Alta montaña
La república siempre será como ese primer amor que pudo ser y no fue
Hoy es un domingo de abril. Concédete una fiesta republicana. Te mereces un poco de aire limpio. Como si la política fuera tabaco y uno se fumara tres paquetes diarios, llega un momento en que hay que dejar la política aparte y someterse a una cura de desintoxicación si no quiere uno morir envenenado. Ese último cigarrillo, que no consigues quitarte de la boca, es el que te mata. Así sucede con el telediario o la tertulia que no puedes apagar. Bajo la nube tóxica de la corrupción los líderes agitan su incapacidad congénita de llegar a un acuerdo, una incompetencia en el oficio enmascarada con una catarata de palabras inanes como el coro de ranas que ameniza una charca infecta. Esta murga diaria te obliga a imaginar un balneario de alta montaña o una isla desierta donde podrías regenerar tus pulmones carbonizados. Puesto que estamos en mitad de abril y las hormigas ya han abierto oficialmente los hormigueros en honor a la primavera y pronto florecerán las acacias, podría uno adjudicarse el premio de un domingo republicano como salvación. Un desayuno despacioso, la música de Bach que se diluya en el aroma del café y de las tostadas, la visita a una exposición de pintura por la mañana, unas cervezas con amigos en una terraza soleada, un almuerzo vegetariano, una película por la tarde, la lectura de un libro, un disco de jazz, una copa al anochecer, un sueño apacible. Sin abandonar el sillón puedes viajar a ese espacio mental que se llama república. Pese a que aquel espacio fue mancillado por unos políticos ingenuos o perversos y el sueño acabó en una guerra fratricida, la república siempre será como ese primer amor que pudo ser y no fue. Para viajar hacia esa república, isla desierta o balneario de alta montaña, hay que sobrevolar una nube apestosa, pero una vez allí podrás respirar un poco de aire puro este domingo de primavera.
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