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Columna
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Negarse a estar del lado de la plaga

Los medios deben investigar los antecedentes y fortunas de políticos como Trump en vez de publicar artículos llenos de divertidas anécdotas

Soledad Gallego-Díaz

Se suponía que garantizada la libertad de expresión y la igualdad de oportunidades, la racionalidad se impondría siempre al final del debate. Pero no está claro. Seguro que hay que seguir apostando por la razón; hay que huir del “pensamiento ardiente y las autenticidades indiscutibles del corazón”, de las que hablaba ya hace cien años The New Republic. No hay que cejar, pero la cuestión es que el éxito al final del debate está cada día más oscuro. El caso de Donald Trump y su cada vez más exitosa campaña para la nominación republicana en Estados Unidos es un buen ejemplo del desconcierto con el que se hace frente en todo el mundo a los populismos.

Nadie puede dudar de la libertad de expresión norteamericana ni de la pluralidad de sus medios de comunicación y, sin embargo, parece que Trump ha sido capaz de manipular todo ese entramado sin mayores dificultades. Poco a poco, muchos canales de televisión y publicaciones americanas se preguntan qué ha sucedido para que lo que les pareció una bufonada se haya convertido en un problema tan serio.

La respuesta a la que llegan es evidente: precisamente el error ha sido considerarlo una bufonada y atacar o reírse de Donald Trump, en lugar de actuar frente a él con la misma profesionalidad que frente a cualquier otro candidato. Con Trump han sobrado, como sucedió en su día con Berlusconi y como está sucediendo en muchos países de Centroeuropa, las caricaturas, las risas y los ataques insultantes y han faltado, de manera espectacular, las investigaciones profesionales, serias y a fondo, sobre sus actividades económicas, su vida particular y su entorno.

¿Qué modelo es el que propone Donald Trump y el de la mayoría de los líderes populistas, centroeuropeos o no? Generalmente, una democracia en la que se celebran elecciones pero en la que no se cuidan los otros elementos imprescindibles en las democracias liberales, la rendición de cuentas, el equilibrio de poderes, el respeto a las libertades civiles, la libre expresión o la libre difusión de ideas. Ignoran a las minorías y se burlan de la legalidad institucional, aludiendo a lo que el profesor Pappas denomina “mayoritarismo”, que ellos mismos dicen representar. Donald Trump suele llamar “chusma” y “miserables” a los periodistas y estos reaccionan como si se tratara de un espectáculo de entretenimiento, se enfadan y protestan, pero contribuyen entusiastamente al show, como no hacen con ningún otro candidato. Desde luego, no con Hillary Clinton, por ejemplo, a la que se investiga una y otra vez, del derecho y del revés.

El error ha sido reírse de Donald Trump en lugar de actuar frente a él con la misma profesionalidad con la que se actúa frente a cualquier otro candidato

El discurso de Trump se parece mucho más de lo que nos damos cuenta al discurso de los líderes populistas de Centroeuropa. Él, como ellos, reclama el derecho a que sus países sean sólo fuertes. ¿Por qué tantas contemplaciones con los refugiados? Trump quiere levantar un muro a lo largo de toda la frontera con México y el húngaro Orban y sus colegas nacionalistas polacos, eslovacos, checos o alemanes, claman por una Europa fuerte, que deje de comportarse como si los refugiados fueran su responsabilidad. Basta de hablar de compasión y caridad, hablemos con otro lenguaje, con el idioma de la fuerza, vociferan.

Hay que tomarles muy en serio. Examinar minuciosamente lo que dicen y hacen. Investigar sus antecedentes, sus escritos, sus negocios y sus fortunas. Nada de artículos coloridos, llenos de divertidas anécdotas. Nada de cubrir una tras otra sus frases más tontas u ocurrentes. Nada de esto tiene gracia. En la medida de lo posible, decía Albert Camus, uno tiene que negarse a estar del lado de la plaga.

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