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EL PULSO
Columna
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Nostalgia y supervivencia del autocine americano

Tras la II Guerra Mundial, su época dorada, había 4.000 'drive-ins' en Estados Unidos. Hoy, el censo se ha reducido a 336

Proyección de la película 'A Wong Foo, ¡gracias por todo! Julie Newmar' en el autocine Electric Dusk de Los Ángeles.
Proyección de la película 'A Wong Foo, ¡gracias por todo! Julie Newmar' en el autocine Electric Dusk de Los Ángeles.Dave MacNew (Getty Images)

El 6 de junio de 1933 se inauguraba en Estados Unidos el primer autocine. Seiscientas personas, procedentes de distintos Estados, compraron su entrada para no perderse el acontecimiento del año en Camden, Nueva Jersey. Tras la II Guerra Mundial, su época dorada, la asociación de propietarios de drive-ins contabilizó hasta 4.063 diseminados por todo el país. En la actualidad, el censo se ha reducido a 336. La especulación inmobiliaria fue el primer gran golpe. Y luego llegaría la digitalización, tan costosa –más de 86.000 euros, según CinemaCon– como imprescindible para adaptarse a los tiempos y que abocaría al cierre a unos cines de economía renqueante gestionados, por lo general, de forma familiar e independiente.

Sin embargo, los autocines operativos y con la asignatura digital superada se resisten a proyectar su última película. Paul Geissinger, miembro de una asociación que agrupa a 200 drive-ins, opina que la nostalgia juega a su favor en un momento en el que la industria busca nuevas formas de llevar a la gente al cine. “Mientras las salas se ven obligadas a cambiar de programación cada semana, los autocines pueden seleccionar películas que no hace ni 15 días estaban en el circuito comercial a un precio más bajo”, señala.

Melodye Allen, que trabaja en los estudios DreamWorks, se declara una asidua a estos lugares donde todo es posible: disfrutar de una buena película, concebir un hijo o avistar animales furtivos –en zonas rurales, claro– atraídos por la luz de las pantallas y el olor a palomitas. También su amiga Silvia Pompei: para ella los autocines son una experiencia. “Ahora podemos ver Lawrence de Arabia en el móvil, pero hay algo retro en ver cine al aire libre. Y uno puede ser innovador siendo retro”, defiende Christine Davila, directora de Ambulante California. Iniciativas como ésta, Electric Dusk o Cinespia persiguen que las nuevas generaciones experimenten el placer colectivo de ver películas fuera de las cuatro paredes. De origen mexicano y abanderado por los actores Gael García Bernal y Diego Luna, por segundo año consecutivo el festival Ambulante ha proyectado cine documental de forma gratuita en espacios públicos de California. Buscan una “práctica urbana” que agrupe a cinéfilos y a organizaciones civiles en una misma experiencia presencial para la que no se necesita ni sala ni coche. En el autocine Electric Dusk, que programa tanto cine de guerrilla como clásico, sí es necesario el automóvil, pero, como dice Davila, cualquier pared puede ser una pantalla, y qué mejor que la inflable que se erige sobre un parking del downtown angelino. Por su parte, Cinespia lleva más de una década ofreciendo títulos como Apocalypse Now, La princesa prometida o Carrie y vendiendo una media de 100.000 entradas al año para ver cine al aire libre en el cementerio Hollywood Forever. Acudir a una sesión la noche de Halloween es ya un clásico en la ciudad, y en el coche de al lado pueden encontrarse habituales como Elijah Wood, Elizabeth Berkley o Patricia Arquette.

La nostalgia es innegable. La supervivencia del autocine, sin embargo, está por ver. Jeff Logan, propietario del drive-in Starlite, cree que para la gente los autocines son algo singular. “Y eso vale para un parque de atracciones, al que uno va esporádicamente, pero no para mantener un cine”. En el tablón de la asociación de drive-ins se acumulan anuncios como este: “Se vende cine con dos pantallas, capacidad para 500 coches, quiosco de bebidas y otros servicios. Una pieza histórica”.

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