_
_
_
_
MORBUS NAUTICUS
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

No son las palabras

No me fío del discurso de nadie. Son los actos los que hacen al hombre

Me ha interesado sobremanera escuchar hace poco que aún hoy día los monjes budistas, cuando atraviesan un bosque al atardecer, llevan una campanilla para que los animales que viven en él y a los que podrían pisar se aparten y así no hacerles ningún daño. Aquí, en cambio, pisoteamos cualquier caracol, aplastamos cualquier lombriz… ¿De quién son estas palabras tan tiernas, estos pensamientos tan considerados con las más humildes criaturas? Nada menos que de Heinrich Himmler, comandante en jefe de las SS, ministro del Interior en el Tercer Reich y responsable de la vejación sistemática y del posterior asesinato de millones de personas. El mismo Hitler promulgó una piadosa ley que prohibía tener peces en una pecera.

Me llama la atención que la tendencia de tantos miembros de nuestra sociedad a ventear en público sus principios –en especial con respecto a los animales, pero también con respecto a los demás seres humanos, sobre todo si no tienen nada que ver con ellos– sea cada vez mayor. Demasiados me parecen también los que rebosan moralina como si fuera bilis y ellos monjas totalitarias. Y los que presumen sin ningún recato de sus buenas acciones, tanto que parece que sólo las hacen para poder hablar de ellas.

Cuántas veces he visto a alguien borbotear frases y frases sobre lo maravilloso y justo del reino animal y lo malvada que es la humanidad, y poco después, por ejemplo, descargar con rabia un raquetazo en el lomo de su propio perro, sin que el pobre chucho hubiera hecho nada que pudiera justificar semejante brutalidad. O deshacerse en mimos mantecosos con un minino y a continuación soltarle un ladrido como una bofetada a su hermano. No me fío del discurso de nadie. No son las palabras, y ni siquiera las ideas, las que hacen al hombre, sino los actos. Y la piedad con los semejantes.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_