"Hola, jefe. Estoy de cañas. ¿Quiere dejar de mandarme 'mails'?"
Y otras formas de torear a un mandamás que le escribe fuera de horario. Porque estar disponible las 24 horas es malo para la salud (y su contrato no lo estipula)
George Orwell se equivocó con lo del Gran Hermano. Resulta que no tiene forma de ojo que todo lo ve, sino de smartphone en el que descargar aplicaciones con las que estar siempre disponible. Mail, teléfono, WhatsApp, Facebook… Vivimos en la era de la conectividad, en la que el móvil, tableta y otros cachivaches similares se han convertido en prolongaciones de nuestros brazos. Los principales culpables de la eliminación de las fronteras temporales y espaciales son los teléfonos inteligentes y las tarifas planas; ahora podemos estar disponibles al otro lado las 24 horas del día. Genial, ¿verdad? Sobre todo cuando tienes un jefe de esos a los que cualquier momento del día le parece adecuado para enviar un mail con la palabra ‘urgente’ en el asunto. Da igual que para usted lo verdaderamente urgente a esas horas en las que ya se ha terminado su jornada laboral sea bañar a sus hijos, hacer un bizcocho o ver un capítulo de Expediente X. Al final, lo normal es que conteste, porque si no lo hace queda la sensación de que no es el trabajador que debe.
El problema de una llamada a deshoras del jefe no es el trabajo en sí, sino sentir que no existe un fin de la jornada laboral, algo que provoca estrés y desánimo
La realidad es que quien no está cumpliendo bien su papel es el remitente, que normalmente suele ser el jefe o jefa. Aunque algunos de ellos no lo tengan claro, los horarios laborales existen, y su relación de mandamases con nosotros acaba con las horas estipuladas por contrato. La laxitud en la jornada laboral es un problema, aunque quizás no sea solo responsabilidad de los que marcan las normas; también algunos de los que tienen la categoría de soldado colaboran en perpetuar el conflicto. Para ser mejor trabajador es fácil caer en el error de la tendencia a la disponibilidad laboral constante: llegar temprano para preparar el trabajo del día, comer delante del ordenador si hace falta, salir tarde… Se hace por complacencia, por autoexigencia y, sobre todo, por miedo al despido. Lo peor es que, por culpa de los móviles, tabletas y relojes inteligentes, ese trabajo de más ha salido de la oficina y ahora puede llegar hasta cualquier parte en forma de correo electrónico o mensaje de WhatsApp. Si no responde, corre el peligro de parecer una de esas personas a las que les quema el boli en cuanto salen de la oficina.
Bueno, pues resulta que esta tiranía de estar constantemente conectado al trabajo no es nada buena ni para el trabajador ni para la empresa. Lo dice un estudio de la Asociación Americana de Psicología, en el que los resultados indicaron que esta atención constante disminuye los niveles energéticos, potencia el bajo estado de ánimo y aumenta el nivel de estrés. Los datos recogidos en la muestra, compuesta por un amplio abanico profesional, desde ingenierías hasta la enfermería, demuestran que el problema no es el trabajo, sino la incertidumbre ante la posibilidad de que en cualquier momento pueda caer un aviso para que haya que ponerse a ello, como si fuera la espada de Damocles.
En los resultados se puede comprobar que la satisfacción que sentían los encuestados hacia el trabajo, y sus niveles de rendimiento, fueron menores cuando al terminar la jornada del día anterior se les avisó de que tendrían que estar disponibles durante la noche (ninguno de ellos recibió la temida llamada). Sin embargo, en una segunda recogida de datos tras un día laboral en el que no tuvieron que estar pendientes del teléfono o el correo electrónico, sus niveles de humor laboral aumentaron.
