‘Velázquez’ o no, un problema
La tentación de ganar dinero atribuyendo pinturas a grandes maestros es poderosa. Y esto origina aciertos y fracasos
La Universidad de Yale asegura poseer un tesoro: La educación de la Virgen. “Sin ningún género de dudas”, el primer cuadro conocido de Velázquez. El Museo del Prado ha advertido que se equivoca. “Está fuera de los niveles de calidad exigibles al artista”, argumenta Javier Portús, responsable de Pintura Española. Holanda sostiene que la Mesa de los siete pecados capitales, de El Bosco, una de las maravillas de la pinacoteca madrileña, es obra de taller. El Prado ha advertido que se equivoca. En el despacho de Manuela Mena, la máxima autoridad mundial en Goya, quien se atrevió a hurtarle al Coloso la firma del genio, leo, enmarcada, una cita del escritor Jules de Goncourt: “Aprender a ver es de todas las artes la de más largo aprendizaje”. No se equivoca.
Sin embargo, el tiempo y la mirada tampoco son una garantía. En cuatro décadas, el Metropolitan de Nueva York ha cambiado dos veces de criterio sobre una de sus obras maestras. Un retrato de Felipe IV es hoy un cuadro autógrafo de Velázquez y no, como se pensaba, de un imitador. Esta estrategia la ha repetido con Las majas en el balcón. En 1996 se eliminó la autoría de Goya, aunque casi en secreto volvió a recobrarla. Ahora en la cartela figura “atribuido”. “Resulta lamentable el desconocimiento que hay del artista. Goya es incapaz de repetirse”, critica Manuela Mena, quien no ve por ninguna parte la paleta del de Fuendetodos.
Al mundo de las atribuciones le sucede lo mismo que al mercado del arte. “No hay estándares, carece de regulación; es el Salvaje Oeste”, reflexiona Nicholas Eastaugh, director de la consultora Art Analysis & Research. “Todo está muy abierto a la interpretación individual”. Y la presión resulta enorme. Más de sesenta compañías privadas hacen negocio con las atribuciones. Porque existe una distancia de decenas de millones de euros entre que una tabla proceda del taller de Leonardo o del propio caballete del pintor florentino. De ahí que los dueños de presuntas obras maestras sean generalmente consorcios de especuladores parapetados en carísimos abogados que tensan sus intereses al límite. La táctica para lograr que una tabla con aire leonardesco sea de Leonardo es producir una avalancha de datos y utilizar técnicas muy costosas (carbono 14, fluorescencia de rayos X…) que muchas veces “no significan casi nada”, avisa Martin Kemp, quizá el principal experto en el universo del genio. La tentación de ganar dinero atribuyendo a media luz pinturas a grandes maestros surge poderosa. Lo que origina aciertos y fracasos.
–Me sentí como una idiota, aunque sé que no es mi culpa.
Lady Hambleden, de 84 años, vendió en 2013, por 5.000 euros, lo que en Christie’s identificaron como la copia de un paisaje de Constable. Este año, confirmado como original, Sotheby’s le dio el pase en Nueva York por 5,2 millones de dólares.
Sin duda el dinero continúa siendo un color ineludible en el arte. Bastantes museos pequeños viven de tener un rubens o un goya y denunciar la atribución supondría el cierre. Hay pocos tan sinceros como el Museo Lázaro Galdiano. Su joya, El Salvador adolescente, pasó de ser de Leonardo a la Escuela Lombarda y de ahí a uno de los alumnos más diestros de Da Vinci: Boltraffio. “Entramos en una sala y lo primero que leemos es la cartela. Miramos condicionados”, se queja Carmen Espinosa, conservadora jefe de la institución. Detrás de ella, el fascinante retrato de un Jesucristo andrógino pintado hace 500 años asiente.
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