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Columna
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Transición

Hoy veré a Otegi en el Velódromo donostiarra, predicando la nueva era

Fernando Savater

Pese a los falsificadores del pasado (¿incurrirán en delito según la remozada Ley de Memoria Histórica?), la Transición trajo más bendiciones políticas y en menos tiempo de lo previsto. En el País Vasco, los terroristas se encargaron de que no las disfrutásemos. Me refiero sólo a los no nacionalistas, claro, porque los etarras salieron de las cárceles y el PNV vio su programa de mínimos cumplido a rebosar. La España constitucional, en cambio, apenas tuvo ocasión de despuntar: los que movían el árbol y los recolectores de nueces lograron bloquear sus mejores promesas.

Ahora se nos pide un pequeño esfuerzo más a quienes resistimos a la hegemonía terrorista y al nacionalismo obligatorio: debemos recibir a Otegi como el auténtico representante no de ETA sino de la Transición boicoteada. Aquella transición trajo democracia donde había dictadura, voces plurales en vez de voces de mando, información libre de coacciones, un relato histórico que señalase a quienes fueron enemigos de su propio pueblo y reivindicase a los que se les opusieron. Pero la transición estilo Otegi nos ofrece el programa político etarra como horizonte, un relato histórico con los asesinos como héroes y sus víctimas como daños colaterales, medios de información que evitarán los documentos incómodos y publicitarán los favorables a la causa y un ceñudo velo de desdén sobre los que no se doblegaron. Y tendremos que llamar “paz” a la renuncia a matarnos de quienes ya lo consideran innecesario o imposible, mostrando nuestro agradecimiento con la excarcelación de los que ayer se encargaron de la limpieza etno-política.

Yo estaba en un calabozo cuando Juan Carlos subió al trono. Debía ser preso político o así. Hoy veré a Otegi en el Velódromo donostiarra, predicando la nueva era. Tengo mala pata con las transiciones.

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