Todo apunta a que el problema no es el trabajo, sino la posibilidad de que no exista un límite de su término a lo largo del día. Ese estado de alerta psicológica provoca, según continúa el estudio, una respuesta en el cuerpo en forma de aumento de cortisol, una hormona relacionada con los niveles de estrés y con problemas de salud. Sus niveles diarios empiezan en las primeras horas en la cima, pero a lo largo del día, van bajando, contribuyendo a la regulación temporal y la relajación. Cuando se tiene un nivel de estrés elevado, como es el caso de una persona sometida a la amenaza del trabajo urgente en cualquier momento, esa bajada no se produce de la misma manera. Quizás estar siempre disponible sirva para salvar un trabajo, pero la salud es la que realmente se puede ver afectada, porque el estrés es fuente de enfermedades, según la OMS. Un motivo más que suficiente para evitar las hiperconexiones laborales desde los dispositivos informáticos portátiles en las horas que no estipula el contrato.
Mientras esperamos a que los superiores que no leen los compromisos que firman comprendan que esto de estar disponible siempre no tiene sentido, lo mejor que podemos hacer, como trabajadores, es colocarnos una buena armadura con la que defendernos de los correos electrónicos y llamadas a deshoras. Aquí van algunos trucos para capearlos (y divertirse mucho en el proceso):
1. Cuelgue a su jefe a mitad de una llamada (y luego apague el teléfono). Está en casa a punto de tirarse en el sofá y justo le llega el aviso de un mail entrante de su jefe pidiéndole algo "para cuanto antes". Ni conteste, pero que quede claro que se ha interesado lo suficiente como para llamarle por teléfono. Es sí, asegúrese de falsear el ruido de calle (enchufe un vídeo en YouTube para poner de fondo), antes de decirle: “Jefe, he visto el mail, pero no he llegado a leerlo porque estoy casi sin batería. Ahora estoy en [una excusa realista y que conlleve tiempo, pero evite posibles padres, esposas o hijos convalecientes, que da mal fario]. En cuanto, llegue lo miro”. Lo importante es que antes de que él pueda explicarle de qué iba el correo, usted cuelgue como si se hubiera quedado sin batería. Después, apague el teléfono, o bloquee temporalmente a su jefe para que no pueda localizarle. Al día siguiente, le cuenta que acabó tardísimo de eso en lo que estaba, y ya no te dio tiempo. Una pena.
2. Tire de Google Imágenes. Ha conseguido huir del correo, pero los jefes más persistentes atacan también por el chat del teléfono con mensajes del tipo: “Mira tu correo, que te he enviado una cosa urgente”. Un modo de escaparse es no abrir el WhatsApp hasta el día siguiente, para que así no le pueda decir que lo vio en línea y no contestó. Pero hay un recurso más sencillo que no le dejará sin chat telefónico con el que enviar memes en su tiempo libre. Consiste en entrar en Google Images y hacer una búsqueda con la frase “cuando el coche te deja tirado en la carretera”. Elija la más realista y acompáñela de la cantidad de tiempo que lleva esperando a la grúa. Añada un emoticono de agobio y listo. Da igual que conduzca o no, lo de que el coche te deje tirado en el medio de la nada, puede suceder yendo de copiloto. Su jefe sentirá empatía por tu desgracia, que los que tienen ese cargo suelen ir más en coche que en trasporte público y saben lo mucho que pueden llegar a tardar las grúas. Con suerte, al día siguiente se le habrá olvidado la urgencia y le pedirá que os toméis un café juntos para criticar a los del seguro.
3. Lleve el móvil con la pantalla como si fuera un Picasso. Si el móvil tiene la pantalla rota, es normal que no pueda ver todas las letras del nombre de quién te llama. En realidad sí puede, apretando en una esquina y ajustando un poquito por un lado, pero ese truco no tiene por qué sabérselo su jefe. Para él, usted tiene el móvil hecho un cuadro y no puede ni responder. Una faena, sí, pero una pantalla rota también es la excusa ideal para dejar llamadas en el limbo. Lo de tener el móvil visualmente escacharrado es un modo de estar en línea, pero a medio gas. Además, nadie que conozca su sueldo podrá reprochártelo demasiado, porque cambiar la pantalla cuesta un dineral. Así que, haga lo que sea para que su aparato acabe hechos añicos. En realidad, no tendrá que esforzarse mucho para conseguir que se quiebre la pantalla.
