El escudo del presidente
La policía vigila cada semana a los opositores de Ortega que se manifiestan frente al Consejo Supremo Electoral
En Nicaragua ocurre un hecho extraordinario: los muertos votan. Domingo Méndez, por poner un caso, puede haber sido arrollado por un camión hace una década, pero el censo determina que el domingo electoral, como cualquier hijo de vecino, tiene derecho a introducir la papeleta en la urna. Nadie —que se sepa— logró entrevistarse con un cadáver que haya emergido de la tumba para cumplir con su deber de ciudadano, aunque viendo los resultados posteriores se llega a la conclusión de que la mayoría siente simpatía por el Frente Sandinista, el partido del presidente Daniel Ortega.
Con el apoyo de los vivos —y de los muertos—, Ortega ejerce un poder plenipotenciario en el pequeño país centroamericano. Los sandinistas controlan el Congreso, tienen el respaldo del Ejército y la Policía Nacional y gobiernan tres de cada cuatro Ayuntamientos. El mando es extensible a su familia. Rosario Murillo, su esposa, es asesora y en ocasiones ha ejercido de canciller en funciones. Los hijos actúan como consejeros del padre y medran en importantes inversiones extranjeras, como la concesión, con capital chino, de un canal similar al de Panamá.
En teoría, Ortega no podría haber sido presidente en este periodo porque ya lo había sido en dos ocasiones anteriores. La ley lo impedía, pero el antiguo guerrillero reformó la Constitución y ahora podrá ser presidente de manera indefinida.
Cada semana la policía vigila a los opositores a Ortega que se manifiestan frente al Consejo Supremo Electoral exigiendo unas elecciones libres y transparentes en 2016. Hace cuatro años Ortega fue elegido con más del 60% de los votos, aunque ninguno de sus contendientes reconoció su victoria y todos, sin excepción, denunciaron irregularidades.
El conflicto ha pillado a mucha gente en medio. En la imagen, una mujer que sostiene un barreño con el brazo pide permiso a los antidisturbios para llegar a casa. No sabemos si la dejaron pasar o no, pero ejemplifica la obstrucción democrática en la que vive el país, uno de esos lugares del mundo donde los muertos votan.
Los manifestantes que no tienen fe en la resurrección se han disfrazado de zombis para denunciar que el censo electoral está inflado. Algunos han visto a sus difuntos familiares optando a un cargo público, cuando en vida no habían demostrado ningún interés por la política. O existe alguna irregularidad o los espíritus tienen claro cuál es su candidato. En el más allá votan a Daniel Ortega.
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