Estrategias para una edición de genes responsable
Una nueva herramienta tiene potencial para acabar con problemas de salud como la malaria. Pero debemos extremar las cautelas para su uso
El descubrimiento de una poderosa herramienta capaz de resolver problemas sanitarios y ambientales tan diversos como la malaria, la enfermedad de Lyme y las especies invasoras debería ser causa de celebración. Pero como la herramienta, llamada CRISPR, puede modificar poblaciones enteras de organismos salvajes (y los ecosistemas compartidos), asegurar que estas intervenciones se desarrollen de manera responsable es un enorme desafío para la ciencia y la sociedad.
Los seres humanos llevan milenios modificando animales y plantas por medio de la cría selectiva; pero al tratarse de cambios que en general reducen la capacidad de supervivencia y reproducción en el entorno natural, no se trasladan a las poblaciones salvajes. En cambio, las modificaciones que pueden hacerse con CRISPR, una técnica que permite a los científicos editar el ADN de las células con una precisión nunca antes vista, son diferentes en un aspecto crucial: el proceso puede dar lugar a un “impulso genético” (gene drive), una propiedad que se da naturalmente en algunos genes y les permite difundirse en una población durante generaciones, incluso si esos genes no colaboran con la supervivencia y la reproducción.
Es decir, ahora podemos imaginar la modificación de poblaciones silvestres en formas muy específicas y con profundas consecuencias. Esos cambios pueden ser sumamente positivos. Modificando ciertos rasgos de los mosquitos, podríamos reducir o incluso erradicar viejos azotes como la malaria y el dengue que afligen a cientos de millones de personas cada año. (Solo la malaria mata a un niño cada 90 segundos, en promedio.) Mediante la inmunización permanente de las poblaciones animales pertinentes, podríamos prevenir la aparición de nuevos casos de enfermedad de Lyme y otras que se originan en organismos salvajes, o poner freno a patógenos nuevos como el virus del Zika, que en América latina se ha vinculado a una epidemia de malformaciones cerebrales en recién nacidos.
Modificando ciertos rasgos de los mosquitos, podríamos reducir o incluso erradicar viejos azotes como la malaria y el dengue que afligen a cientos de millones de personas cada año
En cuanto al medio ambiente, las actividades humanas ya han alterado cada ecosistema de la Tierra, con consecuencias de amplio alcance (para nosotros, y para muchas otras especies), muchas de las cuales aún están por verse. Las técnicas de impulso genético podrían revertir gran parte de este daño. Por ejemplo, poner límites a las especies invasoras (como el sapo de caña en Australia, los mosquitos en Hawaii o las ratas y los ratones en casi todas partes) podría ayudar a restaurar biomas dañados. Y cortar el vínculo entre las plagas y los cultivos sin afectar la capacidad de aquellas para cumplir sus otras funciones ecológicas eliminaría la necesidad de usar pesticidas tóxicos.
Pero al intentar hacer realidad estos enormes beneficios potenciales, debemos tener presente que los efectos de las intervenciones de impulso genético se trasladarán a comunidades enteras. Dada la enorme complejidad de los ecosistemas, es necesario investigar con cuidado las consecuencias de cada intervención antes de proceder con ella.
Las técnicas de impulso genético basadas en CRISPR también ponen de manifiesto un problema que trasciende la ecología: los sistemas actuales de desarrollo y evaluación de tecnologías son tremendamente inadecuados para estas nuevas herramientas de gran poder e impacto. Tendría que ser evidente que avances como el impulso genético, que pueden tener amplios efectos aun sin una gran adopción, nunca deberían implementarse sin el consentimiento informado de la comunidad. Pero a lo largo de la historia vemos ocurrir lo opuesto: los procesos de toma de decisiones rara vez tienen en cuenta las consecuencias ambientales o la opinión de los ciudadanos.
