Sólo son mujeres
APENAS las educaron. Se limitaron a prepararlas para llevar una casa, para cuidar de su marido y de sus hijos. Cuando la Historia les pasó por encima sabían limpiar y barrer, sabían guisar y coser, amamantar niños, regatear con los tenderos y plantar flores en macetas. Eso habían aprendido, y de la noche a la mañana, no les sirvió de nada. Nunca habían estado solas y se quedaron solas. Nunca habían tenido que tomar decisiones y tuvieron que asumir la responsabilidad de todo cuanto sucedía a su alrededor. Nunca habían tenido que ganar un jornal, pero sus hijos tenían que comer y nadie podía ganarlo por ellas. Así, aprendieron solas lo que nadie les había enseñado. Con las cartas que tenían en la mano, cualquiera habría apostado a que se hundirían irremisiblemente, pero no sólo flotaron, sino que aprendieron a nadar. Ellas solas.
No sólo habían perdido una guerra. Muchas perdieron mucho más. A sus hombres, muertos, exiliados, presos, huidos, desaparecidos. Y sus casas, sus tierras, sus negocios. Los medios de subsistencia que sus familias habían practicado durante generaciones fueron prohibidos en un país donde los vencedores lo nacionalizaron todo en su propio beneficio, desde el marisqueo y la venta espontánea de productos artesanos hasta la recogida del esparto, una planta que crece sola, sin que nadie la plante, en medio del monte. Para ellas todo era ilegal, todo estraperlo. Desde la distancia, es fácil sospechar que la hostilidad del Estado franquista contra las mujeres de los rojos sostuvo una estrategia de exterminio perfectamente planificada. Ellas sabían que cualquier error podría implicar que les quitaran a sus hijos, así que también aprendieron a incumplir la ley sin cometer errores. Y subsistieron, luego vivieron, por fin prosperaron. Fueron consolidando poco a poco un capital humano monumental, del que los españoles de hoy no son en absoluto conscientes. Sólo eran mujeres, estaban solas, carecían de formación, pero sus nietos son jueces, médicos, ingenieros, diputados, ministros…
Muchas fueron encarceladas porque cuando fueron a sus casas no encontraron a sus maridos, a sus padres, a sus hermanos, a sus hijos. Otras no. Otras sabían muy bien por qué las habían metido en la cárcel. Allí aprendieron cosas nuevas. A recibir palizas sin hablar, a soportar humillaciones sin quebrarse por dentro, muchas a leer y a escribir gracias al empeño de otras presas, todas a reconocerse en sus iguales. Como el Estado franquista no estaba dispuesto a otorgar a ninguna mujer la condición de presa política, las juzgaban por delitos comunes, a menudo prostitución, aunque en el juicio declararan con rabia su militancia, su ideología. El cambio de la legislación que reconoció a las mujeres la condición de presas políticas representó una gran victoria para las militantes encarceladas por Franco, pero la legislación previa no había representado un obstáculo para que sus compañeras fueran fusiladas exactamente igual que los hombres.
Este es el espíritu que inspira Sólo son mujeres, un espléndido montaje multidisciplinar dirigido por Carme Portaceli, en el que la música y la danza enriquecen un conmovedor y despiadado texto de Carmen Domingo. Miriam Iscla representa sobre el escenario las vivencias de cinco mujeres, tres reales, Amparo Barayón –la mujer de Ramón J. Sender, fusilada en octubre de 1936 por estar casada con su marido–, Matilde Landa –secretaria general del Socorro Rojo durante la guerra y primera responsable del PCE en Madrid en la clandestinidad, que en 1942 se suicidó, tirándose por una ventana de la cárcel de Palma de Mallorca, para escapar de la presión de las Hermanas de la Caridad, que le retiraron la leche a los bebés de sus compañeras para obligarla a bautizarse contra su voluntad y aprovecharon sus últimos instantes de vida para bautizarla mientras agonizaba– y Tomasa Cuevas –militante comunista, condenada a 30 años de cárcel en 1939, liberada en 1945 sólo para volver a ser detenida, salvajemente torturada y encarcelada de nuevo, que después de lograr exiliarse en Francia y en Praga volvió a España y recopiló el testimonio de muchas mujeres encarceladas durante la dictadura–, y dos ficticias. El magnífico trabajo de la bailarina Sol Picó y la música interpretada por Carmen Conesa crean una atmósfera tenebrosa, precisa, que abriga e ilumina la estremecedora interpretación de Miriam Iscla.
Sólo eran mujeres. No cometan el error de pensar que esto es, solamente, un espectáculo teatral más.
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