¿Por qué ganó Tsipras?
Su fervor nacionalista fraguó en Grecia el sentimiento de que “nos defendió” frente al “enemigo exterior”
¿Por qué ganó otra vez Alexis Tsipras? Conviene preguntarlo, porque los resultados de su primer mandato, un efímero semestre, apenas podían empeorarse.
Embarrancó la economía que, tímida, se recuperaba. Políticamente incumplió al infinito su programa y ninguneó el mandato popular contra el tercer rescate recibido del —peculiar— referéndum. Y aún así, se ha impuesto, desembarazándose de su ala más extrema —a la que apoyó su mediático exministro de Finanzas, Yanis Varoufakis— y cosechando un escaso desgaste porcentual de votos.
¿Por qué, si además carecía de otro plan más que el de ejecutar el Memorando del rescate que denostó? “La cuestión es clara, hay un programa a seguir y lo que tienen que decidir los griegos es si prefieren que lo aplique un gobierno de derechas o uno de izquierdas”, adivirtió antes su colega Natasa Theodorakopulu.
Es decir, los demás tampoco presentaban nada propio, distinto. En ausencia de propuestas nuevas, muchos comparan trayectorias, imágenes, pulsiones empáticas. Y ahí sí que la oferta Tsipras llevaba ventaja. Su fervor nacionalista fraguó el sentimiento de que “nos defendió” frente al “enemigo exterior”: ese síndrome sigue atrayendo cuando la globalización deshilacha sentidos de pertenencia; y cuando Europa arrincona soberanías nacionales y desmocha caducos poderes estatales.
Su derrota en la negociación con el Eurogrupo le permitió presentarse como humilde víctima, otro clásico del nacionalismo.
Su apuesta de confrontación no rompió la pertenencia a esa misma Europa y al euro, los bienes más apreciados (73% de apoyo) por los ciudadanos griegos. Y su compromiso con el programa de emergencia social (desahucios, pobreza energética, sanidad para los desempleados), el único activo concreto y diferencial de Syriza, se mantuvo sin desmayo.
Pero ¿explica todo eso la distancia entre la orientación práctica hacia la socialdemocracia y la nubosa retórica izquierdista? Ocurre que el personal vive tanto de la realidad como del deseo. Y que esa polaridad echa ancla en la tradición de Grecia, salpicada de varios partidos comunistas a falta de uno, o del inflamado verbo del fundador del Pasok, Andreas Papandreu. Amén de que Tsipras ha estropeado las cosas durante menos tiempo que los demás.
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