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El cerebro corrupto

La corrupción no es exclusiva de la especie humana, ni tampoco del poder político y empresarial sino también de la sociedad que a su medida, la ejerce o, al menos, tolera

Salida de Bárcenas de la Audiencia Nacional, en una imagen de archivo.
Salida de Bárcenas de la Audiencia Nacional, en una imagen de archivo. SAMUEL SÁNCHEZ

La corrupción podría definirse, en un sentido social, como una creencia compartida, expandida y tolerada de que el uso de la función pública es para el beneficio de uno mismo, de la propia familia y de amigos. Pero no es una novedad de estos tiempos. Como bien describe el World Development Report de 2015, la corrupción ha sido la norma social por defecto en la mayor parte de la historia. El principio de que todas las personas son iguales ante la ley ha surgido progresivamente en la historia y en muchos países es todavía una tarea pendiente. La corrupción no es exclusiva de la especie humana (se han evidenciado conductas corruptas en chimpancés, abejas y hormigas). Entre los seres humanos, tampoco es exclusiva del poder político (aunque la hay) ni de los empresarios prebendarios (aunque los hay) sino también de la sociedad que a su medida, la ejerce o, al menos, tolera.

El tema de la corrupción se ha estudiado desde la sociología y las ciencias políticas, desde la historia y el derecho. Pero es importante tener en cuenta que un comportamiento humano puede tener causas al mismo tiempo biológicas, psicológicas, culturales y sociales, las cuales interactúan para influir y no son necesariamente disyuntivas. En 2014, la revista científica Frontiers in Behavioral Neuroscience publicó el resultado de un experimento en el cual se midió la conductancia de la piel, que es una medida de variación emocional general, al ofrecer un soborno, recibirlo o esperar para ver si se había descubierto el hecho de corrupción en el que se estaba implicado. Se simuló una subasta y se les daba a las personas la posibilidad de sobornar al subastador para obtener beneficios. Las primeras veces, podían sobornar libremente pero, luego, el perdedor podía exigir inspeccionar la operación. Entre los resultados se encontró que tanto subastadores como sobornadores eran menos corruptos cuando sabían que podían ser observados. Además, la actividad electrodérmica aumentó cuando la persona decidió de forma positiva, honesta y prosocial. La mirada del otro (o la posible mirada del otro) es la que sanciona el oportunismo.

Tanto subastadores como sobornadores eran menos corruptos cuando sabían que podían ser observados

Es también la que genera en los participantes de la experiencia el miedo a ser descubiertos y la ansiedad. Por supuesto que existe otra mirada del otro posible: una mirada cómplice o complaciente, de una persona o de la sociedad que justifica la acción. Si no hay sanción social, se pierde el mecanismo de premios y castigos, se naturaliza el delito. Mediante el estudio de nuestro comportamiento evolutivo y la resolución de dilemas morales, se observó que, sin importar cultura, edad, clase social o religión, el hombre es corrupto por naturaleza: piensa primero en el bien propio y luego considera reglas morales y sociales; sus castigos y sus percepciones. No realizar actos de corrupción implica una actitud prosocial frente a una actitud exclusivamente en pos del bien individual. La ley y la mirada social influyen positivamente en nuestra conducta.

La corrupción es una condición ya que, si bien es una decisión individual cometer actos de este tipo, en realidad no se trata solo de una conducta singular desviada. En otras palabras, no hay seres humanos corruptos sino una sociedad corrupta en la cual los seres humanos (dispuestos a la corrupción) actúan. En un estudio que realizó el investigador Dan Ariely, se observó que un pequeño soborno puede tomar una influencia dramática en el comportamiento moral de un individuo. En este experimento, los participantes que recibieron un pequeño soborno pasaron luego a engañar y robar en tareas posteriores. Ese hallazgo podría tener consecuencias importantes para la comprensión de las normas sociales que conducen a la corrupción generalizada en los gobiernos, las instituciones o la sociedad. Todos los países tienen corrupción y seres humanos corruptos. La diferencia, en parte, radica en cuán tolerada es la corrupción en esa sociedad. Entrevistas cualitativas realizadas a expertos en corrupción y en distintas áreas (política, comercio exterior, industria farmacéutica y de la construcción, y el deporte), pueden arrojar una tendencia común de las organizaciones corruptas. Esto hicieron dos psicólogos y concluyeron en que las organizaciones corruptas se suelen autopercibir como en medio de una guerra que los hace mantener la actitud de que los fines justifican los medios. Esto tiene implicaciones en los valores generales de la organización: racionalizar la falta de ética y castigar a los que no son corruptos. Pero no, esta “guerra” es solo una coartada del corrupto.

