El hombre de espaldas
Como el vecino de asiento continúa observándome, fuerzo la vista y descubro en la imagen un fantasma que atraviesa el autobús
El señor que viaja a mi lado, en el avión, me muestra la página del periódico en la que aparece esta fotografía:
–¿Qué se le ocurre? –me pregunta.
–¿En qué sentido? –digo yo para ganar tiempo.
–En general –dice él para perderlo.
No sé muy bien qué decir. Leo el pie para inspirarme: “Una pareja de jubilados mira un autobús en el centro de Madrid”. Me pregunto cómo habrá averiguado el autor que están jubilados, cuando lo único constatable es que están de espaldas. Como el vecino de asiento continúa observándome con expresión interrogativa, fuerzo un poco la vista y descubro a la izquierda de la imagen un fantasma que atraviesa el autobús en dirección a la pareja, que ni lo ve ni lo siente. Un fantasma, quizá con coartada de carácter óptico, mezclado con los transeúntes a plena luz del día y en el mismísimo centro de la capital. No vemos más cosas porque vivimos poco atentos a lo que sucede a nuestro alrededor. Quizá se trata de un familiar de los supuestos jubilados. Estoy a punto de revelar al viajero mi hallazgo, cuando me interrumpe:
–¿No se da cuenta? –dice.
–¿De qué? –digo.
–De que el hombre de espaldas soy yo.
Dicho esto se vuelve un poco para que lo vea por detrás y me parece que no es él. Pero asiento con un murmullo de compromiso para no contrariarle.
Entonces añade:
–¿Sabe lo raro?
–No.
–Que esta señora no es mi mujer. ¿Qué podría estar haciendo yo en el centro de Madrid con una desconocida?
Miro alrededor por si hubiera un asiento libre, pero están todos ocupados. La verdad es que tengo un poco de miedo.
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