4. Desactive las notificaciones en el móvil. Tranquilo, no tiene que mantener su teléfono mudo para siempre, pero sí debería hacer el paripé delante de su jefe durante un tiempo. Aproveche una reunión de trabajo en la que un gancho le bombardee a mensajitos. Entonces, diga: “¿Cómo narices se quitarán las notificaciones estas? Ojalá las pudiera silenciar para siempre”. En todos los trabajos hay un compañero experto en móviles que sabe qué tecla tocar para silenciar la llegada de mails, chats y avisos de Internet. De esa manera, tendrá excusa para no haberse enterado de los envíos a deshoras de su jefe, porque él vio cómo desactivó las notificaciones para centrarse más en la reunión. Puede tirar de este remedio hasta un par de veces, y que la culpa sea del compañero que desactivó las alarmas.
5. Rejuvenezca sus redes sociales. Lo único peor que una solicitud de amistad en Facebook de tus padres es recibir una del jefe. Puede que su primer impulso sea aceptar, y quizás tenga que hacerlo si cometió el error de poner una foto de perfil que no sea de hace unos añitos. Ese es el primer paso para evitar que el director de su compañía se encuentre entre sus amigos virtuales. Además, si la foto de perfil es pública, tendrá excusa cuando salga el tema de las redes sociales en el trabajo, que siempre sale, para decir: “Uy, hace un montón que no abro el Facebook. Ni me acuerdo de mi contraseña…”. Esto no cuela con una imagen del sábado pasado en carnavales.
6. Haga piña con sus compañeros. Parece difícil, porque a veces en el mundo laboral se tiende al individualismo. En cristiano: que siempre hay pelotas dispuestos a complacer a los jefes. Pero lo que hace falta es dejar constancia de que aquí vosotros sois todos las víctimas, que hoy te ha tocado a ti la llamadita a deshoras, pero que mañana igual les cae a ellos. Así que en cuanto el jefe le encargue alguna tarea fuera del horario laboral, envíe un mail grupal a sus compañeros de oficina con un texto del tipo: “Colegas, la jefa quiere que me ponga con algo que considera urgente. Me estoy haciendo el loco, así que igual os pasa a alguno de vosotros la pelota. Si nadie responde, os invito a todos a unas cañas mañana después del trabajo. Y propongo que cada vez que reciba uno el primer mail, se encargue de las cervezas del día siguiente para todos los que le hagan la cobertura. ¡Abrazos!”.
7. Envíe una respuesta sincera. Quizás con los trucos previos ha conseguido quitarse a su jefe de encima unas cuantas veces. Pero también puede ser que le haya tocado uno de los que no se plantean rendirse, y siga dándole la brasa casi a diario cuando su horario se ha terminado. En ese caso, proponemos una respuesta automática para las horas en las que está fiera de la oficina: “Hola, jefe. Muchas gracias por tu correo electrónico. He terminado mi trabajo de hoy. Ahora estoy bañando a mi hijo y después voy a salir a cenar con unos amigos, que mi suegra se queda de canguro. Igual hasta nos tomamos luego unas copas, que es jueves, aunque ni se me notará mañana, que tengo Espidifén. Estaré disponible para contestar su mail en cuanto me siente en mi mesa, en el horario en el que me pagas por trabajar. ¡Disfrute usted también de la noche! Saludos”. Pulse enviar y listo. Ah, y no se olvide de bajarse en el móvil una aplicación de esas de buscar trabajo. Cuando rellene el currículum, añada "valor" entre sus características personales.
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