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MIRADOR
Columna
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Miedo

Mijalkov rodó clandestinamente un documental que partía de una idea simple: repetir cada año las mismas preguntas a su hija Anna

Javier Rodríguez Marcos

Dice la gente del cine que un niño en un rodaje es un peligro, pero tal vez sea peor en una exposición. Las criaturas comentan lo que les pones delante de los ojos sin pensar que la historia de la cultura occidental prescinde muchas veces del sentido común y se limita a repetir la versión de los buenos, que suelen coincidir —por justicia divina— con los vencedores. En un museo le explicas a un chaval de 11 años los grandes éxitos del Antiguo Testamento y él concluye que lo de la zarza y Moisés fue un mensaje de voz de parte del Altísimo o que Sansón no fue más que un terrorista suicida: ¿acaso no mató a todos los filisteos, culpables o inocentes, por el método de inmolarse en el templo? Linda Pastan recordaba en un poema la pregunta de una profesora de ética: “Si se declarase un incendio, ¿salvarías ese rembrandt o a la anciana que vigila la sala?”. Respuesta de la niña: “¿Y por qué no dejamos que lo decida ella?”.

A los niños los estropean la edad y las doctrinas. Casi tanta pena como verlos en una piscina compitiendo como profesionales da verlos en una manifestación llevando una bandera. Entre 1980 y 1991, el director ruso Nikita Mijalkov rodó clandestinamente un documental que partía de una idea muy simple: repetir cada año las mismas preguntas a su hija Anna: ¿qué es lo que más temes?, ¿y lo que más quieres?, ¿qué odias? La película, que se estrenó en 1994 y lleva por título el nombre de la muchacha, es un tratado casero de antropología y por casualidad un retrato descarnado del final de la URSS. El relato empieza con Breznev guardando a lo grande las apariencias y termina con Gorbachov liquidando la Unión Soviética después de haber explicado a los suyos que perestroika significa “trabajar honradamente”. Para la mayoría de los ciudadanos, nos dice el narrador, significaba hacer en público lo que llevaban décadas haciendo en privado: criticar al Gobierno.

Pero si la historia mayúscula de Anna tiene un fin agridulce, la historia íntima tiene un final tristísimo. La niña de seis años que empieza respondiendo que su mayor temor es una bruja y que odia la sopa pasa pronto a temer por la paz en el mundo mientras sigue, entre lágrimas, los funerales de Yuri Andrópov. Sin embargo, las más descorazonadoras son las respuestas de la Anna adolescente, que en el trajín de presidentes de los años ochenta acude resignada a la cita con su padre y escucha las preguntas de cada cumpleaños. Un día, antes de contar que uno de sus deseos es que los dirigentes de su país elijan un buen líder, resume en una frase la historia de la humanidad: “¿Qué es lo que más quieres?”. “Encontrar una buena respuesta”.

 

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Sobre la firma

Javier Rodríguez Marcos
Es subdirector de Opinión. Fue jefe de sección de 'Babelia', suplemento cultural de EL PAÍS. Antes trabajó en 'ABC'. Licenciado en Filología, es autor de la crónica 'Un torpe en un terremoto' y premio Ojo Crítico de Poesía por el libro 'Frágil'. También comisarió para el Museo Reina Sofía la exposición 'Minimalismos: un signo de los tiempos'.

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