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Tribuna
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Israel y el pacto con Irán

Netanyahu no es la causa, sino el producto de un país acostumbrado a tomar malas decisiones sin sufrir las consecuencias. Al acusar de ingenuos a los firmantes del acuerdo nuclear, ha insultado a su benefactor, EE UU, y a sus aliados europeos

NICOLÁS AZNÁREZ

Con la reanudación de las sesiones del Congreso de Estados Unidos después de la pausa veraniega, el presidente Obama ya dispone de los votos suficientes para llevar a la práctica el pacto nuclear firmado con Irán el 14 de julio. El primer ministro israelí, Benjamín Netanyahu, que encabezó la campaña para impedir el acuerdo —a veces hasta extremos melodramáticos—, ha sido derrotado, al menos por ahora. Pero es necesario conocer los fundamentos de esa campaña, porque tiene connotaciones no solo para EE UU sino también para Europa, que no se limitan a la cuestión nuclear iraní.

Resulta cómodo explicar la posición israelí como una combinación de dos factores: que Irán es una amenaza especialmente peligrosa para Israel, y que ese es el estilo personal de Netanyahu, un político neoconservador del ala más dura, propenso a las exageraciones y el alarmismo. Pero esa es una explicación manida e insuficiente, que muestra la incapacidad de comprender el rumbo emprendido por Israel y es un pésimo modelo por el que guiarse en el futuro.

No cabe duda de que Israel e Irán son adversarios: Irán ha ejercido el terror contra Israel y la retórica de sus dirigentes es con frecuencia inaceptable. Pero eso no significa que amenace su existencia, como tantas veces se asegura. Israel tiene enorme superioridad militar sobre Irán y los grupos que patrocina, y —aunque se habla poco de ello— es Israel, y no Irán, el que posee un arsenal nuclear muy desarrollado. Además, el papel de Irán en la región no era el objetivo del pacto nuclear. Israel fue el que más insistió en que las negociaciones hablaran exclusivamente del programa nuclear y rechazó cualquier iniciativa de diálogo más amplio sobre los problemas regionales o sobre temas concretos como Siria, el EI, Líbano o Yemen. De modo que, en gran parte, su crítica del acuerdo es un rechazo (no reconocido) a la propia estrategia que había exigido al P5+1.

Sobre los detalles del pacto, los argumentos de Netanyahu suenan falsos. Después de más de veinte años asegurando que la bomba iraní es cuestión de meses, ahora desprecia un acuerdo que establece más prohibiciones, restricciones y mecanismos de vigilancia que nunca, durante 15 años, e impone las limitaciones e inspecciones permanentes del TNP pasado ese plazo.

Aunque la comunidad internacional no suele tenerlo en cuenta, en Israel, si bien los políticos y comentaristas se han manifestado en contra del acuerdo, los científicos y expertos en seguridad se han mostrado muy partidarios. El principal experto nuclear de Israel, Uzi Even —antiguo teniente coronel en las Fuerzas de Defensa Israelíes, profesor de Física y antiguo responsable científico del equipo del reactor de Dimona—, asegura tras un análisis detallado que “el acuerdo cierra todos los caminos que conozco para obtener la bomba”; el antiguo jefe del Mosad Efraim Halevy dice que Irán ha aceptado “el régimen de supervisión más invasivo del mundo” y que el pacto “incluye elementos cruciales para la seguridad de Israel”. Otros antiguos responsables de los servicios de seguridad coinciden, y, según varias informaciones de prensa, los servicios de inteligencia actuales del ejército y el Mosad han valorado el tratado de forma muy positiva. Para comprender el rechazo de Netanyahu hay que valorar la situación regional de Israel, acostumbrado a un grado de hegemonía regional y libertad de actuación —sobre todo militar— notable. Es normal que los israelíes no quieran renunciar a ese poder. Su posición ha sido posible gracias a la importancia de EE UU en la región, que obligaba a otros países a escoger entre ser sus aliados y, por tanto, llevarse bien con Israel, o enfrentarse y terminar aislados o algo peor.

La alternativa que ofrecía Jerusalén no era una solución diplomática, sino un cambio de régimen

Esa ecuación no podía mantenerse indefinidamente, pero en una región y un mundo que cambian a toda velocidad, Israel se aferra a un modelo que necesita el dominio por la fuerza de EE UU en lugar de la diplomacia y la distensión. Israel ha insistido en contar con un mundo árabe estático e incapaz de presionar en la cuestión palestina, junto a un Irán sancionado; la alternativa que proponía no era una solución diplomática, sino un cambio de régimen.

Los argumentos de las diatribas israelíes contra el pacto nuclear parecen tan irreales porque lo son. La culpa no es solo de Netanyahu. El primer ministro no es la causa, sino el producto de un Israel tan acostumbrado a la impunidad, al riesgo moral de tomar malas decisiones sin sufrir consecuencias, que cada vez actúa de forma más extremista y perjudicial para sus aliados y para sus propios intereses. Al acusar de ingenuos a los firmantes del acuerdo nuclear, Israel no solo ha insultado a su benefactora, la Casa Blanca, sino también a sus principales aliados europeos.

La mejor forma de comprender la injustificada indignación de Israel es fijarse en su reacción cuando se critica su tratamiento de los palestinos en los territorios ocupados. También en este aspecto falta una verdadera oposición política a Netanyahu. Los dos principales líderes de la oposición —el laborista Yitzhak Herzog y Yair Lapid, del partido Yesh Atid— evitan ofrecer una alternativa de seguridad nacional a las políticas de una derecha cada vez menos realista. El debate se centra más en la imagen de Israel que en cómo acabar con los asentamientos y las violaciones del derecho internacional en los territorios ocupados.

Europa debe asumir con Netanyahu posturas más enérgicas respecto a la cuestión palestina

Decenios de consentir —incluso por parte de los amigos de Israel en Europa— políticas controvertidas han convencido a los israelíes de que pueden hacer lo que quieren. Ahora vemos los frutos de esa impunidad que, a largo plazo, no le hace ningún favor al país. Por supuesto, EE UU ha sido el más tolerante. El papel de los grupos de presión bien financiados en la política norteamericana hace que la cuestión de Israel se aborde de forma tan poco lógica como el control de armas. Pero Europa también es responsable, y puede hacerlo mucho mejor. Por ejemplo, a pesar de las condenas retóricas de la política de asentamientos, los europeos ni siquiera se han puesto de acuerdo para hacer algo relativamente fácil como etiquetar los productos de consumo procedentes de esos lugares.

Europa no solo debe respaldar firmemente el acuerdo nuclear, fomentar la desaparición de las armas de destrucción masiva y dialogar con Irán sobre temas regionales, sino también asumir posturas más enérgicas en la cuestión palestina, empezando por aislar las transacciones con Israel de su política de ocupación y asentamientos y distinguir entre Israel y los asentamientos en todas sus relaciones. Esto no significa despreciar las legítimas necesidades y preocupaciones israelíes en materia de seguridad, pero sí abandonar la tolerancia hacia sus políticas más discutibles y, tal vez, impedir que el extremismo siga avanzando cuando la población empiece a calcular las ventajas y los inconvenientes de las políticas de sus dirigentes.

Daniel Levy es director del Programa sobre Oriente Próximo y Norte de África, Consejo Europeo de Relaciones Exteriores (ECFR)

Traducción de María L. Rodríguez Tapia.

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