otros líderes que han hecho bandera de su catolicismo, como el ministro Jorge Fernández Díaz y sus altos cargos. Pocos días después de la denuncia de Franciscoante las instituciones europeas, el Ministerio del Interiorcondecoraba a ocho guardias civiles absueltos por un juez tras propinar una monumental paliza a un inmigrante subsahariano en la valla de Melilla y devolverle 'en caliente' a Marruecos amparados por la ingeniería legal del Partido Popular (ver vídeo). El ministro ha lamentadoel "penoso incidente" sufrido por los guardias civiles, pero su caridad evangélica no se ha extendido al inmigrante que había sido depositado inconsciente al otro lado de la valla. En ocasiones, el delicado equilibrio entre los principios morales y la obediencia debidase distorsiona de forma obscena.
Los altos cargosde Interior no son los únicos católicos que anteponen la ley mordaza a la ley de Dios. Afortunadamente, el Papa no está solo en su batalla. Numerosas organizaciones religiosas, dentro y fuera de la Iglesia católica, protagonizan una contestación silenciosa pero firme a esta locura colectiva, a menudo con escaso apoyo público de las autoridades eclesiásticas. Un buen amigo jesuita me recordaba hace unos díasla lógica simple de Francisco cuando alguien le recomendó ‘cuidarse’ frente a los riesgos que estaba asumiendo: “no estamos aquí para cuidarnos, sino para cuidar”. Cuidar ofreciendo apoyo legal, exigiendo el acceso a derechos básicos o, sencillamente, prestándose a acoger y acompañar a personas que lo han arriesgado o perdido todo para llegar hasta aquí. Es el trabajo que se desarrolla en las trincheras de la justicia social, donde muy pocos quieren enfangarse y donde sobra la ambigüedad vaticana que caracteriza, por ejemplo, a los partidos socialdemócratas. Laactitud del Papa en este asunto recuerda mucho a la que inspiró a Pedro Arrupe en 1980, cuando creó el Servicio Jesuita a Refugiados, impactado por la tragediade los balseros vietnamitas.
Somos unos cuantosquienes hemosdecidido vivir nuestra fe en elextrarradio de la Iglesia, hartos de disgustos y contradicciones.No sé si habrá posibilidad de volver al redil, pero, si existe, Franciscoofrece buenas razones. No resulta difícil imaginar a quién elegiría Jesús hoy día para compartir cena, si al inmigrante apaleado o al Ministro del Interior.
ACTUALIZACIÓN A LAS 15h: Después de la publicación de esta entrada hemos sabido que la condecoración a los guardias civiles que propinaron la paliza al inmigrante no es una, sino dos. La Ciudad de Melilla y la Delegación del Gobierno se han unido al entusiasmo del Ministerio con la concesión de la Orden del Mérito Civil. En palabras de Juan José Imbroda, Presidente de Melilla,"se ha hecho Justicia con mayúsculas, que es la que hay que hacer". Este asunto era inmoral desde el principio, pero la impudicia de las instituciones públicas lo ha convertido en obsceno.
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