Hoy en día, hay pocas oportunidades para recabar la opinión pública hasta después del desarrollo de los productos, cuando ya suele ser demasiado tarde para hacer cambios. Al no tener en cuenta el aporte potencialmente útil de un público cada vez más informado, el desarrollo tecnológico a puertas cerradas ha impedido la evaluación imparcial y creado antagonismo, algo peligrosamente irresponsable e ineficiente tanto para la ciencia como para la sociedad.
Las técnicas de impulso genético con CRISPR ofrecen una oportunidad de cambiar el rumbo. En primer lugar, antes de desarrollar intervenciones de impulso genético en el laboratorio, siempre se debería notificar a la opinión pública, llamar a un debate amplio y tener en cuenta sus resultados. Primero debe haber una descripción clara del impacto potencial de un experimento (como la que mis colegas y yo ofrecimos para la tecnología en su conjunto) y luego, transparencia en todo el proceso de desarrollo. Esta metodología de investigación guiada por la comunidad crearía ocasiones para identificar y resolver posibles problemas e inquietudes durante el proceso de desarrollo. Y si para un aparente problema no hay una solución adecuada, los investigadores deben estar dispuestos a poner fin al proyecto.
Dada la enorme complejidad de los ecosistemas, es necesario investigar con cuidado las consecuencias de cada intervención antes de proceder con ella
La transparencia y el escrutinio colectivo también ayudarían a garantizar que los científicos cumplan su responsabilidad fundamental de instaurar medidas de protección contra accidentes de laboratorio. Los experimentos que implican organismos modificados mediante impulso genético son incomparables en cuanto al daño ambiental que pueden provocar. Si bien los cambios cromosómicos difundidos por un impulso genético se pueden anular con otro impulso genético (una importante protección contra efectos no deseados y abusos), revertir los impactos ecológicos no será tan fácil.
Es cierto que la mayor parte de los experimentos con impulso genético supondrán poco o nulo riesgo ambiental. Sin embargo, una liberación accidental de genes dañaría profundamente la confianza de la opinión pública en la capacidad de los investigadores para desarrollar esta poderosa tecnología con prudencia y humildad. Por eso mis colegas y yo hemos detallado, ejemplificado y publicado diversas estrategias de confinamiento fácilmente implementables.
Otro aspecto de una metodología responsable sería que los científicos se comprometan a evaluar cada propuesta de intervención de impulso genético (por ejemplo, inmunizar a los ratones para que no puedan transmitir la enfermedad de Lyme a las garrapatas) por separado, en vez de decidir en general sobre la tecnología en su conjunto. Después de todo, los beneficios y los riesgos de cada intervención serán totalmente diferentes.
Una última protección contra el desarrollo irresponsable de la tecnología de impulso genético consiste en garantizar que las primeras intervenciones corran exclusivamente por cuenta de gobiernos y organizaciones sin fines de lucro. Puesto que los incentivos financieros pueden afectar el diseño y los resultados de las pruebas de seguridad, mantener el espíritu de lucro alejado de los procesos de desarrollo y toma de decisiones alentará evaluaciones más equilibradas.
En definitiva, los modelos de desarrollo tecnológico actuales son inadecuados para técinas que pueden tener efectos muy amplios. Solo el debate anticipado, la transparencia en la investigación, la cuidadosa implementación de protecciones y la guía de la comunidad pueden crear un modelo responsable de desarrollo científico adaptado a las tecnologías ecológicas. Dado el potencial de las intervenciones de impulso genético con CRISPR para salvar vidas (y al medio ambiente), la decisión respecto de cómo desarrollar esas tecnologías (y cuando abstenernos de hacerlo) la debemos tomar juntos.
Traducción: Esteban Flamini
Kevin M. Esvelt es profesor en el Laboratorio de Medios del MIT, donde dirige el grupo Sculpting Evolution dedicado a la exploración de la ingeniería genética y la ciencia responsable.
Copyright: Project Syndicate, 2016.
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