El informe Mente, Sociedad y Conducta elaborado por el Banco Mundial menciona que en países adonde la corrupción es una norma aceptada y no hay castigo ni sanción social para esta conducta, se puede llegar al extremo de que parte de la sociedad no respete e incluso se burle del funcionario honesto. A su vez, muchas de esas personas, que en forma privada critican la corrupción, no se rebelan contra el sistema para no ser aislados y tildados como “diferentes”. Hay situaciones adonde incluso policías fueron castigados (por sus colegas y por su entorno social) por no aceptar sobornos, ser honestos y violar la norma establecida. En ese mismo informe se describe cómo personas de países con alto índice de corrupción que tienen inmunidad diplomática en Nueva York, y por esta situación no deben pagar por multas de tránsito, tienen más infracciones que diplomáticos que provienen de países con menor índice. Esto aporta evidencia a la idea de que la corrupción, en parte, es influenciada por normas sociales internalizadas.

El hombre es corrupto por naturaleza: piensa primero en el bien propio y luego considera reglas morales y sociales; sus castigos y sus percepciones

Se han hecho diversos experimentos para mostrar bajo qué circunstancias las personas se muestran mejor predispuestas a actuar en beneficio del bien común (como, por ejemplo, cuando pagan los impuestos) y bajo qué circunstancias actúan de modo más egoísta. Un tipo de tarea experimental que se usa es el “juego de los bienes públicos”. Un ejemplo de este juego sería que personas en un grupo reciban 100 euros cada uno y pueden decidir cuánto quieren poner secretamente en un pozo común que será duplicado por el administrador. Es decir, si hay diez jugadores y todos ponen 100, el total será 1.000, se duplicará (2.000) y cada uno recibirá 200. Sin embargo, si una persona no pone nada al pozo común y el resto pone sus 100, esta persona recibirá más dinero (sus 100 originales sumado a la repartición del doble de lo que puso el resto). Cuando se juega más de una ronda, los jugadores empiezan a ver que no todos están poniendo lo que podrían poner y se están beneficiando a costa del resto (ya que la repartición final podría ser mayor). Por lo tanto, ellos mismos dejan de aportar tanto.

El resultado es que la actitud egoísta de pocos contagia a los que originalmente más cooperaban. La cooperación se suele dar cuando las personas sienten que si ayudan, van a recibir algo a cambio, aunque sea en un futuro lejano (concepto clave para el pago de impuestos en relación con los beneficios en salud, educación, seguridad, etc.). También se da cuando las personas se sienten observadas. Esto sucede hasta con una foto de unos ojos, que en una plaza muestran aumentar la cantidad de recolección de desechos de los perros; en una oficina, hace aumentar la cantidad de donaciones para el café de todos; en un laboratorio; reduce la cantidad de acciones tramposas. Nuestro cerebro responde automáticamente a la mirada del otro, sea real o artificial, producto de la evolución. Que nos reconozcan por una actitud altruista nos hace sentir bien a nosotros, pero también trae beneficios a todos.

La corrupción no es un detalle ni una desviación que solo impacta en la moral social. También en la vida de las personas. En un comentario de la prestigiosa revista científica Nature en 2011, se publicaron estadísticas que calculaban que el 83% de todas las muertes como resultado de derrumbes de edificios durante los últimos treinta años ocurrieron en países que padecen, según los indicadores, los sistemas más corruptos. Todo esto no es inevitable ni los seres humanos somos así fatalmente. Pero sin castigo, ejemplos y sanción social la corrupción puede convertirse en norma establecida. No hay excusas ni tiempos que la apañen. Debemos estar convencidos y convencer porque la corrupción también es un crimen.

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