El pacto de la vergüenza
Europa reniega de sí misma y externaliza el problema de la inmigración, poniendo en bandeja a Erdogan la adhesión de Turquía a la UE
No pudiendo ni queriendo resolver la crisis migratoria, la UE ha decidido subarrendarla. La ha externalizado. Ha contratado la gendarmería turca, no tanto a cambio de 6.000 millones de euros —el doble de la cifra original—, sino al precio incalculable que supone renegar de los principios fundacionales comunitarios. Sea porque Europa se abstrae de las responsabilidades humanitarias. Sea porque el acuerdo canoniza las expulsiones en caliente. O sea porque la UE rebaja a Turquía las condiciones de su adhesión.
La gran paradoja consiste en que Ankara ha avanzado en sus aspiraciones de integración cuando más ha retrocedido en sus estándares democráticos. Europa condesciende con una autocracia, ofrece expectativas al sultanato de Erdogan mientras el patriarca turco, usando a su antojo la presión de los refugiados, abusa de sus poderes, coacciona la libertad de expresión, maltrata la separación de poderes e impone al dogma del estado laico un descarado sesgo islamista.
Serían razones suficientes para distanciar cualquier hipótesis de acuerdo, pero la emergencia de la inmigración ha desdibujado el escrúpulo comunitario respecto a sus obligaciones embrionarias. No tiene sentido reprochar a los populismos en boga el pecado del euroescepticismo cuando es la propia UE la que se encarga de fomentarlo, renegando para ello de la conciencia y de la ética que alentaron el compromiso geopolítico, forzando la interpretación de las leyes, vulnerando el derecho internacional. Europa renuncia a sí misma como un absurdo camino de supervivencia.
Es la contradicción que sobrevino al firmarse el nuevo estatus de Reino Unido en la UE. Con tal de evitar el divorcio, la Unión Europea prefirió abjurar de la propia idiosincrasia. No ya discutiendo el principio evolutivo de la cesión de soberanía, sino cuestionando los derechos y el movimiento de los ciudadanos comunitarios.
Del Atlántico al Mediterráneo, de Occidente a Oriente, el acuerdo con Turquía es una vergüenza. Demuestra que la UE ha cedido a todos los chantajes. Ankara representa uno de ellos, pero el inventario también comprende la presión de los gobiernos xenófobos —muchos de ellos, localizados en el Este—, la psicosis de la opinión pública, la debilidad política de Angela Merkel, el riesgo electoral, el cinismo de Francia en la capitulación de los derechos del hombre y la doctrina pionera de la política española.
Aquí hemos alojado a 18 refugiados entre diez millones que lo necesitaban. Aquí hemos patentado la doctrina de las devoluciones en caliente. Las reprochó la comisaria Malmstrom cuando la Guardia Civil ahuyentaba a los "invasores" de Ceuta, pero toda la sensiblería que proliferó entonces y que pretendió encubrir la muerte de Aylan con un funeral de plañideras se ha demostrado un estremecedor, repugnante, ejercicio de hipocresía.
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