Doble nacionalidad
Creo que ya estoy preparado para representar a Cataluña en cualquier competición internacional que implique el proceso de destrozarse el hígado
La semana pasada se celebraron los campeonatos mundiales de corredores bebedores de cerveza. La prueba consiste en dar cuatro vueltas a una pista de atletismo y, al inicio de cada una —y sin parar—, beberse un tercio de rubia. El ganador fue un joven canadiense de 21 años, Lewis Kent. Engulló las cuatro birras reglamentarias y logró completar la distancia en 4 minutos y 51 segundos. En medida pop, casi tres canciones de los Ramones. Cuando le entregaron la copa, la llenó de cerveza y también se la bebió. El fervor patriótico provocado entre los canadienses ha llegado hasta el punto de que estos han pedido ya que, el año que viene, las cervezas servidas durante la competición sean de una marca de su país.
Después de un año entrenándome trajinando un chupito de moscatel cada vez que Paco Marhuenda recordaba en televisión que es catalán, que Inés Arrimadas decía “regeneración”, o que Antonio Baños insistía en que no iba a votar a favor de investir a Artur Mas, creo que ya estoy preparado para representar a Cataluña en cualquier competición internacional que implique el proceso de destrozarse el hígado. Ya está, otro separatista folclórico, pensarán. Pues no es exactamente eso. A mí me es igual beber mistela cada vez que alguien cobra un 3% que cascarme una de anís por cada rotonda que se construye en Castilla-La Mancha, o por cada ERE. El problema es que simultanear las dos formas de preparación puede considerarse dopaje. Sería muy injusto con todos esos daneses que llevan meses frente al televisor, vaso de Akvavit en mano, esperando que alguien anuncie un adelanto electoral o inaugure un aeropuerto sin aviones.
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