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Tribuna
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Cerca del final y del principio

El problema en Colombia no es la paz, sino el miedo a una nueva realidad política

En los años ochenta existían en Colombia seis grupos guerrilleros, tres poderosos carteles de narcotraficantes y 15 grupos paramilitares; en conjunto tenían 50.000 hombres armados. El Estado tenía menos de 100.000 y en el 30% de los municipios había poca o nula presencia gubernamental. El país era la capital mundial del secuestro y del homicidio. Pero todo esto es historia; en los últimos 35 años, ocho Gobiernos, no sin errores, se abrieron paso a tiros, negociaciones y votos para establecer la autoridad del Estado en todo el territorio y proteger a sus habitantes. Ese es el camino que ha llevado a las actuales negociaciones de paz en La Habana.

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Colombia está cerca del final de un acuerdo y frente al inicio de nuevos retos y peligros. Gobierno y FARC están realizando un esfuerzo extraordinario por concluir a la brevedad las conversaciones en La Habana. El proceso ya superó la fase de negociación con guerra y está dominado por una dinámica de final. Existe un cese de fuego bilateral de facto y la actividad militar ha perdido valor para las propias FARC. La negociación es ahora más importante que las bombas. Ya no se trata solo de que el proceso es irreversible, sino que el contexto lo empuja a su desenlace. El regateo de detalles y tiempos es inevitable porque no existe final sin dificultades.

Cuando en 1999 se intentaron las negociaciones del Caguán se desmilitarizaron 42.000 Km², ahora se discute sobre unas decenas de lugares que en conjunto rondarán los 100 Km². Esto no solo se debe ajustar a lo que el Gobierno y las FARC quieran, sino a lo que la verificación internacional pueda cubrir. Esta verificación, encabezada por Naciones Unidas, es para implementar y terminar un proceso, no para iniciarlo. Es para contar armas y combatientes y desmovilizarlos. El espacio político, militar e internacional para mantenerse armados se volverá así sumamente estrecho.

Un acuerdo de paz no está basado en la confianza en el enemigo. Lo fundamental es la confianza en el acuerdo que se firma y en los mecanismos que aseguran su cumplimiento. La concentración de los combatientes de las FARC en pequeños espacios, la verificación internacional, el control sobre las armas, la ejecución de los primeros desarmes y el contacto permanente y pacífico entre guerrilleros, militares y policías serán los factores que abrirán el camino al desarme. Sin duda habrá problemas, retrasos y hasta incumplimientos, pero los acuerdos están hechos para establecer un contexto político, social y psicológico que haga perder sentido a la política con armas.

Ya no se trata solo de que el proceso es irreversible, sino que el contexto lo empuja a su desenlace

Nuevos retos están a las puertas con la fase de implemen-tación. El más grande de todos es la pacificación e integración de la Colombia rural profunda. La paz con las FARC es solo un componente más de este proceso, como lo fueron la desmovilización de los paramilitares y el crecimiento exponencial de la fuerza pública. Los acuerdos tienen implicación política nacional, pero su éxito concreto se decidirá lejos de Bogotá con los programas de pacificación territorial. Si se firmara olvidando el campo la violencia se reciclaría en el corto plazo. Esta violencia sería seguramente más fragmentada, indiscriminada e incontrolable. El reto es que el campo colombiano deje de ser factor generador de violencia y se convierta en factor de progreso.

Las FARC son irrelevantes en política nacional; sin embargo, el fin del conflicto le limpia el camino electoral al centroizquierda. Aun cuando la izquierda necesita superar problemas de unidad, liderazgo y madurez política para llegar a ser Gobierno, se puede decir que la hegemonía conservadora que ha dominado Colombia empezará a concluir. Esta nueva situación está polarizando al país. No es la paz el problema, sino el miedo a una nueva realidad política.

En este contexto, la polarización es el mayor peligro para el proceso de paz, porque no habrá paz para los colombianos si no hay madurez entre sus políticos. El Salvador logró una pacificación exitosa que la polarización entre los partidos durante la posguerra terminó destrozando. La ingobernabilidad abrió las puertas al crimen y ahora los salvadoreños sufren una violencia peor que la guerra civil. Es por ello una extraordinaria noticia que el Congreso colombiano aprobara por unanimidad la ley que permitirá implementar las zonas de concentración de las FARC. La política es lucha y pacto, sin lucha no hay identidad, pero sin pactos no hay gobierno y sin gobierno no hay paz.

Joaquín Villalobos fue guerrillero salvadoreño y es consultor para la resolución de conflictos internacionales.

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